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Pepiño

El director de ‘Egin’ recuerda la figura y la trayectoria del periodista de investigación Pepe Rei.

Pepe Rei ante la sede de ‘Egin’ en Hernani, con los procesados en aquel caso y otros compañeros.

No era el rey de los hunos, pero por donde pasaba dejaba huella, al tiempo que la corrupción y las malas artes de los poderosos se apartaban como si las persiguiera el diablo. Pepe Rei era un personaje a pesar suyo, con una obstinación celta a la hora de defender sus convicciones, cuestión esta por la que casi estoy convencido de que esperó con su tenacidad idiosincrática –galega– a que muriera el general Galindo para largarse definitivamente después y pasar al mundo de las leyendas del periodismo.

No recuerdo exactamente ni el día ni el lugar en que estreché por primera vez la mano de Pepiño, pero lo que sí mantengo prendida en mi memoria es que, fuera cuando fuera, ese apretón selló una relación de amistad a prueba de cualquier cataclismo, de cualquier calamidad y, sobre todo, a pesar de esa tenaz obstinación que siempre desplegaba en defensa de sus ideas, que le llevaban a no ceder ni un ápice de cuestionamiento sobre la idoneidad o no de publicar sus trabajos. Costaba convencerle y, quizás por esto, las primeras ideas que me vienen de este gallego amigo, al que siempre se le veía subiendo las escaleras, es que conocerle como solo se conoce a quienes trabajan contigo día a día imprimía mucho carácter, al tiempo que te hacía sudar las neuronas.

Rei peleó siempre. Era esa clase especial de periodista que no entendía la información como una forma de vehiculizar los mensajes que llegan en bandeja a la redacción por medio de las agencias de prensa, los comunicados y las ruedas de prensa. Su mundo estaba precisamente detrás del silencio informativo, ese lugar donde se desarrollan los vericuetos del poder sin que nada trascienda y desde el que amordazan a los profesionales del periodismo para que nada ni nadie conozca la verdad de la corrupción y de la delincuencia sistemática que sostiene a quienes hacen del poder político el instrumento con el que enriquecerse.

Su objetivo profesional siempre estaba dirigido a buscar la noticia diferenciada, genuina y propia, lo que otorgó personalidad y diferenciación a ‘Egin’ respecto a los demás periódicos. Quizá demasiada diferenciación para cosa buena, pues intuyo, a este respecto, que los trabajos de Pepiño y su alegre tropel del equipo de Investigación también tuvieron una no desdeñable cuota de ‘culpabilidad’ a la hora de cabrear al Gobierno de Ardanza y Atutxa, quienes a la postre fueron los que desplegaron la alfombra roja para que por ella entraran doscientos policías nacionales al mando de Baltasar Garzón y cerrar el periódico de Hernani.

Estimo, incluso, que desde las andanadas de Pepiño al Partido Nacionalista Vasco con el asunto de las ‘tragaperras’ hasta diversos artículos sobre la ‘fontanería’ jeltzale, este inefable galego se convirtió en un objetivo a abatir por parte del EBB. Ciertamente, su trabajo concienzudo y constante levantó ampollas en los batzokis hasta convertir a Pepe Rei en un personaje perseguido pública, rabiosa e impresentablemente por las viejas juventudes peneuvistas, que regaron Euskal Herria de pasquines con un deleznable eslogan (‘Pepe Rei apunta, EGIN señala y ETA mata’, creo recordar), que era un auténtico paradigma de lo que es el delito de odio perseguible y condenable.

Definitivamente, mi querido amigo Pepiño, perteneciente a esa gloriosa estirpe de periodistas de investigación (‘nuestro Vinader’), profesional de carácter y maestro de muchos de nosotros, nos ha dejado llenándonos de tristeza solo superable por su recuerdo vital. Quedó con él pendiente una reunión para plantearnos un nuevo proyecto en el que trabajar juntos, pero aquel agosto de 2002 se rompieron las ideas junto contigo. Desde entonces, Pepiño, todos hemos echado de menos tu ímpetu y también tu cabezonería. A partir de hoy, tu compañera Miren y tus hijos guardarán para sí todos los capítulos de tu vida rica y dura, muy dura. Una vida que, a pesar de todo y contra todos los embates, encaraste con decisión y enorme valentía. Mereció la pena conocerte por fuera y por dentro. Hoy, como muchas veces en otros tiempos, recordé: «O carallo vintenove...».