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Los ingleses descubren ahora que votaron a un mentiroso compulsivo

El primer ministro británico, Boris Johnson. (Justin TALLIS-AFP)

Boris Johnson, la «ambición rubia», vive sus peores tiempos desde que llegó al poder aupado a la ola del Brexit y logró a finales de 2019 una victoria aplastante con 87 diputados sobre la mayoría absoluta y, por si fuera poco, arrebatando a los laboristas la «muralla roja» que dividía el norte y sur de Inglaterra a la altura de Gales.

Más allá del resultado de la votación de las medidas contra la covid, el hecho de que tenga que asegurar su aprobación precisamente con los votos laboristas es para el ex-alcalde de Londres y político clown –con todos los respetos a los payasos– un trago amargo.

Los negacionistas «libertarios» tories lideran la rebelión pero detrás afila los cuchillos el sector menos antieuropeo, que no olvida la puñalada por la espalda de Johnson a la entonces premier Theresa May por el protocolo de Irlanda.

Su sucesor seguirá en el 10 de Downing Street hasta que esa máquina inmisericorde del Partido Conservador –como vivió en sus carnes la mismísima Thatcher– decida que es un lastre.

De momento, los laboristas le aventajan por cuatro puntos en las encuestas (37 a 32%), la primera vez desde los tiempos de Gordon Brown (2008). Y eso que el actual líder del Labour, Keir Starmer, es, si me apuran, todavía más soso que el exprimer ministro de origen escocés.

Lo triste es que sean las mentiras de Johnson sobre fiestas privadas de su gabinete en pleno confinamiento en Navidades de 2020, y sobre donaciones para redecorar su apartamento las que hayan tenido que poner sobre las cuerdas a Johnson, un mentiroso compulsivo que reconoció haber mentido para que ganara el Brexit en el referéndum y llegó al poder tras denunciar a May por aceptar un acuerdo sobre Irlanda que luego él se tragó. 

A lo que se ve, la flema inglesa tiene mucho de puritanismo hipócrita.