Una diosa bondadosa
[Crítica: ‘True Mothers’]

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No importa si nos encontramos en lo más alto de un edificio de apartamentos de alto standing, en el corazón de una mega-urbe, o si por el contrario estamos en medio de una isla perdida-en y protegida-por el mar. La cámara va siempre en busca de esa naturaleza, de esos elementos que insuflan energía; que parecen garantizar cierto sustento vital. Así, le aguantamos la mirada al sol, sin miedo alguno a quedarnos ciegos, justo lo contrario: con el convencimiento de que dicho ejercicio nos iluminará; nos revelará, en cierto modo, la verdad sobre el mundo que habitamos. Sobre ese espacio que nos dará amor… si nosotros le correspondemos con las mismas vibraciones.
O sea, que ahí está Naomi Kawase, más de tres décadas después de que la descubriéramos, haciendo aquello con lo que nos enamoramos de su cine. ‘True Mothers’ es, como insinúa el propio título, un drama sobre la maternidad. Otro a cuenta de una directora que, evidentemente, se siente a gusto abordando el tema. Al fin y al cabo, su arte es, sobre todo, conocimiento de causa. Por experiencia vital (pues hablamos de una de las cineastas que, en su cénit, mejor supo fundir sus creaciones con su propia persona), pero también por ser poseedora de una fórmula que sigue funcionando.
Con el paso del tiempo (y esto es algo que se ha notado especialmente en los últimos años), dicha forma de concretar películas ha ido perdiendo en riesgo y radicalidad, pero lo cierto es que sigue manteniendo la esencia (o encanto, si se prefiere) de esos ejercicios que brillan por la naturalidad con la que se ejecutan. Y en efecto, ahí seguimos, rodeados de esa naturaleza esplendorosa, a través de la cual se entiende la vida misma. En un apartamento, en un bosque o en un instituto, da igual, Kawase solo tiene ojos para contemplar la belleza de esos rayos de sol que se filtran entre los dedos de las manos de sus personajes.
Pero también para quedarse suspendida, casi flotando, ante el placer sublime de la copa de un árbol meciéndose con el viento. Y todo esto de verdad que viene a cuento del tronco central, por mucho que parezca que la cineasta se va por las ramas. De hecho, sobre el papel, el atractivo de ‘True Mothers’ radica en la narración ramificada; en un guion articulado a partir de una serie de flashbacks que, contraviniendo el supuesto orden natural del séptimo arte, se alargan en el tiempo, para profundizar no solo en el contexto y la resultante psique y emociones de las protagonistas (que también), sino más bien para alcanzar una visión más amplia de –bingo–, la maternidad, ese universo del que nunca se aprende lo suficiente.
En una guardería, un niño se ha lesionado porque, afirma, ha sido empujado por otro. El incidente, elíptico en términos narrativos, pondrá en contacto a los respectivos padres (pero sobre todo, a las respectivas madres) de los críos. Pero esto no es el punto de partida de otra obra de naturaleza teatral, a lo ‘Un dios salvaje’; esto, conviene repetirlo, es indudablemente una película de Naomi Kawase. De modo que sí, evidentemente se produce esa confrontación dialéctica con la que los adultos intentan dictar sentencia respecto a lo ocurrido. Pero de nuevo, ahí no está el interés.
‘True Mothers’ prefiere hablar, como cabía esperar, de aquello que convierte a una mujer en madre; de las responsabilidades, deberes, sufrimientos e –inmensos– placeres que se derivan de un estatus (llamémoslo así) originado o legitimado a partir de derechos naturales y contractuales. Importante: en esta historia, una de las madres lo es por la adopción del niño que, supuestamente, ha empujado al otro. A partir de esta revelación, la trama se sumergirá en el pasado de ella, para entender qué es lo que la ha llevado a este punto. Pero es que también hará lo propio con la madre biológica, con ese otro génesis de futuros caminos cruzados.
Suena sofisticado y, efectivamente, lo es, pero en manos de la Naomi Kawase del año 2020, todo esto se convierte en un producto muy accesible; muy pensado para el consumo de una amplia audiencia. Con ello, se confirma que el nicho cinéfilo a lo mejor hace tiempo que perdió el monopolio de una de sus más veneradas artistas… pero si con dicho proceso el gran público (el mundo real, vaya) ha ganado a alguien capaz de manufacturar dramas adultos que llamen a la emoción del espectador… pero que también le enriquezcan como persona, pues entonces, si se me permite, el trato no me parece tan malo. De hecho, opino que es bastante bueno.
Y sí, desde luego hay piano de fondo en los picos melodramáticos, hay también cámara lenta, tratamiento preciosista de la luz y subrayado verbal de esas metáforas en las que se encapsula el espíritu de la propuesta. Pero también hay esas fugas filo-documentales que nos ayudan a comprender las realidades (en mayúsculas) que componen el relato, y también impera, en el momento de la verdad, esa educación, esa compostura y esa dignidad con la que se trata a los personajes. Y sobre todo, nunca desaparece ese rasgo distintivo de Kawase: la fusión reconfortante con esa naturaleza que es la de los elementos… pero también también la nuestra.