Estado en excepción
[Crítica: ‘Mientras dure la guerra’]
No es un trozo de tela cualquiera; es todo lo que este simboliza. Una bandera ondea, de manera casi hipnótica, por obra de la fuerza de un viento que no cesa. Con esta imagen arranca ‘Mientras dure la guerra’; con un plano cuyo planteamiento y posterior evolución confirman una primera secuencia que se descubre como brillante carta de presentación. No olvidemos que, para su séptimo largometraje, Alejandro Amenábar decide partir de la osadía (o directamente insensatez) de resucitar los fantasmas de uno de los episodios más oscuros de la Historia española.
Para desvelar un poco el misterio, de lo que se trata aquí es de desenterrar las incomodidades de la Guerra Civil; de ese choque sangriento resuelto con la clásica división entre vencedores y vencidos. Resultado final que, ya lo sabemos, en este caso sirvió principalmente para avivar el fuego, o sea, para incidir en los recelos y rencores de dos bandos condenados a estar permanentemente atrincherados, uno enfrente del otro. Hay quien habla de «las dos Españas»; en cualquier caso, el punto de partida es un pasado mal resuelto, que impregna el presente con el hedor de unos cadáveres igualmente mal enterrados.
Son conceptos visuales que inevitablemente vienen con su correspondiente carga metafórica. Es un material sensible, sin lugar a dudas, cuyo análisis, por supuesto, entraña el serio y altísimo riesgo de herir sensibilidades. Pero es que una buena clase de Historia (es decir, indagar en los males del pasado para entender los vicios del presente) se supone que tiene que jugar con esto. Así que volvamos a esa bandera, demostración palpable de la conciencia con la que Amenábar trata la carga (maldita) de las imágenes con las que construirá este relato. En el centro de la imagen, vemos las dos columnas de Hércules, y la inscripción “Plus Ultra”, y las armas de Castilla, de León, de Navarra y de Aragón.
Todos los elementos en su sitio; todo en orden... lo que pasa, y esto es crítico, es que lo estamos viendo todo en blanco y negro... hasta que a los pocos segundos se va ampliando el espectro cromático. Aquel escudo ahora resulta que está rodeado por el amarillo, y luego, arriba, aparece el rojo. Y justo después, tras unos últimos momentos de suspense, se concreta la última franja, con un morado que no deja lugar a dudas. Estamos en la Segunda República española. En los últimos días antes de que cambien los colores oficiales del Estado.
‘Mientras dure la guerra’ podría pasar, a simple vista, como un drama de época visto desde la atalaya privilegiada de las grandes celebridades. La historia (con minúscula) está planteada a través del seguimiento de dos personalidades destinadas a protagonizar un enfrentamiento dialéctico destinado, a su vez, a rubricar en los anales de la Historia (con mayúscula). En un lado tenemos al escritor e intelectual Miguel de Unamuno; en el otro, a José Millán Astray, militar fundador de la Legión. La inteligencia contra la muerte; España contra España.
Aunque el verdadero interés de la película está en la capacidad de Amenábar para ver todo lo que rodeó a este supuesto momento estelar de la humanidad. A propósito de esto último, y analizando el film en clave del célebre intelectual vasco (el indiscutible personaje central de la función), tanto el planteamiento, como el nudo, como el desenlace de su recorrido recuerdan a la micro-biografía que Stefan Zweig, maestro cronista, dedicó a Cicerón, quien precisamente pronunciara el último y muy digno grito de socorro de la agonizante república romana.
El problema es que dicho paralelismo se rompe en el punto crucial del epílogo. Ahí está la vergüenza colectiva que apunta Amenábar: en que el final trágico pero indudablemente épico del sabio de la antigüedad no encuentra su eco en un tiempo (llamémoslo era moderna) y un territorio muy poco abonados a la épica. Es el páramo de los grandes líderes; pasto deprimente de hombres dubitativos y acomplejados... Caldo de cultivo para la consagración de los reyes de lo menor. Las propias formas de la película (pálidos reflejos de la grandeza cinematográfica que algún día llegó a ostentar este director nacido en Chile) no dejan de ser un sobrecogedor síntoma del que, al fin y al cabo, es el objetivo central de la propuesta.
Me refiero, por supuesto a hablar de un mundo tan a la deriva, que los bandos (o colores) que supuestamente lo definen, hayan perdido casi por completo sus rasgos distintivos. En este sentido, el logro más remarcable de ‘Mientras dure la guerra’ es el retrato del tercer personaje en discordia: un Francisco Franco definido por una cautela y unas inseguridades (por un perfil bajo y muy gris, vaya) que, para mayor sobresalto, lucen como el germen de la clase política con la que nos ha tocado convivir. Gente aparentemente inofensiva, pero realmente peligrosa. Un estado de excepción para un Estado en permanente excepción. La muerte declaró la guerra a la inteligencia... y al final, ganó la mediocridad.