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La pregunta no es qué hará una facha, sino qué hará el resto

Los resultados de Vox son discretos, pero el escaño logrado puede tener un impacto muy negativo en la vida institucional. Las fuerzas democráticas vascas deben establecer este tema como una prioridad, acordar una agenda y probar fórmulas hasta elegir la estrategia más inteligente.


Una de las peores noticias de la noche electoral vasca fue la entrada en la Cámara de Gasteiz de Amaya Martínez, la representante del partido desacomplejado de la derecha española.

Aunque parezca lo contrario, los resultados de Vox son discretos, con 17.517 votos en los tres territorios frente a los 28.659 que logró en las estatales del año pasado. Por establecer una comparación pertinente, no solo por dimensión sino por genealogía, UPyD sumó 22.233 y 21.529 sufragios, respectivamente, en 2009 y 2012, cuando Gorka Maneiro fue parlamentario.

Este domingo, los ultraderechistas han cosechado 4.722 votos en Araba, alcanzado el 3,77%. En los otros dos herrialdes no llegan al 2%. La combinación favorita de Rosa Díez, que aúna a Vox con PP y Ciudadanos, tiene tan solo 6 parlamentarios y conforma una minoría ridícula. A diferencia de Maneiro, que era el escaño que decantaba las mayorías, a estos no les da ni para hacer el macarra legislativo.

Por lo tanto, los fachas no están para echar cohetes, pero es de prever que gran parte de su actividad institucional en Gasteiz será pirotécnica: luces, ruido y humo. Todo muy tóxico.

Entre lo que bebe del falangismo tradicional y lo que adopta de las tendencias globales, Vox da al trabajo institucional una relevancia relativa. Es muy importante porque les homologa y les financia. Es el trifachito andaluz. Es importante porque es la forma de institucionalizar su golpismo «gorila».

Pero, en esta fase, las instituciones son,, sobre todo una plataforma desde la que desarrollar su estrategia de propaganda y agitación. Vox es un fascismo militante que juega a varias barajas, fardando de estar alejado de la burocracia sedentaria de los grandes partidos.

No hay duda de que Vox intentará marcar la vida institucional. Lo más probable es que eso subleve a Iñigo Urkullu, hombre de orden con un ramalazo iracundo que, en ocasiones, no logra controlar. El lehendakari se acordará de su defensa de Vox al inicio de la campaña y de su tesis de que no hay izquierdas ni derechas.

Poco se sabe de la parlamentaria Amaya Martínez, aparte de la polémica que generó a cuenta de la «imposición» del euskara –lengua que ella conoce– y de que tiene un comercio de venta de armas. Los representantes de la ultraderecha son paródicos hasta este punto.

Gasteiz será escenario de la propaganda facha. Existe el riesgo de la judicialización de la actividad legislativa, una estrategia con una larga tradición unionista en este Parlamento.

Las provocaciones tocarán algunos de los temas en los que precisamente se deberían renovar los consensos y los disensos: feminismo e igualdad; euskara; migración; servicios sociales; medios y pluralismo; derechos humanos y presos; modelo policial; verdad, justicia y reparación para todas las víctimas… Paradójicamente, sus obsesiones establecerán una agenda democrática. Enmarcar es clave.

Nadie sabe cuál es la estrategia más inteligente para inhibir el influjo social del neofalangismo. Las fuerzas democráticas deberán acordar y probar. En su entrevista en GARA, Maddalen Iriarte planteaba que hay que preocuparse y atender a las capas sociales que más sufren y sumarlas al proceso democrático. Hay que empezar desde ya.