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Por qué a los mayores, por qué en Euskal Herria

Euskal Herria es uno de los países donde mayor impacto ha tenido la pandemia. Una sociedad envejecida en la que abundan los contactos intergeneracionales, el sistema de cuidados, las residencias y las tardías decisiones políticas construyen un mapa inconcluso.


No parecía mucho más que una gripe. Eso nos decíamos en enero y febrero. Las noticias de China llegaban en sordina y las primeras informaciones del norte de Italia señalaban que la mayoría de la gente pasaba la enfermedad reposando en casa, sin mayores complicaciones. Ya habíamos escuchado en el pasado hablar en términos parecidos de gripes aviares, porcinas, vacas locas y demás calificativos zoológicos. El lobo había sido anunciado demasiadas veces como para tomárselo en serio. Hasta que, de un día para otro, nos encontramos a nosotros mismos contando muertos a una velocidad desconocida. Del 22 de marzo al 22 de abril murieron en Hego Euskal Herria 2.153 personas más de las que se preveían si esta primavera el coronavirus no hubiese dado un vuelco a nuestras vidas.

Quisimos saber entonces quién era toda esa gente que estaba muriendo. Familiares y amigos pusieron encima de la mesa nombres y apellidos, vidas singulares truncadas antes de tiempo por un virus extraño y lutos colectivos difíciles de trenzar. Las estadísticas, más frías y más explicativas, dieron una descripción general: eran, en su gran mayoría, personas de edades avanzadas. Los mayores de 70 años suponen el 16% de la población en la CAV, han acaparado el 32% de los casos de covid-19 detectados y han aglutinado el 90% de los decesos. En Nafarroa, la media de edad de los muertos ha sido de 83 años. El virus infecta a personas de todas las edades, pero los efectos que causa en la persona infectada varían mucho según la edad.

Aunque todavía queda mucho por conocer acerca de este coronavirus, la medicina explica que, en general, es la debilidad del sistema inmune de los más mayores lo que los convierte en más vulnerables ante un virus como el SARS-CoV-2. Conforme un cuerpo envejece, la capacidad de respuesta inmunitaria –innata y adaptada– para neutralizar un patógeno foráneo se va reduciendo, algo que el virus aprovecha para extenderse rápidamente en un organismo en el que apenas encuentra barreras.

Lo que la ciencia médica no explica por sí sola, sin embargo, es por qué en Alemania ha habido 10,3 fallecidos con coronavirus por cada 100.000 habitantes, y en Euskal Herria han sido 65,2. Entre los Estados europeos, solo Bélgica (81,9), con la contabilidad más transparente de todo el mundo, supera la ratio vasca. La explicación, sobra decirlo, no es que en Alemania la gente envejece con un mejor sistema inmune.

A la espera de que futuros estudios arrojen luz sobre lo que ahora son poco más que cifras descarnadas, cabe buscar una parte de la explicación acudiendo a factores demográficos. Otra parte la encontraremos en las condiciones de las residencias de mayores, y otras, simple y llanamente, en la velocidad a la que se reaccionó a la llegada del virus.

Una sociedad envejecida como factor de mayor vulnerabilidad. No hay muchas más vueltas que darle. Si una enfermedad resulta especialmente peligrosa para los mayores, una población envejecida es más vulnerable. Y la vasca lo es. No solo por la esperanza de vida, a la cual se acostumbra a acudir a menudo, sino sobre todo por la cantidad de personas en edad avanzada respecto al total de la población. Los números vuelven a ser claros. El 16,1% de los vascos y vascas tienen 70 años o más.

Son cifras similares a las de Portugal (16,3%), Grecia (16,4%) y Alemania (15,96%), quedan algo por debajo de las de Italia (17,2%) y lejos de Japón, que se lleva la palma con el 21,2% de sus habitantes con título de septuagenario. Las cifras vascas, en cualquier caso, están considerablemente por encima de las de los Estados español (14,6%) y francés (14,6%), y son muy superiores a las de otros países que han sido noticia durante la crisis del coronavirus, como son EEUU (10,9%), Corea del Sur (10,1%), China (6,5%) o Brasil (5,8%).

Una de las preguntas sin respuesta todavía clara es la relativamente baja incidencia del coronavirus en África, aunque los demógrafos llevan tiempo levantando la mano para aportar su parte de explicación. En Nigeria, por citar al país africano más poblado, solo el 1,5% de la población tiene más de 70 años.

Contactos intergeneracionales, emancipaciones tardías y conciliaciones imposibles. La sociedad envejecida, sin embargo, no explica por sí sola el gran impacto que el SARS-CoV-2 ha tenido en Euskal Herria. Alemania y Japón, sin ir más lejos, son países con una pirámide poblacional envejecida que, sin embargo, han lidiado razonablemente bien con la pandemia. Aquí toca buscar otras razones culturales y económicas que marquen la diferencia, pero es relativamente fácil de aventurar algunas respuestas, hacia las que ya han apuntado demógrafos, antropólogos y expertos en diversas disciplinas.

Tres investigadoras de la Universidad de Bocconi (Milán), Nicoletta Balbo, Alessia Melegaro y Francesco Billari, han escarbado en cuatro bases de datos diferentes para intentar establecer una comparación fiable sobre los contactos intergeneracionales en cada país. El resultado, incluido en los gráficos que acompañan este texto, sitúa a Grecia, Italia y el Estado español como los territorios en que más contactos se registran entre mayores de 60 años y menores de edad. Más del 40% de los mayores tiene un contacto diario con niños y niñas en estos tres estados. En Alemania, el porcentaje baja del 30%, en el Estado francés no llega al 25% y en EEUU y Corea del Sur está por debajo del 15%. No hay cifras para Euskal Herria, pero cada quién conoce el barrio en el que vive.

Del mismo modo, el Estado español está –esta vez junto a China y Corea del Sur– entre los que registra mayor cantidad de hogares con personas de más de 60 años residiendo con familiares. Es casi el 30%, muy por encima del Estado francés, donde no llegan al 10%.

Sobre los motivos de estas cifras se puede debatir largo y tendido, pero lo que resulta evidente sin pisar una universidad es que entran en juego tanto razones culturales (la familia, la casa), como determinantes socioeconómicos muy potentes. Los hogares intergeneracionales pueden remitirnos a problemas como los de la vivienda y la emancipación tardía de los jóvenes, asignaturas pendientes también en Euskal Herria; mientras que los contactos diarios entre mayores y menores nos hablan también de un sistema de cuidados deficiente, que a menudo hace caer sobre los hombros de abuelos y abuelas el peso de una conciliación difícil de llevar a la práctica.

Si hablamos de cuidados deficientes, hablamos de residencias. Siguen habiendo flecos sueltos en la explicación. Por ejemplo, Grecia también tiene una sociedad envejecida y un alto grado de contactos intergeneracionales, y ha salvado la primera ola de la pandemia de forma notable. La rápida respuesta de las autoridades sanitarias tiene parte de la explicación, pero quizá haya que rescatar las palabras de Panagiotis Prezerakos, secretario general de Salud Pública, en “La Vanguardia”: «No es muy común entre las familias griegas enviar a sus mayores a residencias, salvo que necesiten atenciones especiales».

No es el caso vasco. Las residencias merecen aquí comentario aparte, además de espacios de debate y actuaciones que superan con creces las posibilidades de este texto. Pero no se puede hablar en Euskal Herria de coronavirus sin hablar de las residencias de mayores y, en general, de los cuidados a personas en edad avanzada. En primer lugar, porque ya estaban en el ojo del huracán antes de que supiéramos siquiera qué era un coronavirus, y en segundo lugar, porque cuatro de cada diez personas fallecidas con covid-19 confirmado vivía en una residencia.

Nafarroa es la que da más datos al respecto: 266 personas han muerto en hogares para mayores con el virus detectado mediante una prueba PCR, y otros 164 han fallecido con sintomatología compatible. Dicen que los números son fríos, pero hay cifras que impactan directamente sobre la piel: el 7,4% de las personas que vivían en una residencia en Nafarroa ha muerto con coronavirus o con síntomas compatibles.

Y para rematarlo, una respuesta tardía. El envejecimiento de la población, la asiduidad de los contactos intergeneracionales y la desprotección de las residencias son parte del combo que ha convertido a Euskal Herria en uno de los países europeos donde mayor impacto ha tenido el coronavirus, pero siguen sin explicarlo todo. Dicho sea de paso, quien busque una única respuesta a las preguntas que formula la pandemia fracasará estrepitosamente. Hay países como Portugal que comparten los tres elementos citados y, sin embargo, han hecho frente con éxito a la pandemia. El motivo principal, en este caso, hay que buscarlo en el calendario. Y en la decisión política.

El 9 de marzo, en la misma nota de prensa en la que se informa de la sexta víctima mortal del coronavirus en la CAV, Lakua «recomienda la suspensión de la actividad lectiva de centros educativos en Vitoria como medida preventiva». Ni el confinamiento ni el aislamiento de Gasteiz entraban en los planes de un Gobierno Vasco que seguía mirando a la cita electoral del 12 de abril. No fue diferente en Nafarroa. Pero sí en Portugal, donde declararon el estado de emergencia y el consiguiente confinamiento el 18 de marzo. El país luso contaba entonces dos fallecidos. Dos meses y medio después, Portugal no llega a los 1.500 fallecidos por coronavirus, mientras en Euskal Herria, con tres veces menos habitantes, superamos hace días la barrera de los 2.000.