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Joserra Asua solo tenía 23 años cuando murió. (Fondo Euskal Memoria)

¿Quién mató a Joserra Asua?


El 12 de setiembre de 1982, ahora hace 39 años, dos jóvenes huían a la carrera de la Guardia Civil, en Durango. Uno de ellos pudo eludir la detención y se escondió durante unas semanas. El otro desapareció.

Su familia y amigos le buscaron, sin resultado. Hasta que cuatro días más tarde su cadáver apareció en un regato de Durango. El expediente de las diligencias abiertas por un juez ha desaparecido del juzgado, lo que ha avivado las sospechas de una muerte violenta. Se llamaba Joserra Asua Zelaieta, tenía 23 años y era natural de Berriz.

La década de 1980 fue vertiginosa. Varias organizaciones armadas se disputaban la hegemonía de la lucha frontal contra el Estado. Detenciones, torturas, activismo, guerra sucia, un golpe de Estado... En este contexto y en Durango, un grupo de cinco jóvenes, entre los que se encontraba Joserra Asua, ejecutó diversas acciones de sabotaje, lo que luego se llamaría «kale borroka». Cortes de carretera, explosivos caseros, etcétera, en favor de los presos políticos vascos.

Berriz y Durango están hermanados por la cercanía. La impronta de la muerte de Alberto García Mármol y Jesús Mari Arrazola, dos vecinos de Durango apenas de 21 años y 19 años, militantes de ETA, emboscados por la Guardia Civil en Gernika en mayo de 1978, marcó a toda una generación. Fueron decenas los jóvenes que se incorporaron a organizaciones políticas clandestinas, incluso a ETA.

En noviembre de 1980 fueron detenidos numerosos jóvenes de Iurreta y Durango, entre ellos el ya entonces escritor Joseba Sarrionandia. Otros marcharon al exilio. Fueron las referencias del grupo de Asua. La senda de aquellos cinco activistas siguió su curso biológico. Asua murió ahogado. Su compañero de fuga ha sobrevivido, mientras que de los otros tres uno se encuentra hospitalizado, gravemente enfermo, y los otros dos fallecieron, uno de ellos en circunstancias trágicas, ahorcado.

El recorrido natural de estos grupos era «hacer méritos» para luego entrar en ETA. La relación para tal aventura la hacían a través de refugiados al otro lado de la muga que conocían por su cercanía. Fue el caso de este grupo, que se desplazó en varias ocasiones a Ipar Euskal Herria y mantuvo contactos con vecinos que conocían antes de la caída de 1980. No entraron, a pesar de su interés, en la organización armada. Su actividad, sin embargo, era similar a la de un comando. Tenían incluso un zulo para guardar material.

Retención previa en Irun

El sábado 11 de septiembre de 1982, dos integrantes de este grupo, uno de ellos Asua, se dirigieron a Ipar Euskal Herria para contactar con un refugiado con el que habían puesto una cita. Viajaron en coche propio, en Donostia pasaron la mañana y al rato de tomar el camino de la muga, cerca de Irun, se les cruzaron en la carretera varios coches de paisano que les tuvieron retenidos durante dos horas. Se asustaron tanto que no cruzaron la muga y entraron en una pensión de la que no salieron. Al día siguiente volvieron a Durango.

Al mediodía del domingo día 12, Asua llamó a su excompañera, con la que hacía un par de meses había roto, para poner una cita y que le ayudara a escapar al otro lado de la muga. Joserra estimaba que ya estaba «quemado» y que, después de lo sucedido en Irun la víspera, su detención era cuestión de tiempo. Pusieron la cita para el 13, en Getaria. Ella preparó el pase y esperó dos días a que Asua asomara. Infructuosamente. Jamás apareció.

Al atardecer de ese mismo día, Asua y el otro compañero quedaron en Durango. Asua apuntó a su compañero que estaba inquieto por coches y gente de paisano que había detectado en los alrededores de su casa, en Berriz. Según su opinión eran los mismos que les habían retenido el día anterior. Como coinciden sus cercanos y ex compañera, Asua era un joven tranquilo, nada paranoico incluso en situaciones comprometidas. Su intranquilidad parecía justificada.

Para hablar de qué hacer, ambos colegas se fueron hacia Iurreta, y cuando estaban en las cercanías del puente, en la actualidad frente al supermercado de la marca Eroski, volvieron a ver a los que supusieron les habían retenido la víspera. Un lugar donde estaba la antigua fundición San Miguel, ya desaparecida. Pasaron rápidamente por la fundición con el objetivo de ir hacia el monte y desaparecer varios días.

En ese momento surgieron cuatro o cinco lands rovers de la Guardia Civil. Iban a por ellos. Así que salieron corriendo, siempre por terrenos de la fundición. Uno corrió por el río, y Joserra en otro sentido. El compañero logró escapar. Joserra Asua, sin embargo, desapareció. No llegó a casa y su familia denunció la falta. La espera se hizo larga. Removieron su cuadrilla, su entorno, repasaron los bares y lugares habituales, sin resultado. A los cuatro días de la persecución, Asua apareció en una orilla de la presa Arandia, en un lugar de escaso calado, hoy perteneciente a Iurreta. Asua no sabía nadar. Pero el lugar apenas tenía profundidad. El agua llegaba hasta la rodilla.

Tanto la excompañera de Asua como el que había conseguido escapar, que eran los dos que conocían los hechos, la primera de manera parcial, no hicieron movimiento alguno en esos cuatro días. Su excompañera, por no revelar el estado del huido, ella sabía dónde, y él por razones obvias. Momentos de zozobra y de desasosiego.

El día 16 de septiembre apareció el cuerpo y la Guardia Civil se hizo cargo inmediatamente del mismo. No llevaba documentación encima pero no hubo dudas de quién se trataba. El médico de Berriz fue a ver el cadáver, pero la Guardia Civil no le permitió destapar la sábana que lo cubría. En cambio, la jueza de paz, Mari Tere Alberdi, fue avisada antes de levantar el cadáver. Apuntó en sus notas que Asua estaba en estado de descomposición y que no tenía signos de violencia.

Autopsia desconocida y diligencias desaparecidas

La familia y los allegados supusieron que al cadáver no se le había hecho la autopsia, pero esta existió. La realizó el forense Ricardo Mar Moñux, un médico natural de Castro ubicado en Durango. Concluyó que Joserra Asua murió por ahogamiento, que no tenía otros signos llamativos.

El día 18 se celebró el funeral y el cuerpo de Asua fue enterrado en el panteón familiar de Berriz. En el lugar donde apareció muerto, la izquierda abertzale erigió un monolito, con el anagrama de KAS. Un monolito que todavía se mantiene en pie. Durante varios años, en el aniversario de su muerte se le hizo un homenaje popular.

El impacto familiar sobre la desaparición-muerte de Asua fue de gran magnitud. Durante los años siguientes, la coordinadora KAS, Herri Batasuna y Gestoras pro Amnistía recordaron con una esquela en el diario ‘Egin’ el aniversario de la desaparición y muerte.

En 2016, un grupo de antiguos amigos de Asua organizó una pequeña campaña para sacar la verdad a la luz, con la convicción de que la muerte del berriztarra había sido inducida y que detrás de ella había un grupo policial.

De esa forma, contrataron a un abogado y a un procurador. Las diligencias judiciales abiertas cuando apareció el cadáver, en las que debería encontrarse entre otros documentos la autopsia, habían desaparecido del juzgado de Durango, cabecera judicial. Nadie pudo dar una explicación convincente, tampoco dudosa.

No había caso, porque el soporte documental se había esfumado. El juez que lo llevó, Adrián Zelaia Ibarra, ya había fallecido, aunque afortunadamente médico, juez de paz, familia y compañero de Asua en la huida en la que sucedió su muerte se prestaron a relatar lo que conocían. También la pareja de Joserra Asua, que aún llevaba encima la congoja de su ausencia.

Las dudas sobre el origen de su muerte eran fundadas. El testimonio del compañero de fuga permitió conocer los hechos relatados. El superviviente ya había sido detenido previamente y sufrió graves consecuencias de su paso por el cuartel bilbaíno de La Salve. Dos detenciones en las que quedó libre, ambas en setiembre; la una de 1979, la otra de 1980. Su testimonio fue recogido por Euskal Memoria y el IVAC en el trabajo sobre la tortura que realizó por encargo del Gobierno Vasco. La desaparición y muerte de su compañero marcaron su futuro y le agrietaron el carácter.

En 2018, el Ayuntamiento de Berriz aprobó una moción en la que se instaba a la investigación sobre la muerte en circunstancias cuando menos sospechosas del joven de la localidad, Joserra Asua Zelaieta. Pero aquello quedó en agua de borrajas. El municipio aprobó la moción, pero no hubo continuidad.

¿Venganza?

Aunque la noticia que circuló fue la de que Asua se había ahogado en la presa, su entorno supuso que había muerto a manos de sus perseguidores. Ninguna de las dos hipótesis tiene pruebas concluyentes. ‘Egin’ publicó el 19 de setiembre de 1992: «Tras el funeral van tomando cuerpo ciertos rumores sobre la posibilidad de que esta muerte no fuera casual. Después de varios días del suceso se especula con la posibilidad de que José Ramón Asua cayera al agua en donde murió ahogado, teniendo en cuenta que no sabía nadar, o bien por intento de huir de los presuntos perseguidores o bien que hubiera sido arrojado al agua. Sea cual fuera la veracidad de los hechos, este periódico pudo saber que se está formando una comisión investigadora que intentará, como primera medida, la autopsia del cadáver de José Ramón Asua».

Como en otros casos, la hipótesis de la venganza no debe de ser rechazada. Venganza en una situación de máxima tensión, en una población como Durango con numerosas acciones de violencia callejera y atentados de ETA. Precisamente, tres días antes de la desaparición, el cuartel de la Guardia Civil de Durango fue atacado con un bazooka, en una acción que pareció de guerra. Tres jóvenes habían robado un coche previamente, y desde su techo colocaron un lanzagranadas con el que atentaron contra el cuartel desde una distancia de 200 metros. El artefacto provocó un boquete de grandes dimensiones, rompió todos los cristales y arrancó algunas puertas, aunque no hubo víctimas. ETA reivindicó la acción con bastante retraso para lo que era habitual en la época.