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Cabestros, protagonistas insólitos de un encierro convertido en prueba atlética

El encierro es –y será– imprevisible y potencialmente mortal por naturaleza, pero 2018 mostró hasta qué punto las medidas de seguridad están consiguiendo domarlo. Ninguna de las ocho carreras superó los tres minutos de duración y solamente hubo dos corneados. Una de las claves está en una finca de Madrid y siembra polémica.

Los toros casi ni se ven entre los cabestros en la entrada a la curva de Estafeta el pasado año. (Idoia ZABALETA | FOKU)

La localidad madrileña de Estremera es conocida en Euskal Herria por albergar una cárcel, pero acoge también una ganadería –más bien parada de bueyes– denominada El 1. Es la que desde el pasado año suministra los diez cabestros que desde hoy y hasta el 14 se encargarán de llevar a la manada de toros hasta los corrales de la Plaza. Se trata de «bueyes atletas», como los define con una mezcla de ironía y malestar la Mesa del Encierro que desde hace años trata de velar por la identidad histórica de la carrera.

Que los cabestros, antes personajes secundarios por no decir inexistentes, se hayan convertido en protagonistas da una pista de hacia dónde evoluciona el encierro de Iruñea. En la prioridad concedida a blindar la seguridad, estos toros castrados antes de llegar al año de edad tienen un papel determinante. Y un rol de estrellas que remarcó la propia ganadería el año pasado, cuando bautizó como «el Ronaldo de los bueyes» a un ejemplar llamado Preciso, que se mostró efectivamente como un bólido.

Gracias a ellos, y también al antideslizante aplicado desde 2006 en el recorrido (1.500 litros este año), se han extinguido prácticamente aquellas caídas de toros que, sobre todo en la curva de Estafeta, rompían la manada. Y así fue como, por primera vez en la historia desde que existen datos fiables, en 2018 ninguno de los ocho encierros superó los tres minutos de duración, y solo produjeron dos cornadas, ambas menos graves.

Con los cabestros llega también la polémica. Los «puristas» lo consideran como un nuevo factor que desnaturaliza la carrera. Y que hace que aquella diversión inicial de los carniceros de Santo Domingo que se echaban a la calle para correr ante las reses a finales del XIX, después reconvertida por los «divinos» de los 70 y 80 en arte de llevar los toros a la Plaza a punta de periódico y vestidos de blanco, sea hoy una prueba atlética más en la era de los runners, deportes de riesgo y selfies. Una especie de parkour, ese juego de saltar mobiliario urbano... pero con dos astas que matan detrás.

 



Vistos los datos del año pasado, efectivamente a estas alturas parece más interesante saber si un encierro bajará de los dos minutos (barrera mítica similar a aquellos diez segundos de los 100 metros lisos) que si las carreras dejarán emociones y heridos. No parece lejos el día. El 14 de julio de 2015 todos los Miura hicieron el recorrido de los corrales de Santo Domingo a los del coso en dos minutos y cinco segundos. El año pasado se registró un 2.12.

Algunas referencias para que se entienda la velocidad que suponen tales cifras. El récord mundial de los 800 metros lo tiene David Rudisha con 1.40. Pues bien, en 1997 un toro de Jandilla llamado Huraño hizo estos 850 de Iruñea en 1.45, pese a estar rodeado de un tupido tapón humano. En la Carrera del Encierro presanferminera que organiza la peña La Jarana, celebrada el pasado domingo, el ganador invirtió 2.01.

¿Hace falta ir tan rápido? Para quienes defienden el encierro tradicional, no; resta encanto, difumina la esencia de Iruñea y excluye a quien no sea un atleta. Para quienes priorizan la seguridad, sí; menos tiempo es menos riesgo y manadas compactas son menos embestidas. La polémica está servida y va más allá de los gustos; los «securócratas» recuerdan por ejemplo que es la propia sostenibilidad de la carrera la que está en juego cada día, al ser una actividad televisada en tiempo real y monitorizada por todo el planeta, que difícilmente asumiría una sangría en directo.

Pero no solo es cuestión de cabestros y antideslizante. También los toros y los mozos corren muy diferente a antaño. Desde Huraño hasta aquí, los morlacos escogidos para Iruñea son entrenados por las ganaderías minuciosamente en el campo, corriendo con los caballos y haciéndoles atravesar puertas estrechas que se asemejen al túnel que hallarán en Santo Domingo o Estafeta. También resulta muy evidente que esos bureles cabecean menos que hace unas décadas, aunque a los ganaderos y mayorales no les gusta detallar los motivos.

En cuanto a los mozos y mozas, los estudios que viene realizando el Ayuntamiento de Iruñea en los últimos años están siendo muy reveladores y desmontando muchos tópicos. Para empezar, el mito de la masificación se está corrigiendo: de un tiempo a esta parte cada año se registran menos participantes (en 2018 oscilaron entre los 2.094 del primer día y los 1.521 del penúltimo, cuando en las primeras mediciones se superaban los 3.000).

No menos sorprendente es que más del 85% diga que ha descansado antes de correr o que el 99% se declare plenamente consciente de que puede llegar a morir, cuando más del 50% de los participantes son extranjeros llegados a Iruñea sobre todo a disfrutar la fiesta y a hacerlo de noche. Ello apunta a que hay un perfil concreto de corredor del encierro dentro de la multiforme tropa de turistas sanfermineros: amantes del riesgo, sin duda, y deportistas también muy probablemente.

La última derivada, paralela a lo anterior, de este encierro moderno es la mediática. Desde la citada Mesa del Encierro se vuelve a insistir este año en dos demandas: que la señal televisiva sea controlada institucionalmente por el Ayuntamiento de Iruñea y que los corredores vistan de blanco y rojo, es decir, que se potencie  el anonimato. Deplora la estrategia de TVE de añadir pluses de espectáculo deportivo al encierro («camisetas inteligentes» a los corredores, seguimientos personalizados…) y considera que ello contribuye a que efectivamente la mítica carrera de mozos y toros se parezca cada vez más a una competición atlética más.

Desde el Ayuntamiento se va sancionando este exceso de protagonismo. Grabarse corriendo con una cámara GoPro o pretender hacer sobrevolar un dron sobre el recorrido han sido castigados con 1.500 euros. ¿Mucho? ¿Poco? Lo seguro, y sorprendente sin duda, es que en 2018 hubo más multados (cinco) que corneados (dos). Todo un signo de los tiempos.

 

CRONOLOGÍA DE LO IMPREVISIBLE

Pese a que las novedades introducidas a lo largo de la historia hayan convertido el encierro de Iruñea en una actividad más controlada, lo imprevisible y lo dramático se cuelan en él de una forma más que puntual. Estas son solo unas pequeñas muestras de ayer y hoy.

1886: Cuando todavía faltaba medio siglo para que se incorporaran cabestros a la carrera, se produjo el encierro más largo del que existe constancia. Seis horas y media transcurrieron desde que salieron los astados a las 6.00 hasta que el último entró en los corrales a las 12.30. Más conocido (y mejor documentado) está el caso de 1958, cuando hubo que terminar echando mano de un perro llamado Ortega para que provocara y llevara a los corrales de la Plaza a un toro que no quería entrar. Ortega fue paseado a hombros como un héroe.

1939. Recién acabada la guerra, el vallado del encierro no resistió la embestida de un morlaco llamado Liebrero, que se escapó del recorrido persiguiendo a una niña de 10 años y corneando finalmente a su madre junto a las taquillas de la Plaza de Toros. Fue abatido a tiros por un policía. Tras ello se introduciría el doble vallado.

1947. Un toro rezagado llamado Semillero mató a dos hombres en la misma carrera: Casimiro Heredia en Estafeta y Julián Zabalza en la Plaza.

1975-77. Los 70 fueron la década de los montones. Tras provocar uno de ellos la muerte en 1975 de Gregorio Gorriz, corneado sin poder escapar de la trampa humana, se optó por abrir las gateras en las paredes del callejón que permiten huir a una galería interior. Pese a ello, en 1977 fallecería en otro montón en el mismo lugar el joven de 17 años José Joaquín Esparza, esta vez aplastado.

1980. Como Semillero 33 años antes, un toro llamado Antioquío acabó con la vida de dos personas a cornadas: un joven de Cintruénigo (en el Ayuntamiento) y otro de Badajoz (en la Plaza).

1988. Un Cebada Gago llamado Doloroso II se volvió a los corrales desde el Ayuntamiento, protagonizando un encierro que duró más de 8 minutos. En la bajada corneó muy gravemente a un mozo de Iruñea, en el vallado junto al mercado.

2013. Primer gran montón televisado en directo. Los reflejos de un operario al que se le ocurrió abrir el portón lateral del callejón para que los toros accedieran por ahí al ruedo lo solucionó, tras dos minutos de angustia total. No hubo desgracias, pero solo un minuto más hubiera sido fatal.

2015. El morlaco Curioso se volvió y entró a los corrales nada más iniciar el encierro. Se decidió dejarlo encerrado para evitar una situación muy peligrosa. Fue bajado a los corrales del Gas en un encierrillo a la inversa y llevado de ahí a la Plaza de Toros en camión.