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Estoica lucha por la verdad de las ‘Madres del Sábado’ en Turquía

En Turquía aún quedan centenares de desaparecidos, en su mayoría en el periodo que siguió al golpe de Estado de 1980 y la guerra sucia en los años 90 en Kurdistán Norte. Los familiares, como ocurre en otros conflictos similares, hacen del recuerdo constante su arma de presión.


El 19 de octubre de 1995, Besna Tosun perdió su inocencia. También a su padre, en paradero desconocido desde entonces. Ese día, casi ya de noche, sobre las 18.00, Besna regresaba junto a su primo a su casa del barrio estambulí de Avcilar. Allí vieron a Fehmi Tosun. Estaba en el porche, junto a varios hombres, cerca de un coche blanco. Besna tenía 12 años y pensó que esos hombres eran amigos de su padre. Incluso sonrió. Cuando subió a su casa, un tercer piso, le contó a su madre que esperaban invitados. Era tarde. Su madre se extrañó ante un movimiento inusual y entró en pánico. «Entendió lo que ocurría, salió corriendo a la ventana», relata Besna. Entonces su madre empezó a gritar: Fehmi estaba siendo introducido en el coche. Todos descendieron las escaleras corriendo. Su hermano mayor tuvo tiempo de llegar al coche. «Fue amenazado con ser arrestado», subraya. Arrancaron el motor del vehículo, que se puso en marcha y desapareció.

«Cómo podía imaginar una niña de 12 años, que era inocente, que su padre sería secuestrado y asesinado», se lamenta Besna en la sede de Beyoglu de Insan Haklari Dernegi (IHD), una de las organizaciones que lleva casos relacionados con los desaparecidos en Turquía.

La familia Tosun se había tenido que trasladar en los años 90 a Estambul debido a la política de tierra de quemada del Estado turco. Su aldea, en Lice, uno de los feudos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), fue erradicada como otras miles más en Kurdistán Norte. En ese periodo, Fehmi fue preso durante tres años y medio por colaborar con la milicia kurda. Estaba marcado. Ese miedo a un Estado tradicionalmente represivo se convirtió en terror tras la repentina muerte del líder conservador Turgut Özal y el ataque del PKK contra un autobús con decenas de soldados turcos.

Entonces la impunidad se impuso con grupos paramilitares, la intervención del Estado profundo y la respuesta del PKK. Esos acontecimientos que pasaron desapercibidos para Besna estallaron sin dilación en la mente de su madre. «Mi padre ya había avisado a mi madre de que esto podía ocurrir, que había otros casos de desaparecidos durante la detención», recuerda a sus 34 años.

Fehmi Tosun es uno de los cerca de 800 desparecidos que según IHD aún quedan en Turquía. Otras organizaciones elevan la cifra por encima del millar. Oficialmente son reconocidos casi 500, pertenecientes principalmente al periodo que siguió al golpe de Estado de 1980 y a la guerra sucia en Kurdistán Norte en los años 90. Los afectados, agrupados en diferentes organizaciones, tienen su representante más reconocido en el colectivo «Madres del Sábado», que entre 1995 y 1999, y desde 2009 hasta el pasado 25 de agosto, se concentraba cada sábado frente al Liceo de Galatasaray. 699 semanas recordando a sus seres queridos, culpando a un Estado que, confirmando su intransigencia con la voces disidentes, como sucedió en esa década de silencio, prohibió celebrar la 700ª semana. Y también la siguiente. Y no solo en Estambul, también en Diyarbakir.

«Han pasado más de 20 años y las causas están prescribiendo. Con Erdogan se creó una comisión parlamentaria para los desaparecidos en la que se aceptó que Cemil Kirbayir despareció mientras estaba en custodia policial. Fue una gran noticia, pero una entre mil. Si investigaran igual cada desaparición, todo sería diferente. Pero no lo han hecho ni lo hacen, por eso todos son culpables, incluidos los gobiernos que vinieron después», sentencia Besna. Hüsnü Öndül, ex secretario general de IHD y actual director de la oficina de Ankara, también apunta al Estado: «Estimamos que el 90% de los desaparecidos pasaron por dependencias policiales. El Estado tiene constancia de todo y está obligado a buscar a los culpables. En Argentina, gracias a la presión de las Madres de la Plaza de Mayo, se reconoce que la Junta dirigió una campaña de terror. Ellos se han enfrentado a esa realidad, pero aquí el Estado nunca puede ser culpable».

Erradicar el comunismo

La historia de los Tosun comparte con la de los Eren Yarici una cosa: un familiar desapareció mientras permanecía en un periodo de detención. En ambos casos, como en casi todos, el Estado lo niega. Asegura que esos cientos o miles de personas nunca pasaron por las dependencias policiales o militares. Este negacionismo, como apunta Öndül, evita la reconciliación con la verdad: juzgar a los culpables y recuperar los cuerpos de los seres queridos.

Ikbal Eren, pelo canoso, 61 años y complexión ancha, reitera que su hermano Hayrettin desapareció tras pasar por el cuartel de Karagümrük y ser trasladado a la comisaría de Gayrettepe. «Había otros compañeros allí, mis padres fueron al cuartel y vieron su nombre escrito en la lista de detenidos. Es una prueba más, pero luego arrancaron esa hoja y dijeron que nunca estuvo allí», recuerda Ikbal, quien ha pasado dos tercios de su vida viendo la cara de Hayrettin en otras personas. A veces, aún se pregunta cómo habría sido su vida si hubiera tenido hijos.

Hayrettin, con aspecto de bohemio atrevido en una foto que demasiadas veces acompaña a Ikbal, era parte de esos movimientos de izquierda que durante dos décadas protagonizaron enfrentamientos con islamistas y panturcos. Con la excusa de la inestabilidad, los militares dieron otro golpe de estado el 12 de septiembre de 1980. Para entonces, muchos de los cabecillas de esos movimientos y sus integrantes ya habían huido a otros países de Oriente Medio y Europa. Aventuraban lo que ocurrió: un periodo represivo que erradicaría la izquierda en Anatolia, primero por la fuerza, luego con las leyes. «No esperábamos este final. Pensamos que sería arrestado durante un tiempo, que estaría en una cárcel, pero luego entendimos lo que ocurría con el Ejército».

La familia Eren no comprendió a tiempo la decidida apuesta del castrense Kenan Evren, líder de la Junta, que fue capaz de entregar la burocracia a conservadores e islamistas para eliminar el comunismo y lograr la estabilidad. Hayrettin, por sus ideales, se convirtió a sus 26 años en una voz incómoda. «Era un humanista. Escuchaba Pink Floyd, Cem Karaca, pintaba muy bien y bailaba. Estuvo influenciado por el movimiento del 68 y no podía dejar de luchar por los derechos, por los otros», apunta Ikbal.

Esperanza

La familia Eren Yarici lleva 38 años reclamando justicia, Ikbal unos cuántos menos preguntándose por el significado de las leyes: «¿Para qué sirven? Mi hermano tendría que haber sido juzgado, y puede que condenado». Al igual que Besna, culpa al Estado, «desde el más pequeño trabajador hasta Kenan Evren y Recep Tayyip Erdogan», y asegura mantener intacta la esperanza de recuperar los restos de su hermano.

Hasta el momento, nada ha funcionado: ni la justicia ni la comisión parlamentaria; tampoco las semanas protestando en el centro de Estambul o el apoyo de figuras públicas como el fallecido cantante kurdo Ahmet Kaya, quien dedicó a estas madres la canción ‘Beni bul anne’ (‘Encuéntrame, madre’). Pese a ello, todos aseguran que resistirán, que cada generación venidera seguirá concentrándose para reclamar respuestas. «Intentamos mantener esta causa en la agenda para que no se olvide», reconoce Öndül. «Cada semana venimos a pedir respuestas. Somos padres, madres, hijos o nietos que buscamos la verdad», añade Ikbal. Besna coincide y señala a esas nuevas generaciones que resistirán: «Mi madre ya no viene cada semana, pero estoy yo. Luego vendrá mi hijo, que ahora tiene 9 años. Es un reflejo del paso del tiempo, pero también de nuestra esperanza», concluye.