Muere por covid Galindo, el torturador que llegó a general
Enrique Rodríguez Galindo no solo fue jefe de torturadores en Intxaurrondo, sino que él también practicó esta lacra. No fue óbice para acumular condecoraciones y llegar a general. Tampoco para que haya pasado las dos últimas décadas en casa pese a una condena de 71 años. Ha muerto por coronavirus.
La anécdota es una de las que mejor define al personaje de Enrique Rodríguez Galindo, que ha fallecido hoy víctima del coronavirus. La contó el ya fallecido Ion Arretxe y está registrada hace 35 años y dos meses, cuando fue detenido junto a Mikel Zabalza, que no saldría vivo de Intxaurrondo:
«Alguien importante entró en la estancia. Lo noté enseguida. Tal vez por el silencio que se produjo a su alrededor, o por la manera servil con la que le recibieron. Se puso frente a mí… Me quitó el capirote…
-¿Tú sabes quién soy yo?, me preguntó.
-Sí. Usted es Galindo.
-¿Me estáis haciendo algún seguimiento los de tu comando, o qué?
-No, nada de eso.
-Entonces, ¿por qué me conoces?
-Lo conozco de verlo en la tele…
Me agarró de los huevos y me los retorció.
-Aquí te hemos traído para que nos cuentes cosas… Así que no nos hagas perder el tiempo y vete hablando, chaval… porque si no, te retorceré los cojones hasta reventártelos.
Me apretó los testículos y me dejó doblado. Volvió a colocarme el cucurucho y se marchó».
Gloria y caída en los 90
Todo esto era tan archiconocido entre la ciudadanía vasca como el motivo de la muerte del propio Zabalza. Pero la sombra de Galindo resultaba tan alargada que no fue condenado hasta el cambio de siglo. Lo logró la perseverancia de la acusación particular por el secuestro y muertes de Joxean Lasa y Joxi Zabala. Antes hubo incluso un juez de la Audiencia Nacional, Carlos Bueren, que prefirió dejar el tribunal especial a investigar al «GAL verde».
Si sus tropelías se habían materializado en los 80, en esos años 90 la verdadera faz de Galindo fue saliendo a la luz, al hilo de las revelaciones sobre los GAL que derivarían en su condena. El comandante se resistió, forzando su ascenso a general.
El entonces ministro Juan Alberto Belloch le puso el fajín en setiembre de 1995, cuando ya era notoria su implicación en las muertes de los refugiados tolosarras. Para entonces la hoy ministra de Defensa y entonces número dos del Ministerio, Margarita Robles, había visitado los calabozos de la Guardia Civil en Gipuzkoa y ordenado cerrarlos ante las evidencias de lo que allí ocurría.
El final público de Galindo fue tragicómico. En televisión se había prodigado en imágenes pero no tanto en declaraciones. Su intervención en el juicio de la Audiencia Nacional de 1999 quiso ser solemne («con seis hombres de estos yo hubiera conquistado América del Sur», dijo de sus agentes), pero acabó siendo ridícula en su intento de exculpación («lo juro por Dios y por mi honor», pronunció entre suspiros y algún sollozo impostado).
El Gobierno Zapatero excarceló a Galindo en 2004 alegando motivos de salud. Había pasado entre rejas cuatro años (y otro antes como preventivo) sobre una condena elevada por el Supremo a 75 años. Es más, la libertad condicional se le concedió ¡para 2013! Ha acabado falleciendo por coronavirus, a pocos días de cumplir los 82 años.
Trece años de condecoraciones e impunidad
Quizás el fallecimiento agite algunos asuntos de los que Galindo salió indemne judicialmente. El caso Lasa-Zabala fue una constatación de hasta dónde llegaban los tentáculos de Intxaurrondo: uno de los testigos protegidos fue secuestrado en una playa de Cádiz, violado y torturado con prácticas como quemarle cigarrillos en el cuerpo. Si eso ocurrió con una persona bajo amparo judicial y en lugar público, ¿qué no pasaría en los calabozos de Intxaurrondo en los «años de plomo»?
Galindo, nacido en Granada e hijo de guardia civil, había llegado a la Comandancia de Gipuzkoa en 1980 y no tardó en hacerse con las riendas, como demuestra su nivel de responsabilidad ya en 1983. Eran los tiempos en que, como sentenció el también condenado por el GAL José Barrionuevo, el PSOE «descubrió a la Guardia Civil».
Pasaría trece años al frente de Intxaurrondo, en los que en España se hizo leyenda de sus redadas y especialmente de la de Bidarte en 1992, acumulando todo tipo de medallas y honores. Y también una total impunidad: a Galindo y sus hombres de confianza (Enrique Dorado Villalobos, Felipe Bayo Leal, Angel Vaquero...) se les vinculó con otros delitos comunes, desde robos a narcotráfico. El «informe Navajas» elaborado por el fiscal jefe de Gipuzkoa sobre los vínculos entre Intxaurrondo y el tráfico de drogas quedó en vía muerta judicial. Y Galindo se querelló contra Negu Gorriak por hacerse eco de todo ello en una canción, ’Ustelkeria’.
Su rastro en la conciencia colectiva de Euskal Herria quizás solo sea equiparable al de otro represor franquista del que casi fue coetáneo, Melitón Manzanas. Y es que Galindo ya ejercía en Gipuzkoa en 1970, entonces en la llamada Sección de Tráfico. En 1980 volvería para liderar el macrocuartel de Intxaurrondo y el resto es historia, historia negra.