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Al final va a haber partido, demonios


Avanzar resultados electorales constituye un dado al aire. La porra de las últimas forales en la oficina de Iruñea la ganó el diseñador que hacía las maquetas. Los únicos que tienen tino con los resultados son los propios partidos políticos, y es porque pagan sumas considerables a empresas de su confianza para que hagan encuestas. Luego las van actualizando y afinando, contrastando así mensajes y, en definitiva, aprendiendo qué decir para luego poder hacer lo que les dé la gana.

Me cuesta mucho creer que UPN se lance a una unión con el PP si estas encuestas, mucho mejores técnicamente que las que publican los medios de comunicación, le dieran una victoria cómoda. No sé qué números estarán echando. Yo sigo con los de la abuela. Es decir, en que los partidos que hoy gobiernan vuelvan a sacar 26 escaños o más de los 50 que tiene el Parlamento.

Si UPN también está en esas, su matrimonio por sorpresa con el PP viene forzado porque sus encuestas ven viable que eso que se llamó cambio ponga otra vez encima de la mesa los 26 escaños. Y eso debería despertar ilusión entre una izquierda que, no sé bien por qué, lleva sumida bastante tiempo en una especie de desesperanza. Bueno, sí que sé un poco por qué. Hay miedo en que Podemos no sea capaz de mantener los suficientes escaños como para que la suma llegue.

Pero, puestos a tener miedo a algo, la izquierda debería temer a lo que viene si pierde. Hace solo días, Ana Beltrán (la morosa a la que Esparza ata su destino) sostenía que los niños pueden ser «chico, chica, pez, gato u ornitorrinco». Y todo, por una encuesta que pretendía normalizar desde pequeños las diferencias de género. Resulta obvio que la UPN que viene no es la que perdió el Gobierno, sino peor. Perdió la poquísima centralidad que tuvo en la oposición y ahora va de la manita de los ultras. Pactaría con Vox a ojos cerrados.

Hay, por concluir, motivos para tenerle miedo a lo que viene y evidencias para creer que se le puede ganar. A ello.