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El crisantemo y la espada

Akihito oficializó ayer su renuncia cediendo dos de los tesoros del trono del Crisantemo que ha custodiado estos 30 años: la espada kusanagi y una joya de jade.


Akihito oficializó ayer su renuncia cediendo dos de los tesoros del trono del Crisantemo que ha custodiado estos 30 años: la espada kusanagi y una joya de jade.

«El Crisantemo y la espada». Así tituló en 1946 la antropóloga Ruth Benedict el análisis de la sociedad japonesa que le encargó la potencia ocupante estadounidense, incapaz de entender la idiosincrasia de los vencidos. Una idiosincrasia compleja como pocas y que combina dureza y dulzura, intransigencia y empatía, brutalidad y una delicadeza y gusto por el más ínfimo –mayor– detalle.

La obra, de obligada lectura (en Alianza Editorial en castellano), evidencia el asombro que generaba en los occidentales la veneración religiosa del emperador, que a la vez era poco más que puramente ornamental y estuvo históricamente condicionada por la figura del shogun (militar y gobernante de facto), que era la figura central en un mundo feudal que persistió hasta bien entrado el siglo XIX.

Mucho ha cambiado Japón desde entonces (incluida su derrota-ocupación en 1945) pero conocer la historia quizás ilustre los entresijos de la abdicación de un Akihito criticado por los sectores conservadores en torno al militarista primer ministro nipón, Shinzo Abe (¿aspirante a shogun?), que sueñan con el retorno de un emperador cuasidivino y, por tanto, maleado-aislado en su palacio de Kioto.