El frente amplio contra Bolsonaro en torno a Lula no despega
Los sondeos muestran una polarización entre el presidente ultraderechista, Jair Bolsonaro, y el líder del PT, Lula da Silva, quien busca cambiar su perfil por uno más centrista y lograr un acuerdo político transversal. Pero la eterna división del heterogéneo sistema de partidos juega en contra.
En medio de una pandemia que ha azotado a Brasil como a pocos, llegando en breve al medio millón de muertos, y con un presidente negacionista, hay una diversa y compleja oposición que acelera los pasos pensando en las presidenciales de 2022.
En un país con dimensiones continentales y un sistema de partidos tan fragmentado, el proceso hacia las presidenciales suele tener muchas idas y vueltas y un tejido que se deshilvana más de una vez. El hecho de que exista una segunda vuelta y de que el sistema electoral sea un D’Hont muy representativo (hay más de 25 formaciones en el Congreso) no favorece los pactos preelectorales.
Pero la fotografía del 21 de mayo de los expresidentes Lula da Silva y Fernando Henrique Cardoso ilusionó a quienes sueñan con un gran frente opositor que eche a Jair Bolsonaro del Palacio del Planalto. Con las encuestas dándole últimamente la espalda al presidente, los liderazgos regionales y de partidos del¡ centro no parecen estar muy por la labor de encolumnarse detrás del líder del PT, muy denostado por un sector de la sociedad brasileña.
De hecho, y tras recuperar sus derechos políticos luego de sufrir un encarcelamiento injusto por el Supremo, Lula viene cosechando mejoras en los sondeos. Según el Instituto Datafolha (mayor encuestadora de Brasil), en una eventual segunda vuelta le ganaría al actual presidente por 55% a 32%, mientras que según Vox Populi sería por 55% a 28%. La ayuda de Cardoso podría explicar parte de esto.
«Cardoso reivindica a Lula por ser el único con capacidad real de vencer a Bolsonaro. Pero cuidado: también fue claro en que si hubiera una tercera vía, se inclinaría por ésta. Los medios han denominado tercera vía a un eventual candidato de centro-derecha que pudiera emerger de aquí hasta el próximo año», explica a GARA la periodista Eleonora Gosman, especializada en Brasil y Mercosur y corresponsal en Sao Paulo y Brasilia hace 30 años.
En ese sentido, asegura que el acercamiento entre ambos líderes «es una alianza puntual que a Lula le sirve porque confirma su estrategia de perfil moderado y centrista y es lo que va a presentar para las elecciones de 2022».
Sin embargo, las declaraciones que han venido tras la foto no han hecho más que demostrar lo centrífugo del esquema político brasileño. Tanto en el seno del partido de Cardoso, la Social Democracia Brasileña (PSDB) como en formaciones de centro (muy poderosas en el Parlamento y hoy casi todas cercanas a Bolsonaro) y en otras fuerzas de izquierda no ha habido voces contundentes a favor de una gran coalición contra la extrema derecha.
Dos posibles presidenciables se han mostrado indiferentes. El líder del progresista Partido Demócrata Trabalhista, Ciro Gomes (con intención de voto del 6%) ha acusado a Lula de ser el responsable de haber sembrado el camino para que llegara Bolsonaro y no dudó en calificarle como el «mayor corruptor de la historia». El otro, el gobernador paulista João Doria (PSDB), no quiere saber nada de un acercamiento con el PT por su propia ambición de batallar contra Bolsonaro en la segunda vuelta. Además, Doria se ha visto fortalecido internamente en su formación por una desgracia: su opositor interno y representante del ala más a la derecha del PSDB, el popular alcalde de Sao Paulo, Bruno Covas, (había ganado la Prefeitura con un 60% de los votos) murió hace dos semanas de cáncer.
Lula no descansa
Las experiencias de grandes acuerdos electorales en Brasil han sido escasas y poco efectivas, a diferencia de otros casos sudamericanos, como la Concertación chilena y el Frente Amplio uruguayo. Pero Lula no descansa en pos de ese objetivo y desde el PT ya filtran que la Vicepresidencia será para un conservador: se baraja la posibilidad de convocar a Josué Alencar, el hijo del liberal millonario José Alencar, que acompañó a Lula ocho años en la Vicepresidencia, también a algún miembro de uno de los partidos del Centrão (el variopinto conjunto de formaciones autodenominadas de centro aunque en los hechos sean de derecha) o, incluso, a Henrique Meirelles, expresidente del Banco Central.
A pesar de las trabas, en algunos rincones brasileños se avizoran intentos de alianzas que podrían acabar con éxito. Uno de ellos es en el estado de Rio de Janeiro, en la que el PT, el centroderecha de DEM (que gobierna la capital carioca), el PSD y el PSOL están en negociaciones para lograr candidaturas conjuntas.
Lo mismo en el sureño estado de Paraná, donde el PMDB, el PSDB, el PDT y el PT están en conversaciones desde marzo para conseguir un acuerdo «contra el fascismo y en defensa de la democracia» a nivel estatal de cara a 2022. Ellos mismos lo han llamado «geringonça paranaense», en alusión al pacto de investidura de Portugal de hace cinco años en el que viejos adversarios de las izquierdas se unieron para echar a la derecha.
Por ahora, estos casos son excepciones. La política brasileña se juega en diferentes niveles y epicentros, lo que la hace volátil y sorpresiva. El bolsonarismo aspira a subir en las encuestas cuando la economía exhiba mejores resultados, sobre fin de año, pero por ahora el mejor aliado de la ultraderecha es la división de la oposición.