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Interview
Ildikó Enyedi
Directora de cine

«Vivimos alienados por la idea de lograr conexiones emocionales»

Nacida en Budapest en 1955, su ópera prima como directora, ‘My 20th Century’ (1989) le valió la Cámara de Oro en Cannes. Desde entonces ha rodado apenas nueve títulos, con largos periodos de inactividad entre unos y otros.

La realizadora Ilnika Enyedi, en el Festival de Cine de Sevilla. (Lolo VASCO)

Con ‘On body and Soul’ (2017) ganó el Oso de Oro en Berlín. Ahora llega a las pantallas su último y más ambicioso trabajo, ‘Historia de mi mujer’, que presentó en Cannes.

​En ‘La historia de mi mujer’ Ildikó Enyedi acomete un sutil retrato de la cultura patriarcal a través de la figura de un capitán de barco que se desposa con una atractiva joven con la idea de estabilizar su vida en tierra firme. Tan acostumbrado a lidiar con las inclemencias del mar, su incapacidad para aceptar la libertad de espíritu de su mujer le llevará a una situación de frustración al sentir que carece de habilidades para ejercer su control sobre algo mucho más imprevisible que el océano: el amor. Filmada de manera exquisita, la película es una adaptación bastante libre y personal de la novela homónima de Milán Füst publicada en 1942, uno de los grandes clásicos de la literatura húngara. Para la ocasión, la directora se ha rodeado de un reparto internacional encabezado por Léa Seydoux, Gijs Naber, Louis Garrel y Jasmine Trinca.
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¿Qué fue lo que le interesó de adaptar la novela de Milan Füst en la que se basa el filme? Se lo pregunto porque, fuera de Hungría, es una obra que se conoce muy poco y usted tampoco ha realizado una versión muy fiel al libro que digamos.

En términos generales no soy muy partidaria de las adaptaciones. Cuando leo una buena novela siempre pienso que todo lo que quería decirme el autor está ya ahí por lo que no entiendo que sea necesario traducirla a imágenes. Con esto no quiero decir que para otros directores la literatura no pueda llegar a ser un buen punto de partida. No obstante, en este caso concreto, pese a ser una obra que en Hungría tiene todo tipo de reconocimientos y que se ha traducido a muchísimos idiomas, creo que es una novela que no acaba de entenderse bien y que suele generar bastantes interpretaciones inexactas no tanto por lo que en ella se narra sino por el punto de vista que adopta el autor. Eso me llevó a intentar ponerme a su servicio para trasladar al espectador su manera de ver el mundo.
 
En la obsesión de ese capitán de barco, que protagoniza la película, por llegar a entender a su mujer hay un deseo evidente por intentar comprender una realidad de la que vive apartado. ¿Aislarnos de la realidad nos incapacita para afrontarla?

Lo que nosotros denominanos realidad es algo que responde a unos códigos culturales y el no asumir esos códigos nos lleva a carecer de herramientas para afrontar nuestra propia vida. Esa necesidad de tener nuestra existencia perfectamente organizada sin aceptar que hay cosas que escapan a nuestro control es un poco lo que le ocurre al protagonista de la película. Él, como capitán, debe de hacer frente a un escenario imprevisible, como es el mar, y eso le hace ser pragmático: ante cada problema idea una solución. Pero aplicar esa misma lógica a las relaciones amorosas no garantiza los mismos resultados. Su matrimonio le plantea nuevos escenarios y cuando te lanzas a la conquista de algo nuevo debes desprenderte de lo antiguo, pero él no acaba de desterrar de sí ese pragmatismo.
 
Pero ese es un sentimiento que también puede valer para describir al espectador actual de cine ¿No tiene la sensación de que cada vez gestionamos peor la frustración y demandamos historias donde todo esté explicado y ajustado a nuestras expectativas?

Es cierto que a los cineastas cada vez se nos exige más realizar películas donde el relato esté perfectamente articulado pero, en este caso, siento que si yo hubiera narrado la historia atendiendo a estas exigencias habría ido en contra de la temática principal de la película. Si estoy hablando de un personaje cuyo conflicto interior viene dado por no poder controlar ni la realidad ni a las personas que le rodean, no hubiera tenido ningún sentido construir un relato totalmente estructurado y organizado. Dicho lo cual, resulta curioso que hoy, más que nunca, muchos de los temas que ocupan el centro del debate público como el racismo, la crisis ambiental o la violencia de género, sean asuntos que evidencian una complejidad muy grande y que a la hora de abordarlos, pese a las múltiples aristas que presentan, nos conformemos con hacerlo a través de eslóganes. Hoy en día todo tiene que ser así, enunciativo.
 
¿Cómo encaja una película tan sutil y ambigua como «Historia de mi mujer» en un escenario así?

Bueno, la verdad es que tras estrenar “Historia de mi mujer” en Hungría, Austria y Alemania, la sensación que tengo es que espectador estándar, por así decirlo, está muy abierto a este tipo de propuestas. De hecho lo está más que algunos críticos (risas). Yo creo que se trata de una película cuyo corazón está bastante escondido pero aun así el público se muestra bastante predispuesto a atravesar la superficie del filme y capturar su alma.
 
La película también nos habla de la dificultad para establecer conexiones emocionales, un tema que ya estaba en su anterior película, «En cuerpo y alma». ¿Cómo explica ese interés?
Los seres humanos somos animales que vivimos por y para comunicarnos y esa necesidad por conectar con los demás de una manera sincera y abierta creo que está en el germen de esas neurosis que padecemos en las sociedades occidentales. Vivimos alienados por la idea de lograr ese tipo de conexiones.
 
Sobre esta base ¿cómo fue construyendo los personajes junto a los actores? «La historia de mi mujer» presenta un reparto muy heterogéneo y no sé si esas conexiones se dieron entre los propios intérpretes.

Cuando le enseñé el guion a Josef Hader, uno de los actores que aparecen en ella y que también es director, me dijo que los dos protagonistas son como dos planetas que gravitan cerca el uno del otro por una fuerza que les atrae pero que, a la vez, evita que colisionen entre sí. Sobre esta idea, que me encantó, escogí a Léa Seydoux y a Gijs Naber porque físicamente se asemejan y esa similitud me llevó a pensar que sus personajes, Lizzy y el capitán, quizá sean las dos caras de un mismo alma. La feminidad de Lizzy y la masculinidad de él se hicieron más acentuadas pero, al mismo tiempo, convergen en la relación que mantienen ambos, una relación que trasciende sus respectivas individualidades dando lugar a algo nuevo.
 
Pero da la sensación de que el capitán no asume la singularidad de Lizzy ni aprecia su sentido de la libertad. ¿Hasta qué punto la protagonista de su película representa a esa mujer que se rebela frente a la cultura del patriarcado para terminar siendo anulada por esta?

Lizzy es alguien excepcional, su libertad no es producto de un proceso de emancipación sino que es su manera natural de estar en la vida, no le supone ningún esfuerzo comportarse así. Eso es lo que fascina y a la vez despierta la envidia de su marido que parece vivir para tener que estar demostrando permanentemente algo a los demás. Pero me resisto a verla como una femme fatale, más bien es alguien que pone una barrera entre ella y el mundo y su esposo, el capitán, no termina nunca de sortear ese obstáculo.