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La izquierda norteamericana sacude con fuerza a la ortodoxia económica

Economistas como Stephanie Kelton, asesora del candidato demócrata Bernie Sanders, están cambiando los términos del debate económico en EEUU. Cuestionan los dogmas neoliberales sobre el déficit o el exceso de deuda y plantean propuestas dirigidas a mejorar el empleo y a profundizar el reparto de la riqueza.


La pugna por el liderazgo en el Partido Demócrata de EEUU tras la derrota frente a Donald Trump en 2016 ha encendido el debate político con propuestas innovadoras como el Green New Deal o Nuevo Pacto Verde. También en el ámbito económico la controversia está servida. Una de las figuras más destacadas de estos debates es Stephanie Kelton, largo tiempo profesora en la Universidad de Kansas City (Missouri) y actualmente en Stony Brook, una universidad de Nueva York situada en Long Island. Sus detractores señalan que ambas instituciones se sitúan en los puestos 564 y 182, respectivamente, en la lista de universidades norteamericanas que elabora la revista Forbes. Pobres argumentos rebati- dos magníficamente en el libro de Cathy O’Neil “Armas de destrucción matemática”, que describe lo nefastas que son esas clasificaciones para medir la calidad de la enseñanza.

Esta profesora de 49 años ha sido también economista jefe de la minoría demócrata en el comité de Presupuestos del Senado estadounidense. Durante la anterior campaña a la nominación demócrata fue la asesora del senador por Vermont, Bernie Sanders. Se ha enfrentado a figuras consagradas como el Nobel de Economía Paul Krugman o el ex secretario del Tesoro con Bill Clinton, Larry Summers, que calificó sus ideas como «economía vudú». Kelton es una de las principales defensoras de la Teoría Monetaria Moderna que considera que un Estado soberano no puede quebrar y, por tanto, rebaja la importancia de los déficit en las cuentas públicas.

Ideas erróneas sobre el déficit

En una artículo publicado en “The New York Times”, Kelton explicó que el plan de Donald Trump de bajar impuestos no era peligroso porque dispararía el déficit público, sino porque el recorte de impuestos a los ricos no era un modo eficaz de promover el gasto general y, en consecuencia, el crecimiento del empleo.

En su razonamiento señalaba que cuando el Gobierno gasta más de lo que ingresa se produce un déficit en sus cuentas, pero esa solo es la mitad de la historia, porque en otra parte aparece un superávit. Si gasta cien y recauda noventa tiene un déficit de 10, pero alguien tiene 10 euros adicionales para gastar. Los políticos ven el déficit en los libros del Gobierno, pero no quieren ver el superávit en las cuentas de la economía de la nación y se empeñan en borrar ese déficit y, en consecuencia, el superávit que ha generado en el sector privado.

Evidentemente los déficit hay que financiarlos y Kelton señala dos vías. Por un lado, el Gobierno con sus gastos: cuando paga sus cuentas, vuelve a mandar dinero a la economía con lo que crea condiciones para que el déficit pueda ser financiado. Por otra parte, el nuevo dinero inyectado por el déficit, en parte terminará financiando los bonos del Gobierno.

Desde este punto de vista, el recorte de impuestos y el modo en que se gasta el presupuesto es muy importante para estimular la economía y luchar contra las desigualdades. A fin de cuentas, la pregunta es quién se queda con el mayor gasto del Estado y a dónde va el superávit que se genera por recaudar menos impuestos.

Un ejemplo cercano lo tenemos en Euskal Herria. Aquí el PNV continúa regateando míseros incrementos de salarios al personal de limpieza o de las residencias o recorta en Atención Primaria mientras que no tiene reparo en seguir financiando a las constructoras para que sigan taladrando y cementando nuestros suelos. Así, difícilmente se puede estimular la economía para que se cree más empleo.

Un poni a cada estadounidense

En su último libro, Hillary Clinton se burló de las promesas que había hecho Bernie Sanders sobre una sanidad gratuita o una universidad sin matrícula, señalando que su compañero de partido sería capaz de ofrecer un poni a cada estadounidense. Stephanie Kelton recogió el guante y en un artículo en “Los Angeles Times” señaló que esa propuesta sería perfectamente realizable, siempre que la economía fuera capaz de criar los suficientes ponis.

En caso contrario, si el Estado intentase comprar demasiado de algo y la economía fuera incapaz de responder a esa demanda, lo único que conseguiría sería que subieran los precios, es decir, que la inflación aumentase.

El límite al gasto del Gobierno viene dado por la existencia de recursos suficientes: no tiene sentido invertir en más hospitales si no van a tener uso por falta de personal, por ejemplo. Esos gastos que no movilizan recursos sí que provocan que los precios suban.

En consecuencia, Kelton defiende que el ajuste del presupuesto tiene que buscar un uso eficiente de los recursos disponibles de la economía: personas, fábricas, materias primas..., a fin de lograr que la economía cree nuevos empleos.

«Las palabras deuda y déficit han sido armadas para fines políticos, sirven como armadura para que los políticos nieguen recursos a las comunidades en dificultades o exijan recortes en los programas más populares», escribe Kelton.

«En un mundo más racional reconocerían que el riesgo del gasto excesivo es la inflación y no la bancarrota», concluye Kelton, una de las economistas de moda que está cambiando los términos del debate económico.

 

Una propuesta: el trabajo garantizado

Coherente con la concepción del dinero de los impulsores de la Teoría Monetaria Moderna es la propuesta del trabajo garantizado. A diferencia de la demanda de una renta básica universal, los defensores del trabajo garantizado se apoyan en la declaración universal de los derechos humanos que, entre sus enunciados, recoge expresamente el derecho al trabajo.

Proponen crear una bolsa de empleos remunerados con el salario mínimo que sería ofrecida por el sector público a todas aquellas personas que desean trabajar y no encuentran empleo. La idea es organizar un sistema dual de empleo privado y empleo público que sea lo suficientemente flexible como para que cuando aumente la actividad del sector privado, el empleo público baje; y viceversa, cuando la actividad del sector privado se contraiga, el sector público aumente su oferta de empleo.

Según sus defensores, la propuesta de trabajo garantizado funcionaría como un estabilizador automático. Cuando la actividad declina el sector público aumentará la cantidad de trabajadores que acceden a uno de estos trabajos. De esta forma, durante la recesión aumentará el gasto del Estado en forma de salarios, estimulando la demanda y apoyando la recuperación económica. Correlativamente, cuando el sector privado se expanda, los trabajadores abandonarán sus empleos en el sector público por los mejor remunerados del sector privado, recortando automáticamente el gasto del Estado y, por consiguiente, también el estímulo económico, que en la fase expansiva ya no será necesario. De esta forma el trabajo garantizado por el Estado funcionará como un estabilizador automático. Además, permitirá controlar la inflación al reducir el gasto cuando este no es necesario. Con esta propuesta organizarían un sistema de empleo flexible y mixto –público y privado– que garantizaría el pleno empleo.

Además, al estar abierto a todo el mundo, aquellas personas con un empleo por debajo de 35 horas semanales podrían completar su jornada laboral y sus ingresos. De esta forma, el trabajo garantizado permite reemplazar subempleo por un empleo remunerado (hasta las horas deseadas) que proporciona un salario mínimo que evita la pobreza y exclusión social. IE

 

El enfoque: la Teoría Monetaria Moderna

Los teóricos de esta corriente parten de la idea de que el dinero no ha surgido para facilitar el comercio, como habitualmente se cree, sino que ha sido creado por el Estado para controlar la riqueza del país. Con ello quieren subrayar que la moneda más que una mercancía especial es un instrumento creado por la ley, y por lo tanto, representativo del poder del Estado. Y según las reglas que fije la ley, la moneda funcionará de una manera u otra. De este modo, el debate sobre la moneda se desplaza del ámbito de la economía pura y se sitúa en la esfera del poder.

Desde esta perspectiva, corresponde en exclusiva al Estado el monopolio de la creación de dinero. En principio, por tanto, la capacidad de emitir dinero del Estado es infinita. El único límite que un Gobierno ha de considerar es el de la capacidad productiva, los recursos y la fuerza de trabajo disponible en el territorio de ese Estado. Si se emite dinero por encima, la cantidad «sobrante» para lo único que servirá es para que la inflación crezca.

Según esta visión de la moneda, el Estado crea dinero cuando gasta y lo destruye cuando cobra impuestos. De alguna forma, con su razonamiento esta corriente da la vuelta a la creencia tradicional de que primero se cobran los impuestos y después el Estado gasta el dinero recaudado. Este cambio de punto de vista permite relativizar la importancia de que el presupuesto aprobado por un Gobierno sea deficitario y la deuda se acumule. Si se puede crear dinero sin problemas, siempre que se respete la capacidad productiva, la cantidad de trabajo y de recursos disponibles, se elimina la preocupación por el déficit excesivo. El Estado no puede quebrar. Buenos ejemplos de esta situación serían las estratosféricas deudas sin inflación de EEUU o Japón; en este último caso alcanza 2,3 veces su PIB.

Las ideas de estos economistas suponen un ataque frontal a las posiciones de los ordoliberales alemanes, cuya criatura más querida, el euro, se creó con unas reglas que lo convierten automáticamente en moneda extrajera para todos los países que lo utilizan. Crearon una moneda que resta soberanía a los gobiernos que la adoptaron, ¿pero quién la gana? IE