Ulises en tierra de nadie
[Crítica: ‘Varados’]
La cineasta de Altsasu Helena Taberna nos propone una mirada caleidoscópica en torno a las vivencias cotidianas y anhelos compartidos por quienes han sido señalados por la sociedad como «refugiados de larga duración» y que dejaron atrás sus lugares de origen para huir del horror de la guerra y reiniciar sus vidas.
La ruta que se inicia en el campo de refugiados de Eleonas y el edificio ocupado Single Men de Atenas, compone un mosaico de testimonios y secuencias cotidianas en las que no hay lugar para la sensiblería y sí para una conducta ordenada en la que los refugiados dictan sus propias normas de convivencia y se esfuerzan en su empeño por orquestar una rutina que les devuelva su dignidad como seres humanos.
La cámara de Taberna capta cada una de las impresiones que nos sirve un variado grupo de personas que, como en el caso de Muhammad, simboliza toda una declaración de intenciones cuando afirma «ayer leí que tienes que cuidar de ti mismo porque nadie va a morir en tu lugar». En las palabras de quienes llegaron desde Siria, Líbano o Afganistan también se revela la reivindicación de una cultura mediterránea que las autoridades europeas dejaron de creer hace mucho tiempo.
Ligado a una silla de ruedas, Muhammad resume parte de una mentalidad coral que convive en estos enclaves. Ingeniero en Siria, malvive cocinando falafel en Atenas y mantiene contacto telefónico con su familia mientras aguarda que la burocracia dicte sentencia. Este es el estado de «ingravidez» legal en el que se encuentra una comunidad que comparte la inseguridad que provoca no saber muy bien qué ocurrirá con ellos.
La autora de películas como ‘La buena nueva’ reniega en todo momento del subrayado y apuesta por un relato natural y, con el respaldo de la asociación Zaporeak, nos acerca la odisea incierta de estos Ulises que mantienen vivo el recuerdo de su Ítaca.