La piscina habitada
[Crítica: ‘La leyenda dorada’]
Ion de Sosa y Chema García Ibarra han sumado sus talentos en un cortometraje que tiene su principal virtud en colocar al espectador en un espacio en el que nunca sabemos a ciencia cierta cuánto de irreal transita en un encadenado de situaciones costumbristas afables y enmarcadas en una calurosa tarde verano.
La piscina en la que se escenifica ‘Leyenda dorada’ acoge una variada galería de personajes que nos brindan diálogos, canciones y juegos esotéricos que refuerzan el carácter sobrenatural que altera lo que comunmente definimos como ‘real’.
Las tribulaciones de un hombre que vendió todas sus pertenencias ante la inmediatez del fin del mundo, una oveja que devoró la cara de un pastor, son historias que asoman en diálogos que se suman a la imagen de un macho cabrío que es compartido vía WhatsApp y un extraño líquido –que suponemos gel de baño– que se desborda a través de la ventana de las duchas de la piscina, componen este extraño paisaje costumbrista en el que el socorrista camina sobre las aguas de una piscina cuya megafonía es signo inequívoco de que, en realidad, se ha desencadenado el fin del mundo.