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Maoríes en la Antártida, un milenio antes que los europeos

El primer barco maorí llegó a la Antártida en el siglo VII. Un estudio publicado en el “Journal of the Royal Society of New Zealand” revela que un jefe llamado Hui Te Rangiora navegó hasta allí mil años antes de que se registrara que los blancos la «descubrieron».

El explorador noruego Roald Amudsen y el capitán británico Robert Falcon Scott en la Antártida, en 1909 y 1911 respectivamente. (WIKIMEDIA COMMONS)

La historia tiende a ser contada por una sola voz, con una narrativa dominante. A menudo, la historia indígena e incluso la de las mujeres se vuelve invisible. La tradición oral, desde tiempos antiguos, y muchas veces como única vía, ha adquirido una dimensión crucial en la difusión de los saberes y la cosmogonía de los pueblos. Pero muchos investigadores académicos han descartado recursos como los cuentos, las tallas, los tejidos, las canciones para registrar el conocimiento astronómico, la información sobre la navegación oceánica y las historias anteriores a la llegada de los europeos. Las descalifican al afirmar que no son fiables y que la información que aportan no vale.

Obvian, sin embargo, que gracias a la oralidad entablamos relaciones de intercambio con los demás. Sobre la trascendencia de la tradición oral, conviene recordar al filósofo Eric Alfred Havelock, que afirmaba que el ser humano natural no es escritor, ni lector, sino hablante y oyente.

Según historias orales de las tribus maoríes Ngāti Rārua y Te Āti Awa registradas en 1899, el primer ser humano en viajar a la Antártida fue el explorador Hui Te Rangiora. Describen el viaje hablando de mares monstruosos; de una hembra que habita en unas olas como montañas cuyas trenzas ondean en el agua y en la superficie del mar, un mar helado de pia (nombre maorí del tubérculo blanco llamado arrurruz), de animales que se zambullen a grandes profundidades.

Hablan de un brumoso y oscuro lugar no visto por el sol, cuyas cumbres perforan los cielos, y que están completamente desnudas y sin vegetación. Para los investigadores que  las registraron, las trenzas de estas historias milenarias describirían algas toro del océano Austral, los animales serían mamíferos marinos y las cumbres que perforan los cielos harían referencia a los icebergs.

Hui-Te-Raingora, originario de la isla Rarotonga, habría navegado en el siglo VII hacia el sur, en un peligroso, largo y quizás último viaje, rodeando con su embarcación los icebergs que flotaban en un océano de misteriosa quietud, soportando vientos que golpeaban con un clima de muerte, hasta encontrarse con un área que denominó Tai-uka-a-pia (tal vez la prueba más convincente, el término para referirse al océano helado en el que tai significa mar, uka significa hielo y a-pia significa «a la manera del arrurruz», dado que los témpanos le resultaron similares al aspecto de la fécula de la raíz de esta planta). Se cree que habría alcanzado la Barrera de hielo de Ross, que sintió sobre su piel el frío sol de la Antártida, aunque no llegó a desembarcar sobre su hielo crujiente.

Al parecer, estos aventureros maoríes no hacían viajes continuos. Cuando encontraban una nueva isla, se tomaban un descanso que podía durar semanas, meses o años. Hui-Te-Raingora y sus compañeros habrían pasado un tiempo considerable en la isla subantártica Campbell, cazando focas, ballenas y pingüinos. Al acercarse al Continente Blanco, el jefe maorí vio largas cabelleras de mujeres que se agitaban bajos las aguas del mar y criaturas misteriosas que se hundían y se mezclaban con las olas. Lo que observaba no era fácil de describir; la noche polar, el hielo y la nieve estaban más allá de su conocimiento y experiencia. Las cabelleras eran frondosos bosques de algas, y las criaturas, elefantes marinos, focas o cetáceos.

Carrera de la exploración

Pero, ¿quién descubrió realmente la Antártida? Depende de a quién le preguntes. En 1820, dos expediciones rivales se propusieron descubrir la Antártida, pero solo una podría ser la primera. Doscientos años después del descubrimiento de la Antártida, el continente helado es conocido como un semillero de exploración científica y un lugar de aventuras y peligros helados. Todo depende de cómo se defina y qué se entienda por «descubrimiento». El fatídico avistamiento podría atribuirse a una expedición rusa el 27 de enero de 1820, o a una británica solo tres días después. Antes, el capitán James Cook, explorador de la Royal Navy británica, buscó la Antártida durante tres años, pero nunca encontró el continente.

La competencia global por el dominio territorial y económico llevó a exploradores de Rusia, Inglaterra y EEUU hacia la Antártida. En 1819, Rusia encargó a Fabian von Bellingshausen que fuera más al sur que Cook. El 27 de enero de 1820, miró hacia el hielo sólido que probablemente era una plataforma unida a la tierra antártica ahora conocida como Tierra Reina Maud. Sin que él lo supiera, tenía compañía: tres días después, el oficial naval británico Edward Bransfield divisó la punta de la Península Antártica

La Antártida puede ser muy fría, pero las pasiones que aviva en los corazones de los exploradores son realmente ardientes. La frenética carrera para encontrar la Antártida provocó una competencia para localizar el Polo Sur y avivó otra rivalidad entre potencias coloniales. El explorador noruego Roald Amundsen lo encontró el 14 de diciembre de 1911. Poco más de un mes después, Robert Falcon Scott también llegó, aunque en la vuelta todos los miembros de su malograda exploración murieron.

La «era heroica» de la exploración a finales del siglo XIX y principios del XX vio a los maoríes ayudar a los marineros blancos a llegar al continente. Y estuvieron presentes entre la tripulación de las expediciones lideradas por el capitán Robert Falcon Scott y Roald Amundsen. Hasta ahora, el primer maorí registrado en explorar la Antártida fue Te Atu, que viajó al sur como parte de una expedición estadounidense en 1840 a bordo del USS Vincennes. Durante más de 200 años, los libros de historia han atribuido el descubrimiento de la Antártida a principios del siglo XIX a las potencias mundiales de la época.

Un pueblo de navegantes

Los expertos ahora creen que los marineros maoríes llegaron a la Antártida más de un milenio antes que nadie. Y no solo por historias orales preservadas y registradas, otros depósitos de conocimiento maoríes utilizados por los investigadores incluyen tallas, que representan tanto a viajeros como conocimientos de navegación y astronómicos.

Ahora, después de siglos de creencia en esta narrativa, el artículo publicado en el “Journal of the Royal Society of New Zealand” ha destacado que los maoríes tienen una historia de viajes significativamente más larga al continente más austral de la Tierra. Y es que la navegación ha sido durante mucho tiempo un pilar de la sociedad maorí. Los navegantes maoríes atravesaban el Pacífico de la misma manera que los exploradores occidentales atraviesan un lago. Viajaron hacia el este a través del Pacífico tropical hacia la remota Oceanía (Melanesia al sureste de las Islas Salomón, Micronesia y Polinesia), llevando consigo plantas y animales domesticados, para mantener el asentamiento en sus nuevos hogares. A lo largo de los siglos, mejoraron sus canoas y tecnologías de navegación para viajar distancias mucho más largas. Se asentaron en islas a lo largo de una gran sección del Océano Pacífico, en un área que se extiende desde Hawai en el norte hasta la Isla de Pascua en el sureste y Nueva Zelanda en el suroeste.

En realidad no es simplemente qué humanos estuvieron primero en la Antártida. Se trata de que estos vínculos se han mantenido durante siglos y que seguirán en el futuro. Los maoríes tienen unas raíces de transmisión del conocimiento muy claras y unos métodos de transmisión de la información muy seguros, algo que rebate la idea de algunos historiadores de que la tradición oral es una fuente poco fiable.

¿Por qué no iban los maoríes a encontrar un continente si hallaron las islas más aisladas del mundo? Esta investigación no sólo ha roto  con el constructo histórico europeo, sino que comienza a construir una imagen más rica e inclusiva de la relación de la Antártida con la humanidad, que difícilmente podría alcanzarse desde la óptica exclusiva del Viejo Continente.