Elecciones y juicio, vasos comunicantes... y jerarquizados
La candidatura de Puigdemont a las europeas, así como la decisión de ERC de situar a Junqueras al frente de ambas elecciones, llevan a primer plano la pugna electoral en detrimento del juicio del Supremo.
Estaba escrito que así ocurriría, pero ello no desmerece dedicarle unas líneas. La retroalimentación entre las múltiples elecciones de primavera y el juicio en el Tribunal Supremo era previsible desde el primer día, pero conforme se acerca las citas con las urnas más nítidamente se empieza a ver que entre estos dos vasos comunicantes hay jerarquías y que, si nada cambia, es el juicio el que se pone al servicio de los intereses electorales, y no viceversa. Todo indica que este fenómeno no hará sino crecer de aquí al 26 de mayo.
La confección de las listas ha servido de pistoletazo de salida oficial a una carrera que ya venía lanzada y que volverá a poner en primer plano la pugna entre los dos principales espacios políticos del independentismo, que son los que protagonizan el juicio en el Supremo con permiso de Jordi Cuixart, único encausado sin obediencias debidas a ningún partido. Sirva como primera prueba el hecho de que tanto ERC como Junts per Catalunya, la marca elegida finalmente por el magma postconvergente, han copado los primeros puestos de sus listas electorales con presos y exiliados.
28 de abril, primera vuelta mirando a Madrid. El label antirepresivo cotiza, y además tiene algunos efectos secundarios positivos. En el caso de Junts per Catalunya, por ejemplo, permite mantener una mínima cohesión en un espacio político que es difícil pensar que no implosione tras este ciclo electoral –si bien ello dependerá, como todo en este negocio, de los resultados finales–.
Así, en las elecciones al Congreso será cabeza de lista el expresidente de la ANC Jordi Sànchez, flanqueado por Jordi Turull en Lleida, Josep Rull en Tarragona y el abogado de Puigdemont, Jaume Alonso-Cuevillas, en Girona. En las listas del Senado asoma la cabeza el exconseller exiliado Lluís Puig. Lo llamativo de la lista apenas logra esconder, sin embargo, que quedan fuera nombres como Carles Campuzano o Marta Pascal, del sector moderado del PDeCat, el partido originalmente sucesor de Convergència al que ahora se ha relegado a un mero papel de comparsa. JxCat necesita poner toda la carne en el asador para intentar, una vez más, que las encuestas no se cumplan.
En ERC, a su vez, ya han visto cómo esos sondeos han sido desmentidos por los resultados más de una vez, por lo que no se fían. La elección de Junqueras como número uno tanto para las estatales como para las europeas –así como, en cierta medida, la predisposición a extender la alianza con EH Bildu a Madrid– responden a esta inquietud. Además, en el caso de los republicanos, tiene otro efecto secundario: disimular la dificultad que el partido tiene para apuntalar nuevos liderazgos.
Europeas, cara a cara con el 21D en la memoria. En las elecciones de mayo, que vendrán marcadas por los resultados del 28 de abril, serán las europeas las que, con permiso de Barcelona, despierten mayor atención, dado que tanto Puigdemont como Junqueras encabezarán sus respectivas listas electorales.
La del exilio es una idea poderosa en el imaginario colectivo catalán. El 21 de diciembre de 2017, Puigdemont le ganó la partida a ERC con su promesa de regreso desde el exilio. Luego ni volvió –para no ser detenido– ni Esquerra lo quiso investir a distancia –para proteger una figura en pretendida alza, Roger Torrent–, lo que inauguró un bloqueo de la política institucional catalana que, en cierto modo, sigue vigente. Un éxito de la represión española, responsable principal de la situación.
Ahora Puigdemont vuelve a la carga. El lunes aseguró que volvería a Barcelona si consigue el acta de diputado. El problema es que, probablemente, la Junta Electoral Central le obligue a presentarse en Madrid para lograr dicha acta. En este caso, al menos, el rifirrafe posterior no será con ERC, sino con las instituciones europeas, a las que puede llegar a poner en un brete, pues cabe recordar que Puigdemont está en Bélgica de forma legal. De paso, y mirando a casa, el paso del expresidente pone de relieve la complicada e incómoda situación del PNV en el contexto actual.
A nivel personal, además, tiene todo el sentido del mundo que el president quiera un escaño en el Parlamento Europeo, pues en la práctica, una vez superada la etapa de las euroórdenes –que siempre pueden regresar–, su figura política corre el riesgo de caer en el olvido. Puigdemont ha demostrado habilidad en gestionar sus siete vidas políticas –es una incógnita saber cuántas le quedan–, pero frustrar de nuevo la promesa del regreso no parece un gran negocio a largo plazo.
No avancemos, de todos modos, acontecimientos. De momento, baste constatar que este cara a cara no hará sino poner en primer plano esa pugna que tanto tiene de político como de personal, haciendo prácticamente imposible el mínimo trabajo en común y condenando al juicio a un papel secundario al servicio de la batalla electoral.