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Madre e hija en lucha contra un sistema transfóbico

Fotograma de ‘Una niña’.

Cada vez son más los documentales que logran un gran impacto social, y la prueba está en que “Petite fille” (2020) ha obtenido en el mercado francófono cifras de taquilla que antes solo estaban al alcance de las producciones de ficción. Pero lo más importante es que ha generado y abierto un debate sobre la disforia de género a una edad temprana, algo que gracias al esfuerzo de un cineasta tan comprometido con la comunidad LGBTIQ como Sebastién Lifshitz está empezando a dejar de ser un tema tabú. Grabó a la familia de la pequeña Sasha durante más de un año, y en imagen vemos a la niña entre los siete y los ocho años, pero dejando claro que su identidad ya se manifestó a los tres años, cuando lanzó espontáneamente la siguiente reveladora frase: «Cuando sea mayor seré una chica».

Aunque Sasha, su madre, su padre y sus tres hermanos forman un grupo familiar normal, con sus diferencias y problemas internos, en la película aparecen sin fisuras y totalmente unidos frente al sistema transfóbico que niega a la niña protagonista su identidad. Y ahí está la clave, puesto que en el caso de una menor queda claro que antes que una cuestión de sexualidad se está dirimiendo una cuestión puramente identitaria. La madre es la primera en sufrir el síndrome de Estocolmo, debido a la presión del entorno escolar, pues le acusan de influir en su “hijo” y animarlo en lo que las autoridades docentes consideran un capricho pasajero. Superará esa primera barrera cuando la medicina especializada le de toda la razón, gracias a las muchas pruebas realizadas en el centro parisino de sicopatología infantil Robert-Debré.

Lifshitz nunca obtuvo el permiso para grabar en el colegio, pues su dirección prefirió ir a la batalla legal y mantener la prohibición que impedía a Sasha vestir el uniforme de las niñas y mantenerla así atrapada en un cuerpo de niño, hasta que tuvieron miedo de ser acusados de maltrato por sus abusos.