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Albania: una transición fallida, una diáspora ingente

Divididos por fronteras establecidas en el siglo XX y desperdigados por el mundo debido a la falta de oportunidades en su tierra ancestral, los albaneses cuentan con una diáspora ingente y dinámica, con ilusiones dispares en evolución desde hace generaciones.

Una agricultora trabaja la tierra en la región albanesa de Gorice e Vogel. (Miguel Fernández Ibáñez)

Blerim Miftari nació en 1989 en Gjilan, Kosovo, aunque realmente es de Presevo, ciudad cercana que da nombre al conflictivo valle del sur de Serbia poblado en su mayoría por albaneses. Allí se crió y era feliz. Pero, como muchos otros, tuvo que partir por falta de oportunidades. Ahora reside en Suiza. Emiliano, de 27 años, no tuvo que cruzar fronteras ni enfangarse con el visado para llegar a la Europa próspera: nació en Italia porque en 1991, tras la caída del régimen comunista en Albania, su padre, de forma irregular, y su madre, visado en mano, emigraron a Roma, donde más tarde se conocerían y formarían una familia con dos hijos. El mayor de ellos, Emiliano, harto de Roma, reencontró la ilusión en Barcelona. Allí reside desde 2019.

Los albaneses son una nación despedazada por las fronteras establecidas en el siglo XX. Su tierra ancestral la conforman los estados de Albania y Kosovo y regiones de Macedonia del Norte, Serbia, Grecia y Montenegro, pero están desperdigados por el mundo. En proporción al número de habitantes, de acuerdo al último informe de la Organización Internacional para las Migraciones, la diáspora albanesa ocupa el puesto número 12, por detrás de las de Bosnia y Siria, y representa al 30% de la población de Albania.

Otras instituciones elevan la cifra y estiman que entre 1,2 y 1,6 millones de albaneses residen de forma temporal o permanente fuera de Albania, más del 70% de ellos en Italia y Grecia. Es decir, al menos el 41% del censo, elaborado en 2011, que fija en 2,8 millones el número de habitantes en Albania. Los datos migratorios no son mucho mejores en Kosovo. Tampoco en Macedonia del Norte. Ni siquiera en los Balcanes. Tras la caída del bloque comunista a finales del siglo XX, la migración sostenida no hace más que reflejar la transición fallida a la democracia liberal: son tres décadas colmadas de decepción, desde el padre de Emiliano a Blerim.

Las primeras migraciones masivas de albaneses comenzaron con la derrota de la resistencia contra el incipiente Imperio otomano: huyeron a Calabria, a Sicilia.. y se dice que la comunidad arbëresh allí presente es descendiente de aquellos tiempos remotos. Luego hubo una etapa dominada por la migración dentro del Imperio otomano y en el violento siglo XX, los albaneses quedaron divididos entre Yugoslavia, bajo dominio serbio, y Albania, bajo un régimen comunista del que era casi imposible huir: la población aumentó de 1 a 3,2 millones.

En los 90, el comunismo fue derrocado en los Balcanes y las desesperantes condiciones de la transición a la democracia liberal tuvieron importantes consecuencias para la población. Se cerraron fábricas y el desempleo se disparó. En Yugoslavia estalló la guerra y en Albania se vivió una crisis económica en la que el PIB cayó drásticamente. La gente, lógicamente, escapó: se estima que 700.000 personas abandonaron Albania entre 1992 y 2001. Luego llegó una etapa de crecimiento constante de una media anual del 7%, pero los albaneses siguieron marchándose: según la comparación de los académicos Barjaba y Beqja, entre 2001 y 2011, más de 470.000. Como evolución, esta época se caracterizó por las leyes favorables a la reunificación familiar, que posibilitaron la feminización de la migración.

La crisis global de 2008 y las crecientes restricciones a la inmigración en Europa han podido detener la hemorragia, aunque el goteo de vidas que se escapan no cesa: en Albania, el sector productivo no puede dar trabajo a las mentes más preparadas, ni puede acomodar a los trabajadores con preparación técnica. Así, profesores como Miftari acaban encontrando hueco como piezas en la maquinaria capitalista de Occidente o doctores y enfermeros balcánicos atienden a los afectados por el coronavirus en Alemania. Son solo algunos ejemplos de una larga lista de profesionales que se marchan por razones económicas: no emigran por un conflicto armado o étnico, sino porque el salario de uno o dos meses en Suiza o Alemania equivale a un año de trabajo en la región.

«Los jóvenes no tienen opciones. Terminan el instituto o la universidad y después no consiguen un trabajo para poner en práctica lo aprendido. El único trabajo estable es el de funcionario, pero es necesario esperar muchos años hasta que se retire otro», lamenta Miftari. «Los jóvenes solo quieren huir. Es algo que siempre percibo en Fier. Allí no tienen nada. Con 25 años, ¿qué pueden hacer?», se pregunta Emiliano sobre Albania, donde estudios como el «Cost of Youth Emigration» reflejan que el 40% de los jóvenes tiene un profundo deseo de emigrar.

Y mientras unos se van, o lo intentan, apenas hay nacimientos y nadie se asienta. El resultado es una despoblación progresiva, o, en el mejor de los casos, si regresa la diáspora, una población envejecida. Y no solo es un problema en Albania: sin incluir la migración circular y los nacidos en terceros países, se estima que Bulgaria, miembro de la UE, podría perder, con respecto a la caída del comunismo, el 38,6% de su población censada en 2050; Albania, en el mejor de los casos, un 18%, cifra que la ONU eleva a un 25%.

Vidas paralelas

La diáspora albanesa es dinámica, cincelada por las culturas de los países de acogida y por la integración de las diferentes generaciones, y agrupa a individuos de ilusiones dispares. Blerim Miftari creció en un ambiente marcado por el conflicto étnico con los serbios y, politizado desde la infancia, es fiel representante de quienes dicen que la religión de un albanés es su nación. Emiliano creció con las aspiraciones propias de Occidente: las necesidades básicas están cubiertas y, como a muchos otros jóvenes, no le importa la política, tampoco las naciones, y solo quiere entregarse al hedonismo de Youtube con sus amigos de Barcelona, ciudad en la que la red de la diáspora es exigua.

Hijo de albaneses que emigraron a Italia, Emiliano no sabe definir su identidad. «Escribo tan bien el albanés como el italiano. En mi casa siempre se habla albanés, pero en el colegio mis amigos eran italianos», explica. Vestido con ropa deportiva y a los mandos de un patinete eléctrico, nadie pensaría en Barcelona que es albanés. En cambio, sí parece un italiano de esos que abundan en la capital catalana. Incluso su trabajo casa con ese estereotipo: fue pizzero hasta que apareció el coronavirus. «Quería cambiar de vida, de gente y cultura y lo he conseguido», dice quien estuvo empleado desde los 16 años en una empresa de mantenimiento y reparación de ascensores. Se siente un triunfador y no piensa regresar a Italia, al menos de momento, y menos asentarse algún día en Albania. «Ni que estuviera loco, solo iré allí en vacaciones», afirma.

La historia de Miftari discurre en paralelo. Asegura que tenía una buena vida en Presevo: llegó a ser profesor y desde 2011 organiza el festival Pre-Foto. Además, tenía contactos que le posibilitaron dirigir campañas de solidaridad con estudiantes desfavorecidos. Dice que incluso coqueteó con la política. Pese a ello, emigró a Zurich en 2018. En su caso fue una persona, Nora, albano-helvética de 22 años y parte de la tercera generación de la diáspora, a la que había conocido por las redes sociales, la que le encontró un trabajo de cocinero. El 12 de octubre de 2019 se casó con ella. Ahora, quieren abrir una cafetería en la que vender los pasteles de Nora. «Mira en Instagram, son fabulosos», apremia, para luego reconocer que en su mente está regresar a su tierra natal, que es también la del abuelo de Nora. Pero es pronto y, al menos, harán falta una o varias décadas, una o varias generaciones. «Todos los años vuelvo de vacaciones a Presevo, aunque ahora con Nora. Todos los albaneses quieren regresar algún día a sus países», sostiene, consciente de que la primera generación de la diáspora fue a buscarse la vida sin apenas ayuda, pero que ahora, gracias la estructura de la diáspora, todo es más sencillo, aunque a la vez, dificulta la integración: casi todos sus amigos de Zurich son albaneses.

En Presevo, hoy falta el 75% de la familia Miftari: Blerim vive en Suiza, su padre, desde hace 10 años, en el Estado francés, y su hermano, en Alemania. Solo queda la madre, profesora que espera el pronto regreso de su marido. «Había que mantener a la familia y por eso mi padre se fue, pero ya tiene 60 años y mi madre está sola. Ahora yo puedo mandar a casa el dinero que haga falta», explica.

La diáspora albanesa aporta con sus remesas alrededor del 10% del PIB en Albania y Kosovo. En tiempos de crisis, además, es un flotador al que agarrarse: durante el terremoto de 2019 en Albania o en la crisis del coronavirus aumentaron las remesas.

Sin embargo, éstas suelen descender a medida que transcurren los años fuera del país de origen. «Hay una diferencia entre la diáspora de los gastarbeiters [migrantes laborales que fueron a Alemania a partir de 1960], que querían mandar todo el dinero, y la actual, que piensa en establecerse fuera y no regresar. Desde el punto de vista sociológico, se está perdiendo la conexión con la patria y se están dañando los lazos familiares y sociales. Esta tendencia migratoria es preocupante», apunta Marika Djolai, antropóloga del European Centre for Minority Issues.

Entonces, ¿qué camino tomará Blerim Miftari? De momento, solo lleva dos años fuera y, se entiende, atraviesa esa etapa de adaptación llena de pensamientos nostálgicos que siempre vuelven a Presevo. Quiere regresar algún día. ¿Pensará lo mismo en 2040? Tal vez, aunque dependerá, seguro, de las oportunidades que haya en su tierra natal.