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Supervivientes al suicidio, la hora de romper el silencio

La tendencia descendente de suicidios anuales parece haberse roto y preocupan las adolescentes. Los supervivientes del suicidio rompen el silencio para salir de su aislamiento y forzar un debate público que sirva para activar medidas preventivas. 

Elea Aisa, presidenta de Besarkada y superviviente al suicidio. (Iñigo URIZ/FOKU)

El término «superviviente al suicidio» para referirse al entorno más cercano a una persona que se da muerte a sí misma lo acuñó American Psychiatric Association tras estimar que el estado mental y los niveles de estrés que sufre esa gente son equivalentes «a los vividos en un campo de concentración o en un conflicto bélico».

Elena Aisa explicó el origen del término con motivo del Día Internacional del Superviviente. Lo contó para explicar quién era ella, pues se trata de una superviviente. Con motivo de la conmemoración que realizó la asociación de supervivientes Besarkada, Aisa señaló que se sienten perseguidas aún por el tabú y que, sin embargo, necesitan que el resto de la sociedad entienda «el dolor que tenemos y el nivel de destrucción humana en el que vivimos». 

Relató que el suicidio es la «muerte por sufrimiento de las personas» y que los supervivientes también sufren. Por eso, entre los mismos supervivientes la tasa de suicidio es alta y todavía más alta la ideación suicida, el pensar en matarse, que Aisa llegó a calificar como algo «cotidiano». La asociación de supervivientes critica cómo el resto de las personas se comporta respecto a ellos. «Necesitamos que la sociedad no nos castigue, que no nos aísle». 

El suicidio es una realidad vieja y enraizada, una muerte que ha sido tradicionalmente no aceptada y que se califica de forma despectiva. No hace tanto que se les enterraba fuera del cementerio, como a apestados sociales. Y el tránsito de la marginalidad hacia la aceptación, la comprensión de que su sufrimiento es hoy un problema de toda la sociedad, resulta complejo y requiere de un diálogo entre los supervivientes (sean familiares o personas que intentaron quitarse la vida sin éxito), los profesionales de la salud mental y todos los demás que, por suerte, han vivido esta realidad de más lejos. 

En opinión de Aisa, que unos y otros dialoguen y se entiendan requiere de abandonar ciertos mantras que vertebran la cultura actual. Cuestionó el positivismo, entendido como que todo es posible, como el «si quieres, puedes». Porque la verdad es que no siempre se consigue lo que se quiere. «La realidad no funciona así», aseguró la presidenta de Besarkada. El fracaso existe y, por ello, el sufrimiento también. Solo entendiendo que el sufrimiento existe se le da cabida y, por ende, se acepta la realidad del suicidio y se acepta socialmente a los supervivientes.

El momento de hacer algo es ahora

Aisa expuso también que el suicidio es un fracaso colectivo. Los datos previos a la pandemia (que alteró la serie histórica) apuntan a cuatro suicidios consumados cada semana en Euskal Herria. La previsión es que, tras un suceso tan traumático como el que ha supuesto el coronavirus, la tasa de suicidio se eleve. Así ha sucedido con otros sucesos históricos de algún modo homologables al vivido. Eso sí, ese aumento aún no se ha comprobado ni consolidado. Dicho de otra forma, dar por hecho que va a haber más suicidios en esta ocasión es una postura derrotista. Quizá suceda, pero tal vez aún se esté a tiempo de hacer algo.

El relato roto de Aisa no solo tiene que ver con la búsqueda de la aceptación social, sino que responde a un intento de prevención de lo que sucederá si la sociedad no reacciona. Supervivientes y expertos están convencidos de que, con el silencio llevado hasta ahora, con la tradicional ocultación del suicidio, el problema no se va a solucionar. 

Y tampoco se va a solucionar sin poner medios. La buena voluntad no basta. En la jornada que organizó Besarkada se insistió en que de poco sirve identificar a los posibles suicidas si luego no se les puede atender desde Salud Mental, si el tiempo de espera para el especialista –un sicólogo, un siquiatra, una terapia de grupo...– es demasiado largo.

Del suicidio se sabe más de lo que, por lo general, se piensa. La gente desconoce que es la segunda causa de muerte entre las personas adolescentes. La primera es el cáncer. Y, sin embargo, los recursos que se destinan a combatir el cáncer (que resultan a ciencia cierta insuficientes) son muchísimo mayores que lo que se destina a combatir el suicidio entre adolescentes. Tan solo el 5% del gasto sanitario se dedica a Salud Mental y el grueso de ese gasto no recae en Infantojuvenil, que abarca hasta los 17 años. 

Más en mujeres adolescentes

La particularidad de la situación posconfinamiento es que el repunte de la demanda de atención por parte de Salud Mental se está viendo en adolescentes. La petición de consulta ha crecido un 14,5%, según datos aportados por el director general de Salud de Nafarroa, Carlos Artundo, hace ahora una semana. Están desbordados y la lista de espera crece.

Los ingresos en siquiatría de Infantojuvenil han crecido en un 20%, muchos de ellos por trastornos alimentarios. En lo que son puramente intentos autolíticos de adolescentes, el crecimiento registrado es del 4%, siendo más acusado este aumento en mujeres.

En Nafarroa la pandemia no ha aumentado los intentos de suicidio que se atienden en Urgencias, pero el patrón estatal es que son más los intentos de quitarse la vida entre menores de 15 años y han descendido entre 15 y 29. Lo peor es que se ha roto la tendencia descendente en el total de suicidios anual que se venía registrando.

Javier Royo, que es siquiatra del Hospital Infantojuvenil de Nafarroa, fue el experto invitado en la gala anual de Besarkada. El especialista aportó datos tanto de su experiencia personal en las guardias en el Hospital Universitario de Navarra (conocido hasta hace semanas como Complejo Hospitalario) como los estadísticos. «El suicidio ha crecido. Hago guardias en Siquiatría del hospital y puedo asegurar que ha crecido. Antes la posibilidad de ver un intento autolítico en adolescente era rarísimo. Ahora se ha normalizado ver uno o dos por cada guardia».

Más en concreto, en los últimos años han aumentado los casos de adolescentes que se autoinfligen cortes en los brazos. «Ahora mucha gente se corta. No hay que banalizar nunca estas agresiones, ya que se asocia a riesgos. Es una autolesión». Y, cuando se trata de autolesiones, a más intentos, más riesgo. El prejuicio de si no se ha matado es porque no ha querido no solo es falso, sino peligroso.

El especialista enumeró las señales que pueden ayudar a detectar un posible suicidio. Según detalló, más del 80% de los adolescentes que se suicidan tienen trastornos sicopatológicos, siendo el factor de mayor riesgo pasar un episodio depresivo.

Señales de riesgo a tener en cuenta

Según indicó Royo, un episodio depresivo no resulta, por lo general, fácil de detectar. Muchas personas no llegan a verbalizar siquiera que se sienten mal. Y, con motivo de la adolescencia, las señales quedan enmascaradas por los cambios emocionales que se asocian a la edad. «Las subidas y bajadas de ánimo pueden ser normales a esa edad, pero no siempre es así –sostiene Royo–. Hay que estar atentos. Las personas en riesgo de suicidio tienen un ánimo bajo, sin esperanza. La ideación suicida, pensar cómo matarse, entra dentro de la propia clínica del episodio depresivo».

Lógicamente, cuando más intenso es el episodio depresivo, el factor de riesgo crece de forma exponencial. En menor medida también hay que tener en consideración la edad: «Si ese episodio se da con 12 o 13 años, el riesgo también aumenta». 

Si se añade al episodio depresivo un trastorno conductual, el riesgo se agrava. «El niño cambia. Se vuelven desafiantes o posicionistas. No toleran los límites. Pueden desarrollar una forma grave de trastorno de conducta antisocial. También comportamientos agresivos hacia los demás. Esto muestra que esa persona tiene un problema de manejo de las emociones. Si no agrede a otro, puede dirigir la agresión contra sí mismo». 

Otra de las señales es la existencia de un trastorno límite de la personalidad (“borderline”) que también implica cierto descontrol emocional que, sumado a la impulsividad que caracteriza a la adolescencia, multiplica el riesgo. 

Existen, además, otros dos factores de tipo más social, como el consumo de sustancias. Royo mencionó en concreto el alcohol y la cocaína, pues comparten la característica de ser euforizantes y, a su vez, propiciar bajones al día siguiente. 

El otro rasgo de peligro es, propiamente, la situación socioeconómica familiar y las dificultades vitales que eso conlleva en una sociedad como esta. «A mayor adversidad social, mayor riesgo», sentencia Royo. 

Y una última y triste señal, los antecedentes de suicidio en la familia. «Hay una parte de carga genética que es alta», apunta Royo. Y la parte social, que es con lo que arranca el artículo: con la condena de los supervivientes, por todo ese dolor, a sufrir ideaciones suicidas y, en ocasiones, a dar el paso definitivo.