INFO
Interview
LILIANA TORRES
CINEASTA

«La verdad me alimenta, me resulta  imprescindible para transmitir ideas»

Nacida en Vic (Barcelona) en 1980, desarrolló una intensa carrera como directora de cortometrajes antes de debutar en el largo con “Family Tour” (2013), seleccionada para la sección Zabaltegi del Zinemaldia. Ocho años después regresa con su segunda película “¿Qué hicimos mal?”.


Como ocurría en su ópera prima, en “¿Qué hicimos mal?” Liliana Torres vuelve a trabajar en un registro de autoficción. En esta ocasión es ella misma la que se pone delante de la cámara para interpretar los encuentros que tuvo con tres de sus ex parejas interrogándose sobre su propia experiencia vital y el concepto de fracaso. La película resulta un ejercicio de honestidad crudo y despojado donde se mezclan técnicas de representación de documental y de ficción en una propuesta de lo más insólita.

Su película juega con las expectativas del público hasta el punto de no saber muy bien cuánto hay de realidad y cuanto de ficción en lo que estamos viendo. ¿Qué es lo que le motiva de esto?

No tengo muy claro si estoy jugando con las expectativas del público o más bien con las diferentes dimensiones de la realidad. Solo sé que en el proceso de escritura y realización se mezclaba todo y eso hizo que la película estuviera muy viva en todo momento, lo cual me obligó a cambiar muchas cosas sobre la marcha. Con esto quiero decir que yo no me senté a escribir una historia de ficción con distintas capas de realidad sino que estas fueron cubriendo el proyecto de manera natural y eso me gusta porque te hace ver la complejidad de lo que estás contando y te condiciona a narrarlo de una manera distinta, no lineal.

Pero no deja de ser curioso que, siendo una recreación de sus propias experiencias, el hecho de hablar de sí misma y de filmarse a sí misma lleve a que el espectador asuma esa representación como si se tratase de un documental.

Es interesante sentir esa necesidad por parte del espectador de saber cuánto hay de verdadero en la experiencia que muestro en la película. Como si el hecho de que fuera un documental verificase de algún modo que todo lo que cuento es cierto y, al contrario, como si aquello que recreo desde la ficción fuese una mentira. Me gusta que exista ese diálogo porque me hace plantearme cómo percibe el público aquello que ve en la pantalla, aunque en el caso concreto de “¿Qué hicimos mal?” me interesa clarificar que se trata de una película de ficción pero que todo lo que acontece en ella es real. Yo creo que en esas tensiones entre lo que es ficción y no lo es se da un proceso de retroalimentación que es el que justifica la famosa frase de que ‘el cine no sirve para cambiar la realidad pero sí para cambiar a las personas≈.

En este sentido, cuando presentó «Family Tour» en el Zinemaldia hace unos años, una de las cosas que más se le reprochó es que, siendo un ejercicio de autoficción, hubiera recurrido a una actriz para que hiciese de usted. ¿Fue eso lo que le ha llevado en esta ocasión a interpretarse a sí misma?

No. Lo que pasa que en aquella película me interesaba trabajar sobre la sensación que tenía en aquel entonces de sentirme una alienígena en mi propia familia; de ahí que optase por coger a una actriz e integrarla en mi propia familia para reflejar un poco esa idea. Sin embargo, en “¿Qué hicimos mal?” me sentí moralmente obligada a interpretarme a mí misma porque si lo que pretendía era entrevistar a mis ex parejas para que me dieran su versión de nuestra ruptura, no tenía sentido ponerles a hablar con alguien que no fuera yo. Tenía que acompañarles en este proceso, tenía que estar ahí.

¿Y cuál es la parte más difícil de estar ahí? Porque me imagino que exponerse de tal modo ante sus ex parejas, ante la cámara y ante el espectador conlleva una lucha contra el propio pudor que puede resultar difícil de gestionar.

La dificultad fue grande porque yo no soy actriz, carezco de técnica y de experiencia, y esas limitaciones condicionaron el proyecto hasta tal punto de que pedí expresamente a los actores y actrices que me acompañan en la película que despojasen de esa técnica y de esa experiencia para que bajaran a mi terreno. Como yo lo que intentaba con esta historia era revivir una serie de emociones muy íntimas, les pedí a ellos que enfocasen su trabajo de interpretación también desde ahí. Y eso me condujo a un desgaste físico y emocional que yo no había calculado y que me pasó factura a la hora de recuperarme entre toma y toma. Eso fue lo más complicado y no tanto lo de desprenderse del pudor porque, en ese sentido, pienso que en mi intimidad no hay nada que resulte excepcional. Lo que me ha pasado a mí, tal y como lo expongo en la película, es algo por lo que han pasado otras muchas personas.

¿Es más difícil exponerse emocionalmente que físicamente?

Sí, claro. No obstante, la exposición física también genera muchas inseguridades. De hecho durante la primera semana de rodaje pedí todos los brutos para llevármelos a casa y acostumbrarme a verme. Porque si rechazaba la imagen de mí misma que proyectaba en la película, ¿cómo podía seguir con aquello? Necesitaba verme y aceptarme porque cuando te ves a tí misma por primera vez en la pantalla te pones tensa. La imagen mental que tienes de tí misma se reestructura y se completa y eso conlleva un proceso para el que una necesita tiempo.

Y después de hacer ese esfuerzo, ¿no le frustró que algunas se sus ex parejas rehusaran aparecer en la película junto a usted y tuviera que recurrir a actores para recrear las entrevistas que tuvo con ellos?

Claro, para mí lo ideal hubiera sido que Fede y Manuel hubieran aparecido en pantalla pero cuando trabajas en un registro de autoficción debes asumir los límites que ésta te impone y no te queda más que respetarlos. A partir de ahí, sobre las entrevistas que teníamos hechas con ellos decidimos qué palabras tenían que conservarse tal cual en el guion y cuáles no. A los actores que recrearon conmigo esas entrevistas les facilité esas entrevistas pero también mis propios recuerdos en forma de fotos, cartas, mails... a fin de que asumieran el lenguaje de esas personas en la relación que habían tenido conmigo. A partir de toda esa información también fuimos generando momentos de improvisación en las escenas que interpretamos juntos, y yo les decía: ‘De todo esto que os he dado quiero que os guardéis cosas y que en un momento de la conversación me las soltéis’. Porque sobre todo, me interesaba recrear esa sensación de espontaneidad que hubo en las entrevistas reales que mantuve con mis ex.

Ese compromiso con la verdad que muestra en la película, ¿en su caso fue una exigencia o simplemente se trató de un punto de partida para estructurar el filme?

Creo que se trata de algo personal que llevo muy dentro. Para mí la verdad es algo muy intuitivo, me alimenta, es un punto de partida imprescindible para transmitir ideas, sensaciones ya sea en el cine o en la vida. Ser honestos con la verdad y estar apegados a ella marca la diferencia entre poder llegar a cambiar las cosas o que no haya ningún tipo de transformación.

Hay un momento en la película donde esa honestidad asoma nítida y es cuando habla de la profesión de cineasta como un oficio precario.

No sé si se trata de una verdad incómoda o qué, pero son muy pocos los profesionales del cine que hablan de ello públicamente. Dentro de la industria del cine hay muchos rangos y yo formo parte de uno de los más precarizados, seguramente por circunstancias que tienen que ver con mi historia familiar. Yo vengo de una clase social para la que, si no hubiera habido universidades o escuelas públicas que nos han becado, el hecho de poder llegar a hacer cine era una actividad que hubiese estado vetada. Y eso se arrastra y se junta con el hecho de que para el tipo de cine que hace alguien como yo hay muy poca ventana de exhibición. Todo eso hace que cuando ruedas una película como ésta trabajes en precario, fuera del tejido industrial, y sin ninguna red de seguridad económica. Todo eso repercute en el tiempo que tardas en levantar un proyecto e indirectamente también en tu vida personal, más aún si eres mujer. Hemos avanzado mucho en esta profesión pero aún seguimos sin tener acceso a los grandes presupuestos. Esos siguen estando reservados a los hombres.  

Pero, ¿por qué piensa que hablar de esa precarización de la profesión sigue siendo un tema tabú?

Pues porque en España sigue habiendo ese estigma respecto a aquellos oficios que tienen que ver con la creación artística. Parece como si fuera una cosa de gente caprichosa, de vagos o de privilegiados. Yo me pregunto de dónde viene esa idea, porque lo cierto es que esa percepción de nuestra profesión genera una brecha entre el público y los que nos dedicamos a hacer cine que urge sanar. De hecho, tengo una amiga actriz, con un cierto prestigio y una cierta popularidad, que fue un día al INEM para apuntarse al paro y la funcionaria que le atendió le dijo: ‘Bueno. igual a usted tampoco es que le haga mucha falta esto ¿no?’. Eso te da idea de hasta qué punto los que nos dedicamos a esta profesión no tenemos ni siquiera consideración de trabajadores.