Las campanas doblan por el cosmopolitismo de la extrema derecha
Altsasu mostró ayer de mil maneras, y no sin tensión en momentos puntuales, el rechazo al provocador acto convocado ayer por Ciudadanos con el apoyo de PP y Vox. Entre 200 y 300 personas llegaron en varios autobuses a una localidad tomada por la Guardia Civil y la Policía Foral.
En muletas tras lesionarse el sábado jugando a tenis –¿a quién no le ha pasado alguna vez?–, Albert Rivera llegó ayer a Altsasu con toda la predisposición a hacer un piscinazo de los que marcan época. Ya saben, nos referimos a la maniobra de un jugador de fútbol que al ver que tiene cerca al contrario se tira al suelo calculando que el árbitro puede pitar falta. Hay piscinazos cómicos como uno de Cristiano Ronaldo contra el Celta en 2014, o aburridos por previsibles, como todos los de Neymar. El de Rivera ayer en Sakana fue de estos últimos, si bien cabe reconocer que el contacto que vino a buscar para dejarse caer no estuvo muy lejos de darse en algún momento de la larga mañana. Eso sí, la lluvia de piedras de la que hablaban algunos ayer solo la vio el equipo de comunicación de Ciudadanos. Lo único que quien esto escribe vio sobrevolar el cordón policial fue algún mechero y un paquete de chicles. Era Orbit y estaba prácticamente lleno.
Que no iba a ser una jornada fácil quedó claro de buena mañana, cuando los accesos a la plaza de los Fueros amanecieron custodiados por la Policía Foral y la Guardia Civil. Dentro de ella, unos 40 trabajadores contratados preparaban toda la escenografía para el acto de Ciudadanos. Unas pocas decenas de sillas, un pequeño escenario y muchas, muchas, muchas cámaras para retransmitir el acto de plano corto en plano corto. Paralelamente, a unas pocas calles de distancia, en la plaza Iortia eran ya varias decenas de personas las que organizaban en auzolan la zona por los derechos y las libertades. Entre ambas plazas iba a bascular todo el juego.
Desde el cementerio, la segunda convocatoria de rechazo al acto de Ciudadanos con el apoyo de PP y Vox partió hacia la plaza de los Fueros pasadas las 10.30. Con los accesos completamente tomados por la Policía, la calle Garcia Ximenez se convirtió en el epicentro de la protesta. De allí subían a la plaza los entre 200 y 300 paracaidistas que desembarcaron ayer en Altsasu en diversos autobuses. Y allí los fueron a buscar algunos de los que acudieron a la llamada de la plataforma Altsasu Faxismoaren Kontra. Fueron vecinos del mismo pueblo, ataviados algunos con petos amarillos, los que trataron de calmar los ánimos en los momentos más tensos, creando un cordón entre los manifestantes y la Policía, tanto Foral como Guardia Civil, que a su vez protegían a los ultras. De esos vecinos y de nadie más es el mérito de que ayer la tensión no pasara a mayores.
Y eso que el nivel de paciencia del que tuvieron que echar mano sobrepasó todo límite cuando irrumpió el autodenominado periodista Cake Minuesa, que preguntó a ver si condenaba la violencia hasta a la compañera de Euskadi Irratia. Fue escoltado y confinado en la plaza de los ultras por la propia Policía Foral. No se fien de aquellos periodistas que olvidaron que su papel en una noticia no es el de ser protagonista.
De nacionalismos banales
Dentro de la plaza de los Fueros, ataviados con banderas españolas –también navarras y europeas– convenientemente repartidas por la organización, los presentes esperaban a golpe de selfie la llegada de Rivera, aclamado como «presidente». Algunos megáfonos trataban de amenizar la espera con maravillosos episodios que no hacían sino confirmar un imaginario bastante más implantado de lo que a veces pensamos. «¡Viva España! ¡Viva el País Vasco!», sonó en el megáfono. «¡Que esto es Navarra!» se escuchó entre el público. «¡Viva Navarra!», corrigieron desde el megáfono. Hubo más poco después: «¡Viva la Guardia Civil! ¡Viva la Ertzaintza! Ai no, perdón ¡viva la Policía foral!». Estaba el ambiente como para debatir sobre la derogación de la disposición transitoria cuarta, que ayer solo mencionó de pasada la presentadora del acto.
Con Rivera presente, igual que la dirigente del PP navarro, Ana Beltrán, y el líder de Vox, Santiago Abascal, el acto arrancó pasadas las 11.30 acompañado por un estruendoso y espectacular repique de campanas procedente de la iglesia contigua a la plaza. Eran, concretamente, las 11.42 y los asistentes se miraban extrañados. ¿Es normal que suenen las campanas a esta hora? Evidentemente no lo era, y la parroquia se apresuró a aclarar que nada tuvieron que ver ellos con el repique.
El sonido acompañó, para amargura de los organizadores, todo el discurso de la víctima de ETA Beatriz Sánchez –aseguró que no se cree «la supuesta disolución» de la organización armada– y un buen cacho de la intervención de Fernando Savater, que se suponía que venía a elevar el nivel intelectual de la cita. Sus apelaciones a un «cosmopolitismo liberador» toparon con el «Yo soy español, español, español» como respuesta inmediata por parte del público. Algo que, por otra parte, tampoco pareció contrariar lo más mínimo a uno de los principales impulsores de Ciudadanos.
Fue Rivera, ya sin campanas, pero sí con bocinas, música y gritos como banda sonora, quien cerró el acto con un derroche de nacionalismo banal al que sumó una dosis de desfachatez que desnudó el acto tal y como lo que realmente era: una provocación. No tuvo empacho en tildar de «murales de la vergüenza» los dibujos de los jóvenes de Altsasu encarcelados desde hace casi dos años –delante de los cuales plantaron ayer el escenario–, como tampoco tuvo reparo en asegurar que no puede ser nacionalista «porque me gusta la libertad, no la imposición». Y lo hizo ante un pequeño mar de banderas españolas.
El color estaba en Iortia
La mañana transcurrió más serena en la plaza Iortia, donde centenares de personas expresaron su rechazo a las provocaciones y reivindicaron la dignidad del pueblo de Altsasu acompañados desde el escenario de figuras como Onintza Enbeita, Fermin Muguruza, Xabi Solano, Zuriñe Hidalgo o Amets Arzalluz, entre otros muchos.
Allí concluyó la intensa mañana una vez los paracaidistas abandonaron Altsasu. Rivera lo hizo desde la misma plaza, dentro de una furgoneta con los cristales tintados. El resto a pie, escoltados por la Guardia Civil y la Policía Foral, y no sin momentos de tensión. Los vecinos de Altsasu se tuvieron que emplear a fondo, de nuevo, para evitar males mayores y lograr que no fuese a más la crónica de una jornada en la que nadie logró todos sus objetivos, si bien todos sacaron un poco de lo que buscaban. Rivera pudo escenificar el piscinazo ante los suyos pese a no lograr la foto de la agresión que intentó provocar; quienes apostaban por confrontar de forma directa la mentada provocación tuvieron su ración de desahogo. Una solución de compromiso que, con un poco de suerte, hará que la jornada de ayer –con la salvedad de la épica campanada–, transcurra de puntillas por las páginas de la historia.