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Sundance: Sin tiempo para vivir

Oliver Hermanus y Bill Nighy reviven el espíritu humanista de Akira Kurosawa y Takashi Shimura en ‘Living’, un remake estrenado en el Festival de Sundance que nos descubre que detrás del buen oficio también late con fuerza el corazón del mejor cine indie

Bill Nighy, protagonista de ‘Living’, estrenada en la cuna del cine indie. (NAIZ)

Hay quien diría, y no sin fundamento, que en el conocido como gran escaparate del cine indie (es decir, de aquellas películas que no se contentan con seguir las corrientes culturales mayoritarias) no deberían lucir versiones de otros films hechos anteriormente. Porque esto es básicamente a lo que se dedica la industria hollywoodiense y, honestamente, ¿dónde está la originalidad en esto? O si se prefiere, ¿qué sentido tiene que Sundance reserve huecos a remakes en su selección final de películas?

Pues de primeras, se podría decir que no mucho, pero si la respuesta corre a cargo de Oliver Hermanus (director sudafricano que, sin hacer demasiado ruido, se ha ido revalorizando como uno de los valores más fiables del circuito festivalero), entonces no solo se habrán salvado los muebles, sino que además la apuesta habrá salido reforzada.

Hoy la máxima atracción en Sundance ha sido ‘Living’, remake de ‘Vivir (Ikiru)’, clásico de 1952 de Akira Kurosawa.

Antes estábamos en el Japón de después de la Segunda Guerra Mundial, ahora en el Reino Unido del mismo período. Antes el protagonismo era para un inolvidable Takashi Shimura; ahora para un igualmente emocionante Bill Nighy, encargado de dar vida a un funcionario al que la medicina le acaba de comunicar que en unos pocos meses la muerte le dará alcance, pues un cáncer que tiene alojado en el estómago se ha expandido sin que haya curación posible.

El Sr. Scrooge, protagonista del mítico ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens, y claro referente originario de Kurosawa, regresa al hogar. Lo hace encabezando una producción que, se mire como se mire, da gusto. Hermanus, elegante y refinado tanto en la ambientación de época como en la puesta en escena, entiende el alto impacto emocional de una historia que, irónicamente, no envejece, al contrario. Tanto delante como detrás de las cámaras, ‘Living’ es un muy digno ejemplo de respeto y comprensión a los grandes referentes, en este caso concreto, esos veteranos que a través de sus obras, nos inspiran a ser mejores personas. En serio, ¿cómo no vamos a llorar?

‘Cha Cha Real Smooth’

De vuelta a los Estados Unidos, nos topamos con un título mucho más representativo de esa quintaesencia Sundance. ‘Cha Cha Real Smooth’ podría pasar por la típica ‘dramedia’ indie, y sí, en parte así es, pero no por ello ha dejado de dar en el clavo. Protagonizada Cooper Raiff (quien al mismo tiempo ejerce de director y guionista) y por Dakota Johnson, a simple vista se trata de una historia de esquemas igualmente tópicos: a saber, aquellos que empiezan por aquello de ‘chico-conoce-a-chica’. Pero de nuevo, detrás de esto hay más.

Para entendernos, de lo que realmente se trata aquí es de seguir las aventuras cotidianas de un chaval de 22 años que, como la mayoría de chavales de 22 años, aún no ha concretado ningún plan vital importante. Aparte, claro está, del consistente en dejarse llevar por los enamoramientos del momento. Con todo esto, Cooper Raiff da una lección magistral primero en la gestión de un carisma desbordante (el suyo, pero también el que irradia el conjunto), y después en la defensa de unas tesis con las que cuesta no estar de acuerdo. A saber: las nuevas masculinidades deben desligarse del sentido de la propiedad a la hora de abordar los líos amorosos.

O sea, que el que él y ella terminen juntos tiene que ser lo de menos… mientras todo el mundo sea feliz, por supuesto. Y ya que estamos con esta actitud, aterrizamos justo a tiempo en la última propuesta de hoy, esta sí, originalísima. ‘Brian and Charles’, de Jim Archer, nos presenta en formato de falso documental, al inventor más patoso de Gales, un hombre que juntando una cabeza de maniquí con una lavadora, ha creado una inteligencia artificial. Casi como una versión en imagen real de la mítica ‘Wallace y Gromit’, tan absurdo como irresistible en su adopción de esa pureza en la mirada que solo puede encontrarse en los niños.

Este cuento orgullosamente disfuncional a partir del recuerdo deformado de ‘Pinocho’ es un entrañable y sincero recordatorio del respeto que merecen, al menos a priori, todos los objetos cinematográficos, y por consiguiente, toda la gente que los hace posibles. Por muy ridículos que puedan llegar a parecernos en la primera toma de contacto. Ahí está, un humanismo a partir de piezas sueltas de un androide que despierta compasión, admiración y ternura al mismo tiempo. Este es el indie que vivirá para siempre.