Trileros de guante blanco
[Crítica: ‘The Laundromat’]
Groucho Marx ya advirtió en ‘Una noche en la ópera’ la quintaesencia del birlibirloque de los llamados ‘Papeles de Panamá’ con aquel nonsensé burocrático que decía «la parte contratante de la parte contratante...» y así hasta el infinito.
Para Steven Soderbergh la opción de lo guiñolesco ha resultado la opción más sensata a la hora de abordar a Jürgen Mossack y Ramón Fonseca Mora, responsables de aquel timo global cuyo daño queda simbolizado en una Meryl Streep desarbolada ante el maremagnun de cláusulas y letras pequeñas que incluía los documentos que una vez firmó.
Si en tiempos pasados Mefistófeles lucía cuernos cada vez que acercaba su documento al desesperado Fausto, en los tiempos actuales los mefistófeles representados por Gary Oldman y Antonio Banderas, lucen trajes y sonrisa flamantes y un estilo de vida insultante para el común de los mortales.
En plena complicidad con el guonista Scott Z. Burns, Soderbergh plasma en imágenes un circense espectáculo fílmico en el que los villanos de la función se revelan como bufones de un entramado capitalista que siempre devora a sus propias criaturas.
Tanto el cineasta como el guionista jamás se muestran preocupados en explorar a fondo el entramado real que se oculta tras los trileros de guante blanco representados en el bufete Mossack & Fonseca, se limitan a jugar con un material realmente sobrecogedor y readecuarlo a un estilo satírico que, dentro del metraje, funciona bien pero cuya saludable intención se diluye en cuanto la trama tiende a abordar otras cuestiones mucho más serias. Todo ello provoca que 'The Laundromat' se quede en un incómodo territorio neutral y prevalezcan las carencias de un guion que aspira a más de lo que realmente aporta.