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Occidente se hace el loco y Rusia y China coquetean con el talibán

El caos «controlado» en el aeropuerto de Kabul, en plena desbandada occidental es la metáfora de un desastre estratégico del que EEUU y sus aliados se intentan desentender. El mantenimiento de las Embajadas china y rusa y el reposicionamiento de Irán y Turquía configuran el contrapunto pragmático.

Milicianos talibanes custodian la sede del Ministerio del Interior en Kabul. (Javed TANVEER/AFP)

Con el aeropuerto internacional Hamid Karzai –atentos a este nombre– «en calma» por el férreo control de los marines estadounidenses (siete muertos la víspera y escenas sobrecogedoras de una multitud aterrorizada subiéndose a lomo a los aviones), llega la hora para que las grandes y pequeñas –por regionales– potencias se reposicionen en el tablero afgano.

A unas les toca justificar –léase sortear– un desastre estratégico, y humanitario, en toda regla, mientras las otras tratan de ganar posiciones en un peligroso avispero en el que vuelve a mandar el talibán.

En el primer apartado está Occidente, en el sentido geográfico-demoliberal del término, y capitaneado por EEUU, principal responsable del desastre afgano, evidenciado en la reconquista del poder por parte del movimiento rigorista 20 años después de su derrocamiento tras la invasión del país.

Sorprende, en este sentido, la sinceridad en el discurso a la nación de anteayer del presidente, Joe Biden. Ahora resulta que EEUU nunca tuvo en mente construir una democracia al estilo liberal en el país centroasiático y solo le movió el objetivo de evitar ataques en su suelo como el del 11S un mes antes de que declarara la guerra a los talibanes en octubre de 2001.

«Libertad duradera»

No fue eso lo que dijo George W. Bush y su lema de guerra entonces ni lo que han repetido sus sucesores en EEUU, incluido el propio vicepresidente Biden, hasta la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump.

El actual inquilino de la Casa Blanca ha decidido seguir los pasos del magnate y, calculadora en mano (dos billones de dólares despilfarrados) ha concluido que seguir en el lodazal afgano no le sale a cuenta.

Biden suma al económico y al electoral –el creciente aislacionismo de la población de EEUU es la prueba de su declive como imperio–, un criterio estratégico al apuntar que Rusia y China habrían deseado que siguiera anegado en semejante avispero.

EEUU concentra todos sus esfuerzos geoestratégicos en el Pacifico –contra el gigante chino–, como evidencia su creciente desapego de Oriente Medio.

Fiel a su política de no intromisión en los asuntos internos de otros países mientras no afecten a sus intereses, Pekín ha movido pieza dispuesto a contemporizar con los talibanes.

Los contactos de China con el movimiento rigorista datan ya de setiembre de 2019 y la retirada estadounidense, que Pekín ha criticado, los ha formalizado.

China comparte frontera con Afganistán y observa con preocupación que la victoria talibán sea un acicate para el yihadismo mundial, que tiene a Xinjiang (Turkestán Oriental) en su punto de mira aprovechando la política de asimilación pura y dura y de represión contra los uigures por parte de la mayoría han.

Por de pronto, China no tiene intención de evacuar su Embajada en Kabul. Al igual que Rusia.

Los contactos de Moscú con los talibanes son de más larga data. Desde hace siete años, según ha confirmado el Kremlin.

El objetivo del diálogo con un grupo al que considera«terrorista» es, sin obviar la maniobra de diversión de EEUU como potencia rival, garantizar que Afganistán no se reconvierte en base de apoyo a revueltas islamo-yihadistas en el Cáucaso Norte y, sobre todo, en las vecinas Uzbekistán y Tayikistán.

La estrategia es clara: la «pax rusa» en Asia Central exige entenderse con los talibanes, pese a que Moscú desconfíe históricamente de los herederos de los que hicieron morder el polvo a la URSS –con la inestimable ayuda de EEUU– en los ochenta.

Tras el encuentro ayer del embajador ruso, Dmitri Jirnov, con la dirigencia talibán, el jefe de la diplomacia de Rusia, Serguei Lavrov, calificó de «positivas» las garantías de los talibanes a las exigencias rusas, que se resumen en la emergencia de un país «civilizado, libre de terrorismo y de drogas y con buenas relaciones con el mundo».

Credulidad resignada

La «sinceridad» de EEUU y la ¿credulidad? de China y Rusia se completan con los movimientos de Irán y Turquía. El régimen chií de los ayatollah mantiene una relación pragmática estable con los estudiantes del Corán sufíes afganos y algunas fuentes apuntan a que su concurso habría sido crucial para que la minoría chií hazara, y el señor de la guerra de Herat Ismail Khan, no se hayan plegado finalmente a la ofensiva talibán.

Además de lograr el compromiso de los talibanes de que integrarán a líderes hazaras en el futuro Ejecutivo. Teherán asiste sonriente al final de la presencia estadounidense en Afganistán donde, al igual que en el Irak posocupación, espera recoger las nueces de los árboles agitados por Washington.

Pero Irán tampoco oculta su preocupación por el posible efecto boomerang de la victoria talibán en el ánimo yihadista regional y suma una más, la de que una eventual desestabilización del país le suponga un nuevo flujo de refugiados en su frontera, cuando ya acoge a 3,5 millones de afganos.

Turquía (3,6 millones de refugiados sirios) comparte ambas preocupaciones. Y, pese a que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha lanzado varios guiños al nuevo poder en Kabul con el que comparte, desde distintas aproximaciones politico-teológicas, la militancia islamista suní, Ankara se ha quedado, tras la Blitzkrieg talibán, sin su principal apuesta para normalizar relaciones con EEUU: su idea era obtener de los ocupantes en retirada el control militar del aeropuerto internacional, una pica en Flandes estratégica que lo vertiginoso de los acontecimientos ha dejado en nada.

La cuestión de los refugiados

Así las cosas, Turquía, e Irán, temen convertirse en los paganos-receptores de una huida masiva de refugiados. Y hete aquí la principal preocupación de la UE que, a falta de una política exterior propia que deje de hacer seguidismo a unos EEUU que van de fiasco a desastre, resume su política de refugio en eludir cualquier responsabilidad en el desaguisado afgano, el mayor desastre de la historia de la OTAN, según reconoce Alemania, y tratar de endosársela, otra vez, a los países limítrofes.

La sinceridad teutona tiene aquí también doble lectura. La CDU post-Merkel afronta elecciones en poco más de un mes y una oleada de refugiados como la de 2015 (sirios, afganos…) hundiría definitivamente las pretensiones democristianas de seguir en el poder, además de dar renovados bríos a la neutralizada nueva derecha germana.

La reunión de ministros de Exteriores de la UE siguió el guion acostumbrado. Buenas palabras, mejores deseos para las afganas y si te he visto –y te he utilizado como traductor en Afganistán– no me acuerdo.

El eterno sino de un Occidente atrapado en su propia trampa y declive y de un Oriente que prima el pragmatismo autoritario. Así es el mundo. Así va.