Perdidos en el limbo tibetano
[Critica: ‘Lhamo and Skalbe’]
Quienes hace tiempo que rondamos por esas extrañas y fascinantes casas de locos que son los festivales de cine, sabemos (o sospechamos) que las películas que ahí se proyectan no siempre llegan a ese privilegiado escaparate por méritos estrictamente artísticos. Tememos que la selección de títulos pueda estar motivada, a veces, por razones más cercanas a la política... o por qué no, a la geografía. Un gran certamen es, al fin y al cabo, una especie de barómetro cuyo alcance debe ser internacional.
El objetivo de celebraciones como Zinemaldia es el de tomarle el pulso a un arte que se manifiesta en cinco continentes y centenares de países. Es deseable, pues, que la Sección Oficial esté compuesta por cintas provenientes de todos los rincones del planeta, que hable en cuantos más idiomas mejor y que sea testigo de esas gentes y esas costumbres que, de no ser por el invento ese de las imágenes en movimiento, seguramente no llegaríamos a conocer jamás. Sobre el papel, el planteamiento parece que no tenga nada de incorrecto; al contrario, podría definirse directamente como “escenario deseable”.
Comento todo esto a cuento de ‘Lhamo and Skalbe’, cinta cuya presencia en la competición por la Concha de Oro difícilmente puede explicarse... a no ser, claro, que recurramos a este supuesto sistema de cuotas nacionales. La propuesta se traduce, al fin y al cabo, en una puerta abierta a conectar con una región y un modo de vida que sin lugar a dudas deberían saciar cualquier ansia de exotismo con la que pudiéramos haber llegado a Donostia. Dicho y hecho, del clima lluvioso de Gipuzkoa pasamos a la aridez de las montañas tibetanas.
Ahí, una pareja discute en los pasillos de unas oficinas gubernamentales que parece que se estén cayendo a trozos. El origen de dicha riña se debe a la imposibilidad de casarse que les plantea el implacable sistema en el que viven. Al parecer, él ya contrajo matrimonio tiempo ha y, hasta que este no se resuelva con su pertinente divorcio, no podrá volver a emitir voto nupcial alguno. Es desesperante, sí, sobre todo cuando dicha circunstancia se había mantenido en secreto.
El pistoletazo de salida lo marca pues una crisis de confianza a partir de la cual se van a activar una serie de sucesos que, en un principio, eran del todo imprevisibles. El arranque de ‘Lhamo and Skalbe’ podría recordarnos remotamente a la estupenda ‘Nader y Simin, una separación’, de Asghar Farhadi. Pero si el maestro iraní invocaba aquella bronca de broncas, era básicamente para plasmar aquellos debates y conflictos que, al final, nos hermanan a todos. Lo llaman condición humana. En otras palabras, poco importaba el origen de aquella producción, porque en sus diálogos podíamos vernos todos reflejados.
En cambio, el director y guionista Sonthar Gyal va a buscar justo lo contrario, es decir, ese factor diferencial que solo puede condicionar (y de qué manera) a los personajes de esa remota (para nosotros, claro) región donde ocurre la acción. La lógica del karma se apodera así de cada toma de decisiones, y claro, a ojos occidentales, este universo se antoja como un objeto de estudio ciertamente extraño. Y ya puestos, desconcertante... en el mal sentido, claro.
Así, lo que en un principio apuntaba a ser una tormenta dialéctica, al poco rato muta en viaje por un laberinto burocrático absurdo, y después, se transforma en un drama en el que algunas familias amenazan con destruirse, y otras con no llegar a formarse nunca jamás. Sonthar Gyal viaja de un extremo a los otros a velocidad de cámara ultra-lenta. Pero el problema de su película no es cuestión de velocidad, sino más bien de esterilidad. En efecto, ‘Lhamo and Skalbe’ se sigue siempre con la engorrosa sensación de estar perdiendo el tiempo. La mayoría de sus escenas se alargan absurdamente y, en el peor de los casos, se saldan sin haber aportado ni una pizca de información relevante en el dibujo de los personajes, o del mundo en el que estos sobreviven.
Daría todo un poco igual... si no fuera porque el desesperante temor de no poder luchar contra el destino, salta de la pantalla. Los protagonistas de la función, que se han cansado y han decidido literalizar toda la carga metafórica de la historia, aceptan con resignación su penosa existencia. Yo, que no puedo abandonar la sala, también. A todo esto, Pema Tseden, un magnífico cineasta que ha hecho fortuna en el mismo cosmos tibetano, sigue criando polvo en las secciones secundarias de Venecia. A veces, ni con la teoría de las cuotas se pueden entender ciertas elecciones.