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La COVID-19: Un síntoma de la crisis socio-ecológica global

La situación de la COVID-19 no es más que un síntoma de una crisis sistémica que tiene que ver con un modelo depredador de la biodiversidad. La biodiversidad es nuestra mejor vacuna y la responsabilidad individual no es suficiente para solucionar problemas complejos como la crisis socio-ecológica. 

Cadáver de una vaca tras un incendio en Vacaville, California, el pasado agosto. (Josh EDELSON/AFP)

Siguen corriendo ríos de tinta sobre la COVID, sobre todo sobre las medidas para tratar de controlarla mediante el distanciamiento social y el uso de vacunas. Son medidas reactivas necesarias. Pero es, por lo menos, curioso, y quizás, podríamos decir, miope, tratar de entender la situación de la COVID-19 sin darnos cuenta de que no es más que un síntoma de una crisis sistémica que tiene que ver con un modelo económico globalizado depredador con la biodiversidad y los ecosistemas. Si no entendemos esto, no podremos tomar medidas preventivas para que no nos vuelva a azotar otra pandemia en un futuro cercano. Pero sobre medidas preventivas no se dice ni mu. Y nos deberíamos de preguntar, ¿por qué?

Normalmente en nuestro entorno, la ciudadanía no pasa de relacionar la salud con la naturaleza más allá de los efectos de la contaminación del aire en las ciudades o quizás del bienestar mental que nos ofrece el contacto directo con la naturaleza. En parte es lógico ya que es lo que vemos y sentimos en el día a día. Pero la relación va mucho más allá.

Sin ir más lejos, durante este año, los científicos han tratado de explicar, por activa y por pasiva, que la COVID-19 es una enfermedad que tiene su origen en la zoonosis, es decir, en el salto de un patógeno de los animales a los humanos. En un mundo hiperglobalizado, el virus lo ha tenido fácil para propagarse por todos los lugares del planeta, incluso llegando hasta la Antártida en las últimas semanas.

La Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas lo ha dejado meridianamente claro en el último informe publicado hace pocas semanas, basado en la más completa evidencia científica. La COVID-19 y las anteriores cinco pandemias globales desde la pandemia de la gripe de 1918, estando relacionadas con la zoonosis, tienen un origen común: la pérdida de biodiversidad del Planeta, a su vez relacionada con procesos de deforestación, la expansión de la agricultura y ganadería intensiva, el comercio de animales y el modelo de consumo insostenible en los países ricos del planeta. La biodiversidad es nuestra mejor vacuna. Dicho de otro modo: la biodiversidad es nuestro mejor seguro de vida.

Es imprescindible darnos cuenta de que los factores que están detrás de la emergencia sanitaria actual son los mismos que están detrás de la crisis socio-ecológica. Si bien ponemos el foco en el sistema energético y en la necesidad de reducir las emisiones de CO2 mediante una transición energética, el problema de fondo es el mismo que lleva a la pérdida de biodiversidad y el cambio climático acelerado: un modelo económico impuesto a partir de la II Guerra Mundial por las potencias dominantes dirigido a satisfacer en un metabolismo social, al que no le queda otro remedio que ser depredador de la naturaleza. Los individuos, ya reducidos a una masa de consumidores de bienes y servicios, somos la pieza clave para el éxito de este modelo.

Lo mantenemos muchas veces inconscientemente mientras de fondo seguimos erosionando la conexión con el mundo natural. Las nuevas tecnologías, paradójicamente, no hacen sino acelerar esta desconexión. Es más, el medio ambiente sigue siendo engullido por el sector financiero.

Sin ir más lejos, hace varios días supimos que hasta el agua está empezando a cotizar en Wall Street. Pero nosotros, a seguir con nuestro papel, ese al que el marketing nos adoctrina de forma axfisiante: a seguir comprando bienes innecesarios y sentirnos bien si somos capaces de endeudarnos para comprarnos un coche eléctrico en el futuro del 5G. La rueda sigue girando. La diferencia es que la rueda cada vez se mueve más rápidamente y parece que no hay casi opción para pararnos a pensar sobre qué estamos haciendo mal y, sobre todo, por qué.

Pero esto no va de la incapacidad individual de ver más allá. Cada vez es más evidente que los poderes públicos tratan de hacernos responsables, como individuos poco responsables, de los problemas que son incapaces de gestionar.

Nos dicen que el gran problema es que nos portamos mal ante la COVID-19 y nos regañan por nuestra falta de responsabilidad social. La estigmatización de la juventud es un claro ejemplo. Lo mismo ocurre con la crisis ambiental global. Existe un mantra bajo el cual nos dicen que debemos ser responsables a nivel individual a la hora de reciclar, usar modos de transporte, etc.

Pero se esconde el hecho de que si la responsabilidad individual es necesaria, no es ni de lejos suficiente para solucionar problemas complejos como la crisis socio-ecológica. Se trata de diluir la responsabilidad del problema entre los 7.000 millones de personas del Planeta y, de paso, esconder la responsabilidades de los poderes públicos y los agentes económicos dominantes, incluyendo a las grandes corporaciones globales ante la crisis global.

Claro que el problema de la crisis climática es colectivo y por definición todos y todas somos parte del problema y de la solución. Pero no debemos perder de vista que la responsabilidad es compartida pero también diferenciada.

Tal y como los impactos de la COVID-19 y de la crisis climática se distribuyen de forma inequitativa, afectando de forma más importante a las capas sociales más desfavorecidas, también las responsabilidades diferenciadas de la crisis ecológica y de la profundización de la ‘era de la pandemias’ no se deben rehuir ni diluir.

Y volviendo al tema de la estigmatización de la juventud. Esta es la primera que se ha alzado a nivel mundial contra los discursos de emergencia climática vacíos de contenido.

En vez de actuar, normalmente siempre tarde, de forma reactiva, hacer frente a la era de las pandemias requiere hacer frente a la crisis socio-ecológica proactivamente. Mientras no lo tengamos claro, seguiremos dando vueltas (cada vez más rápido) en la rueda del hámster mientras algunos continuarán sacando beneficio a una situación cada vez más insostenible y buscando culpables para limpiar sus conciencias.