INFO

La mayoría se ahorra los matices y la alternativa se perfila en la escala social

Sería más instructivo arrancar una década atrás para no olvidar pasajes clave a la hora de entender la evolución en Ipar Euskal Herria, pero abordaremos el día después a las urnas desde la lógica del escrutinio.


En 2015, cuando los electores de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa acudieron a elegir a sus consejeros en el Parlamento de Navarra no existía la Mancomunidad Vasca, y el presidente de la institución de Pau, Jean-Jacques Lasserre, se conjuraba para salvar al departamento, institución a la que ha consagrado su carrera política, de la amenaza de desaparición.

La Ley NOTRe (2015) sirvió de tijera para seccionar a la metrópoli francesa en trece grandes regiones prometiendo dar más brillo a los grandes polos urbanos. Y Burdeos, con su muy avanzado proyecto de nueva conexión de alta velocidad, soñaba con lo que hoy es realidad: le separan «2 horas 20» de París.

El patrón del MoDem y forjador de su marca Forces64, que ha ejercido de fabuloso pegamento en las departamentales de 2021, se aferraba al esquema departamental, o lo que es lo mismo, a una dimensión institucional anclada en los territorios y que «no escalona», como le gusta decir al de Bidaxune, las necesidades de los ciudadanos en función del código postal.

La elección de Emmanuel Macron (2017) estaba llamada a acelerar el paso de una modernización en la esfera público-institucional. Y otra vez crujieron los suelos en Pau. Sin embargo, al final, el péndulo volvió al punto de partida. No en vano el presidente francés cuenta, desde su etapa de aspirante, con el consejo del fundador del MoDem, el bearnés François Bayrou, que a la vista de la alta abstención que ha lastrado este escrutinio ha vuelto a mandar el mensaje a Macron de que «no puede seguir ensanchándose la fosa entre ciudadanía y la vida democrática».

En la presentación de su Mayoría Departamental, que ha arrasado todavía más si cabe en la parte vasca del departamento, Lasserre se declaraba convencido de que la institución napoleónica que aspira a seguir presidiendo a sus 77 años de edad aguantará con un ligero retoque de chapa y pintura, dando por superadas las veleidades girondinas de aquel Macron de 2017.

En la segunda vuelta su plataforma XXL, en la que cabe un crisol de siglas y hasta dos presidentes, el del departamento y el de la Mancomunidad Vasca, se hizo con once de los doce cantones vascos en liza. A escala departamental, el centro-derecha ganó en 19 de los 27 cantones, y sumó 38 de 54 electos.

Ya las crónicas de las departamentales de 2015 daban cuenta de unos mediocres resultados para la Gauche 64, capitaneada por un PS que de levantar una ola rosa con François Hollande, que llegó incluso hasta la playa vasca, pasó a verse desestabilizado por una fuerte resaca.

Hace seis años el PS y sus aliados lograron retener el cantón de Hendaia-Hegoko Euskal Itsasertzea y también dos distritos de la capital, lo que permitió al PS con sede en Baiona conservar seis escaños en Pau. De hecho, a escala vasca solo perdió un electo con respecto a 2010.

Claro está que ese dato apenas sirvió de consuelo a la vista de que la coalición de izquierda vio cómo acababa su interregno en Pau. Agotados los días de vino y rosas, la izquierda hexagonal perdió el gobierno departamental, y Lasserre retomó el timón.

La cuenta de resultados del PS en estas elecciones de 2021 es parca. Y es que el sistema mayoritario da y quita por muy poco. Le amortiguó (en parte) la caída en 2015 y ha sublimado sus pérdidas en 2021.

El domingo, el binomio de la izquierda hexagonal se quedó a 88 votos en Baiona 1, pero el cantón cayó en el saco de Joseba Erremundeguy y Monia Evène-Matéo. Más pírrica fue la distancia en votos que sacó el centro-derecha en el distrito de Baiona 3, donde 29 separaron el cielo del infierno. Las llamas devastaron las esperanzas de Henri Etcheto de que la derrota que le infligió Echegaray fuera una mala noche y no una pesadilla recurrente. 2020 privó a Etcheto de su sueño de ser alcalde; 2021 le ha quitado su silla en Pau.

Un puñado de votos que deja al PS y a Etcheto mirando al precipicio, ya que llegó a esta liza en calidad de presidente departamental de su partido y al cierre de urnas no contaba con un solo escaño en Pau. Para más humillación, sus correligionarios bearneses aseguraron mal que bien el cómputo y hasta hostigaron al centro-derecha en algún cantón. Sumaron 14, pero les faltaron los seis de la parte vasca para repetir los 20 escaños que ocupaban desde 2015.

Las elecciones del departamento que, siguiendo con la crónica postelectoral que brindaba este diario a sus lectores el 31 de marzo de 2015, los abertzale «aspiraban a desgajar» ha dejado a un solo cantón vasco como tierra de resistencia a esa marea azul. Y a EH Bai como única referencia de la izquierda en ese buque departamental que cruje pero sigue flotando.

Es una de las muchas paradojas de un escrutinio que a los abertzales les sirve para contarse, al dibujar los tres territorios del norte vasco, aunque su ambición vaya más allá, porque, tal como recuerda a GARA Iker Elizalde, uno de sus dos electos departamentales, «en 2015 habíamos construido un consenso en Iparralde, a la hora de reclamar una colectividad territorial, con competencias, con sufragio directo, y finalmente no se logró aunque en su lugar obtuvimos una Mancomunidad Vasca que para nosotros debe evolucionar lo antes posible hacia un estatus más avanzado». Tocará remar fuerte en Baiona, y en Pau, porque el polo tradicional ha salido muy reforzado, aunque mirando con más detenimiento los datos asomen señales de una evolución en clave de nuevas pulsiones sociales.

Atendiendo solo a la contabilidad, el centro-derecha confirmó todas las promesas de la primera vuelta y ganó 10.000 votos más en la liza definitiva.

La plancha integrada por Elizalde y Annie Poveda lograba desbancar al PS de su tradicional feudo del cantón que encabeza Hendaia. La promesa era que el análisis oscilara de 2015 a 2021, pero resulta difícil sustraerse a algunos hitos, como el que marcó, en 2008, el arranque de la colaboración a escala municipal entre abertzales y socialistas en la ciudad costera. Sin aquellos pasos, no siempre bien entendidos, resulta difícil comprender desde el factor local lo ocurrido el domingo. Sin el factor de la colaboración entre diferentes, que permitió poner campamento base en la Mancomunidad Vasca o convertir a ETA en una organización desarmada con el concurso de la sociedad civil, tampoco se entiende la evolución más general.

Volviendo al estricto marco electoral, la «jubilación» de Kotte Ezenarro como cabeza de cartel en departamentales se ha saldado con un traspiés para la plancha del PS y sus aliados, a la que EH Bai ganó el domingo en dos de las tres localidades que integran su cantón.

Parecía imposible mejorar esos 3.000 votos que sumó en primera vuelta el soberanismo de izquierda con respecto a 2015, ello pese a la exorbitante huelga de votantes, que merece una reflexión estricta. La persistente apatía hacia las urnas, que se refleja en las cifras de abstención, debe ser objeto de un análisis profundo, porque no puede justificarse con factores ambientales. Lo que no exime a nadie de su responsabilidad. Basta con mirar al mapa que acompaña estas líneas para comprender que esa espantada no ejerce de motor de nada y sí de rémora a la hora de imprimir ritmo y profundidad a los cambios que se abren camino, contra viento y marea, en el escenario vasco.

Son muchas las personas que viven alejadas de un circuito político que no aguanta, ni en la escala institucional ni muchas veces tampoco en la partidaria, el test de estrés democrático.

Dicho esto, el 27 de junio, pese a concurrir solo en siete de los doce cantones vascos, EH Bai no solo superó los 20.800 votos que sumó en la primera vuelta, sino que computó 23.505.

Otra señal de que, pese a tratarse de un escrutinio pospandémico, sin excesiva atención mediática, una campaña a pie de calle ha hecho posible que las barreras cedan otro poco. Hoy hay un término que pronuncian todos los políticos de Ipar Euskal Herria. El territorio es el gran mantra. Razón de más para, desde la agenda social, vertebrar un mapa que se identifique por el buen vivir de sus gentes.