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Robin Hood cuelga su arco: Dirk Nowitzki se retira

Después de encestar 30 puntos ante los Phoenix Suns, Dirk Nowitzki dice adiós a sus incondicionales de los Dallas Mavericks, poniendo punto final a 21 años de carrera, vistiendo siempre el número 41 de los Mavs, la más longeva en la historia de la NBA con un mismo equipo.

Dirk Nowitzki se despide de su afición de los Dallas Mavericks (Ronald MARTINEZ / AFP PHOTO)

«Como podéis esperar, este ha sido mi último partido en casa». Palabra de Dirk Nowitzki, minutos después de meterle 30 puntos a los Phoenix Suns y de que los Dallas Mavericks hayan ganado a los de Arizona por 120-109. «Este ha sido mi último partido en casa». Pausa. Silencio emocionado y atronadora ovación que retumba por todo el American Airlines Center. Minutos antes, Mark Cuban, dueño de la franquicia texana, anuncia que el número 41 de «Robin Hood» –en honor al finado Andrés Montes– será retirado y que penderá del techo del pabellón «lo antes posible», a lo que Nowitzki replica que «te aseguro que asistiré a la ceremonia», para mayor algarabía del público. «Gracias a los aficionados que tanto me han apoyado estos 21 años. Gracias a los más de 200 compañeros de equipo que he tenido todo este tiempo por apoyarme y ayudarme. Gracias a mis padres, a mi hermana, porque habéis venido hasta aquí desde Alemania, y a tantos aficionados que habéis venido de todas partes del mundo. Gracias a todos; me habéis dejado sin palabras». Mutis, abrazo sentido con Mark Cuban, telón y cierre (Aquí la ceremonia entera, con la presencia de los ídolos de Nowitzki: Scottie Pippen, Charles Barkley, Larry Bird, Shawn Kemp y Detlef Schrempf).

Poco más que añadir. O quizá sí. Para empezar, retrotraernos al 12 de junio de 2011, al American Airilines Arena de Miami. Sexto partido de la finalísima entre los Heat de LeBron James, Dwayne Wade y Chris Bosh y los Mavs de Nowitzki, Jason Kidd, JJ Barea, Pedja Stojakovic o Jason Terry. El marcador es de 95-105 y los segundos corren hacia el cero, evidenciando que la franquicia texana se iba a imponer por 2-4 contra todo pronóstico, ganando así el primer anillo de la historia de la franquicia. Sobre el parqué, el entrenador Rick Carlslile y el dueño Mark Cuban se fundían en un abrazo, pero las miradas se sorprendían viendo cómo una figura sospechosamente parecida a Dirk Nowitzki se escurría entre el gentío para vivir en soledad la alegría y su particular desquite. «Stay soft, Dirk», «sigue siendo un blandengue, Dirk», alababan las exégesis posteriores, el famoso diario del lunes que sabe perfectamente por qué las cosas han salido como han salido y no como estaban planeadas.

Era aquel del 12 de junio de 2011 un Dirk Nowitzki que se arrancó de cuajo la espina de la final de 2006, cuando los Mavericks parecían a punto de sentenciar la eliminatoria, y lo que pudo haber sido un 3-0 acabó siendo un 2-4, precisamente para los Miami Heat. ¡Cuánta frustración! ¡Cuántas críticas a un jugador tallado como si del «David» de Miguel Ángel fuera, marcando un estilo propio, reconocible e irrenunciable, bajo la batuta del entrenador Holger Geschwindner! Y si la eliminación de 2006 fue hiriente, la de 2007 fue peor. Dallas había ganado 67 partidos y Dirk Nowitzki resultaba elegido MVP de la temporada, siendo el primer jugador europeo en conseguirlo... todo para que unos Golden State Warriors todavía muy lejos de lo que son hoy los apearan ¡en primera ronda! por 2-4. Todos aquellos fantasmas salían exorcizados camino de los vestuarios, en la atronadora soledad de miles de cámaras y ojos vigilantes, aquel 12 de junio de 2011. Aquella celebración tan íntima, que casa perfectamente con el discreto adiós de una estrella de la NBA con todas las de la ley, que hasta el partido de los Suns no ha dicho esta boca es mía. Robin Hood cuelga su arco después de 21 años. «Me habéis dejado sin palabras».

One Club Man

«Llegué de Alemania hace 21 años y aquí me quedaré a vivir. Soy un texano más». Con 21 temporadas en la NBA, la carrera más longeva que se recuerde, a punto de cumplir los 41 años, Dirk Nowitzki dice adiós. Todos ellos en los Mavs, estableciendo así el récord de longevidad en una misma franquicia; todo un «One Club Man» que ha traído, por un lado, el único anillo que los Mavericks tienen en su palmarés, amén de la confirmación de que el los jugadores europeos pueden liderar una franquicia de la NBA. Y triunfar.

Elegido en el noveno lugar del draft de 1998 por los Milwaukee Bucks –siendo la mejor elección de la historia de un jugador europeo, hasta la llegada de los Pau Gasol, Bargnani, Porzingis y demás–, Nowitzki pasó a los Mavericks aquella misma noche del draft, ya que el excéntrico y visionario entrenador Don Nelson ansiaba tenerlo consigo –a él y a Steve Nash, cosa que consiguió, en una carambola a tres bandas entre los Bucks, Dallas y Phoenix Suns–, al tiempo que los Bucks se hicieron con el pívot Robert «Tractor» Traylor, elegido por los propios Mavs en sexta plaza de aquel draft. La única experiencia profesional de Nowitzki hasta la fecha había sido DJK Würzburg, de su ciudad natal, al que llevó a la máxima categoría de la Liga Alemana, mientras que las alertas por su presencia saltaron con sus 33 puntos en el célebre Nike Hoop Summit, partido que disputaban selecciones jóvenes de los Estados Unidos y del resto del mundo. En los entrenamientos privados antes del draft, el entonces ténico de los Celtics Rick Pitino había vislumbrado a aquel desgarbado alemán como un nuevo Larry Bird. Por una vez, la exageración de Pitino no estaría tan mal tirada.

Pero le costó a Nowitzki adaptarse y ser reconocido. Como dice Máximo José Tobías en el libro «Invasión o Victoria» –publicado por Ediciones JC– que escribiera mano a mano con el vizcaino Gonzalo Vázquez, «lo único en lo que destacaba Nowitzki era una versatilidad mal entendida: jugaba igual de mal de alero que de ala-pívot». El duro ritmo de partidos y viajes y la exigencia física de la NBA no daban tregua, al tiempo que tuvo que acostumbrarse a jugar de ala-pívot, porque un alero de 213 centímetros sonaba a broma. Apodado «Irk» en sus primeros días –No D, por su mala Defensa–, Nowitzki fue despertando de a poco, pero lejos de encandilar a nadie, promediando en su primer año 8,2 puntos y 3,4 rebotes. Aquella primera campaña, con 19 victorias en 50 partidos –fruto del lockout–, fue «frustrante» para el joven Nowitzki, quien ya tenía las herramientas para triunfar, pero faltaba pulirlas.

Por algo el coach Holger Geschwindner había convencido años atrás a Dirk de que no escuchara los cantos de sirena de la NCAA –como tampoco escuchó los del Barça, por ejemplo, pese a sus insistencias– porque en juego universitario iban a limitarse a ver a un jugador alto y nada más. Dirk, hijo de deportistas; su madre, Helga, fue una jugadora de baloncesto profesional y antigua integrante de la selección alemana; su padre, Jörg-Werner, fue jugador de balonmano llegando incluso a ser internacional; su hermana mayor, Silke, se dedicó al atletismo y luego al baloncesto. Geschwindner ideó planes poco ortodoxos para su pupilo, como por ejemplo huir de la musculación y centrarse en la coordinación, en ejercicios de pase y tiro característicos del número 41. Aparte, obligó a Dirk a cultivarse leyendo y tocando algún instrumento. El contacto y reconocimiento mutuos no han cesado nunca.

La llegada del multimillonario Mark Cuban y el entrenador Rick Carlslile acabaron por ser la guinda que precisaba Nowitzki para explotar de una vez y para siempre. El resto, como se suele decir, es historia. A punto de cumplir 41 años y a falta de cerrar su carrera en la cancha de los San Antonio Spurs, Nowitzki es el sexto máximo anotador de la historia de la NBA, con 31.540 puntos, superando el pasado mes de marzo a una leyenda como Wilt Chamberlain; ha sido 14 veces All Star y las comparaciones con Larry Bird dejaron de sonar a chiste, al punto de que el propio Larry Bird ha estado, junto con Scottie Pippen, Charles Barkley, Shawn Kemp y Detlef Schrempf, en la ceremonia de su despedida.

Un líder que aprendió a ser líder

Pero quedaba por demostrar que podía llegar a ser un líder. Después de que en 2003 perdiera la Final de la Conferencia Oeste por 4-2 ante los Spurs –la segunda Final de Conferencia tras ceder por 4-3 ante los Lakers en 1988– en 2006 Nowitzki llevó a los Mavs a su primera Final de la NBA ante los Miami Heat de Dwayne Wade –MVP de aquella Final y que, curiosamente, se retira al mismo tiempo que Nowitzki– y Shaquille O'Neal, y pasó lo que pasó. En 2007, su MVP de la temporada se vio bañado en hiel cuando los Warriors de ¡Don Nelson! se cruzaron en su camino. Nueva Orleans, Denver y San Antonio fueron los verdugos de los Mavs en sus siguientes citas de postemporada, hasta que en 2011 superaron a Portland, Los Angeles Lakers –los entonces campeones se llevaron un 4-0 morrocotudo, con el canto del cisne de Pedja Stojakovic– y los Oklahoma City Thunder de Kevin Durant, Russell Westbrook, James Harden o Serge Ibaka. Pero en la Final estaba Miami Heat, con la llegada de LeBron James tras su culebrón televisivo de «The Decision», que se juntaba con Wade y Chris Bosh, una idea creada al calor de los Juegos Olimpicos de Beijing 2008.

Nadie daba un duro por los Mavs, básicamente porque el juego y el físico de los «Beach Boys» se suponía que iba a imponerse. Y así fue hasta el segundo partido de aquella serie, cuando los Mavs remontaron un 73-88 adverso con un parcial de 22-5, con Nowitzki anotando los nueve puntos finales de los texanos, especialmente el 95-93 final, un característico posteo a seis metros del aro, con Chris Bosh pegado a su espalda, para culminar la jugada con un reverso casi a cámara lenta, y anotar una bandeja con la izquierda nada espectacular, casi vulgar, pero capaz de poner a toda la NBA patas arriba.

Y por si esto fuera poco, aunque tal vez tenga tanto de verdad como de leyenda: sus 40º de fiebre cuando logró 21 puntos, 10 en el cuarto período, para que los Mavs ganaran el cuarto partido de aquella serie por 86-83, una suerte de «flue game», émulo de aquel que jugó y ganó Michael Jordan con los Bulls ante Utah en 1997. Dirk Nowitzki quizá nació para ser líder o quizá aprendió a serlo. Pero lo cierto es que lo fue y llevó a sus Dallas Mavericks hasta el anillo. Y ahora son los propios Mavs los que despiden a su líder, a su Robin Hood que cuelga al fin el arco, como merece. Ahora, entre otros, estarán Luka Doncic y Kristaps Porzingis, y otros que van a llegar. Dirk Nowitzki también estará, aunque ahora siga en la grada, porque ya es «un texano más».