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Cansados de la constante crisis, miles de argentinos buscan irse del país

Desde hace dos años el fenómeno es creciente y transversal, abarca a todas las clases e ideologías. Una crisis moral y cultural parece atravesar a una sociedad que soporta ya su quinta grave recesión económica en tres décadas. Los destinos elegidos para irse: el Estado español y EEUU.


La pandemia ha puesto a prueba los nervios de todos y eso no es novedad. En el país que tuvo el confinamiento más largo del mundo (y que ahora continúa solo que con alguna apertura), los ánimos están más crispados que nunca. La economía se desploma y la polarización política sigue intacta como hace una década. Argentina pasa por uno de sus momentos más delicados.

No hay grupo de chat o hilo en redes sociales en el que algún argentino no mencione las ganas de irse fuera del país. A veces simplemente para descargar su rabia y otras, cada vez más, cómo búsqueda activa. El fenómeno, que viene produciéndose desde hace años, se ha disparado en 2020 y ha ocupado varios reportajes en la prensa local.

Está tan instalado el asunto en la narrativa actual del país que hasta el presidente, Alberto Fernández, se hizo eco a fines de setiembre y en un discurso público afirmó: «Les pido a los argentinos que no se vayan, hay un país que construir».

También hubo impacto en la geopolítica regional: a sabiendas del fenómeno que ocurre en la nación vecina, el presidente conservador de Uruguay, Alberto Lacalle Pou, emitió un decreto en junio para facilitar la radicación de extranjeros, con un ojo puesto en los empresarios argentinos que decidan trasladar sus sedes fiscales a un ecosistema económico más confiable y muy próximo. De hecho, la revista “The Economist” publicó un reportaje en el que asegura que ya fueron presentadas 20.000 solicitudes de argentinos para residir en Uruguay.

Pero las orillas del otro lado del Río de la Plata no son el único destino. De hecho, la consultora de recursos humanos Randstad Argentina ha publicado un informe en el que asegura que se han disparado los pedidos para encontrar trabajo en el exterior y que los aspirantes desean ir al Estado español como primera opción (el 26%), seguido por EEUU (21%), un triple empate entre Italia, Chile y Uruguay (7%) y, en último lugar, Canadá (2%). La empresa explica que los profesionales argentinos más buscados son los informáticos, ingenieros, economistas y publicistas, y que el 84% de los trabajadores activos hoy en el país sudamericano consideran la posibilidad de irse al extranjero para desarrollar una carrera.

El regreso del kirchnerismo a la Casa Rosada con dos de sus principales exponentes (el actual presidente fue jefe de Gabinete cinco años y la vicepresidenta, Cristina Kirchner, gobernó ocho años) es un factor que explica solo parcialmente este fenómeno. Conversar con argentinos que sin padecer urgencia económica planean irse al exterior muestra que las causas son profundas, denotan un agotamiento y falta de esperanza y, sobre todo, que no todo es ideológico.

Hartazgo, decepción y sueño europeo

La llegada de los Fernández a la Presidencia ha quitado motivación a Florencia Borsani para seguir con su emprendimiento gastronómico, pero no es la única razón. Se reconoce como una votante de Mauricio Macri, pero tanto ella como su marido (ambos de 34 años y hace 20 en pareja) han decidido vender su casa, cerrar su restaurante de alta gama en Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa (norte de la Patagonia) y mudarse junto a sus tres hijos (el tercero nacerá en breve) a Marbella para invertir todos sus ahorros en hostelería.

«Siempre nos gustó viajar y eso te abre la mente. Teníamos en mente hace tiempo probar la experiencia de vivir fuera de Argentina y con todo lo que pasa con la pandemia, la cuarentena y cómo está política, social y económicamente el país, acabamos de definirlo. Tenemos la ciudadanía italiana porque mi abuela nació en Ancona, por eso decidimos ir a España, porque tenemos residencia legal y nos gusta el país», explica a GARA.

Florencia Borsani admite que le fue «muy bien» con el restaurante y que la carencia económica no es el motivo. «Creo que el 99% de los que quieren irse es por la misma razón que nosotros. La inflación, los precios, las restricciones, el contexto político. No concordamos hacia dónde va el país y nuestro esfuerzo no es reconocido, no llego a tener la calidad de vida que aspiro. Y también veo un futuro complicado aquí para mis hijos si nos quedamos», asegura.

Su caso es un ejemplo de la «tragedia» argentina. Empresarios exitosos que crean puestos de trabajo y deciden vender todo y llevarse todo fuera del país. «Estoy decepcionada con la cultura política. A nadie le gusta tampoco irse, no es una decisión fácil de tomar. Si viera un futuro mejor como el que quisiera para mis hijos, no me iría. Hay una crisis de valores sin duda en Argentina», sostiene.

Borsini señala lo complicado que es, a su entender, emprender en un país con una inflación estructural e indomable desde hace 13 años: «Nunca tenemos seguridad al momento de comprar la mercadería de cuánto será su valor. El año pasado cobrábamos los platos un 300% menos que ahora y ganamos lo mismo. Y alrededor del 60% de todo lo que ganamos se va en impuestos al Estado, la provincia y el municipio. Y lo peor de todo es la inestabilidad», lamenta. Pero tiene esperanzas sobre su nueva vida en Marbella, que comienza en enero: «Si pudimos sortear Argentina, nos irá bien allí. No vamos con la idea de volver».

Desde otro punto de vista habla Sebastián Homps, de 41 años y publicista. Se reconoce como kirchnerista y ha votado siempre a los candidatos que responden a la actual vicepresidenta. Sin embargo, desea irse. En pareja y con un hijo, vive en la periferia norte y rica de Buenos Aires y está iniciando los trámites para obtener la ciudadanía italiana. Es un ejemplo de la mezcla genética que hubo en este país: sus antepasados vienen de Calabria, Francia, Catalunya, La Rioja y Suecia.

«Casi todos mis primos ya se fueron en los últimos años y yo ahora lo estoy empezando a planear. Sentimos que hace 20 años, desde 2001, nos están pidiendo esfuerzos o nos quitan derechos en pos de una supuesta mejora futura que nunca llega. Tenemos una mezcla de hartazgo por la inestabilidad», dice a GARA. Su sueño sería radicarse con su familia en el Estado español, pero no descarta ir a otro país europeo.

Admite que en Europa «también hay complicaciones, pero hay otra calidad de vida y proyección de crecimiento». Lamenta que cuatro de cada diez pesos que gana «se vaya en impuestos y no se ven los resultados». «En Argentina hay mucho por hacer, es una tierra de oportunidades con mucho que emprender, pero siempre que querés avanzar algo, es un quilombo (follón). Cuesta mucho y contratar empleados es carísimo», afirma Sebastián Homps. A pesar que haya vuelto a la Casa Rosada el liderazgo político que más le gusta, ve que «el futuro tiene nubes» y desea irse sobre todo para que su hijo tenga una vida más tranquila, «con sensación de alegría en el entorno y no la pesadumbre constante, el pesimismo que se respira» en Buenos Aires.

«Es un poco desquiciante la inestabilidad de la moneda, las devaluaciones... hace que nunca alcance el dinero y la moneda pasa a ser de juguete. No estoy arrepentido de haber votado al kirchnerismo porque creo que nadie hubiera hecho las cosas mejor. Algo de decepción tengo, pero es que hace años que nadamos en el mar de la decepción. No hay promesa de algo distinto», concluye.

Victoria Kavanagh es secretaria y también se quiere marcharse, pero aún no puede. A sus 37 años quedó huérfana, pero a su pareja, informático, le cuesta tomar la decisión porque no quiere dejar a sus padres. A pesar de su apellido irlandés, tiene pasaporte español (su abuelo emigró a Argentina desde Gran Canaria) y su sueño es irse a Madrid o alguna ciudad del Mediterráneo. Otro ejemplo de un fenómeno más sociológico que económico: admite que viven bien, pueden ahorrar dinero y no pasan ninguna necesidad, pero tiene un sentimiento fuerte de expulsión con respecto a Argentina.

«Me quiero ir porque perdí la esperanza de que el país pueda salir adelante en las dos generaciones que vienen, como mínimo. Cuando tenga un hijo no quiero tener miedo de que le pueda pasar algo (también vive en el populoso conurbano bonaerense, que concentra los peores indicadores de seguridad urbana de Argentina) y no hay proyección de un futuro mejor. Mi preocupación mayor es por la situación social, los valores con los que se está construyendo el país no los comparto y no creo que sean los que hagan prosperar a una sociedad», explica Kavanagh.

Hace tres años que lo viene pensando, pero este año ha hablado con su pareja de la emigración como una posibilidad real. «Lo que me pesa no es tanto lo económico sino que estamos insatisfechos por la sensación de que no hay futuro. Década tras década el país está peor, la sociedad está muy dividida y el dinero un día vale, otro día no vale nada, los precios cambian todo el tiempo y no quiero vivir en un país en el que no puedo planificar ni donde no hay previsibilidad», se lamenta.

La paradoja de Argentina es que va contra la corriente de la mayoría de los países. En muchos, como en el Estado español, los adultos jóvenes suelen tener la percepción que viven mejor que sus padres y, sin duda, mejor que sus abuelos. Es casi imposible encontrar un argentino que crea que vivirá mejor que sus antepasados directos y esa hipoteca cultural se palpa en las conversaciones y es el combustible invisible de la emigración. Porque, como dice Victoria Kavanagh, «si no podés proyectar, la existencia en un sitio se vacía de contenido».