INFO

Los fantasmas que entre todos construimos

En ‘La casa’, una familia se instala en su nuevo hogar, sin temer por los horrores que ahí moran. (NAIZ)

Una casa es mucho más que ‘cuatro paredes’, es ese sitio en el que vivimos (elemental), y en el que por esto, durante los años se van acumulando energías: recuerdos, vivencias, buenas y malas vibraciones… Todo queda ahí, más o menos escondido; más o menos a la vista de quien sepa hacia dónde mirar. A veces hay que haber estado instalado ahí durante una buena temporada: para que nuestra huella sea también perceptible, pero también para que a nosotros nos haya dado tiempo a entender cómo opera esta especie de aura invisible.

El hogar como refugio, pero también como generador de miedos, de ansiedades, de inseguridades que, poco a poco, van impregnando los cimientos. Hasta que a la construcción no le queda otra que hundirse, aplastándonos así bajo el insoportable peso de esas herencias inasumibles.

A propósito de todo esto, y de otras pesadillas, en Netflix podemos disfrutar (y pasarlo muy mal) con ‘La casa’, un largometraje de animación de apenas hora y media de duración, compuesto por tres historias independientes y auto-conclusivas, hermanadas por el simple hecho de vivir bajo el mismo techo.

A veces, las familias se forman así: a partir de la alegre casualidad de un puñado de seres coincidiendo en el espacio y el tiempo. Aquí tenemos a Emma De Swaef, Marc James Roels, Niki Lindroth von Bahr y Paloma Baeza; cuatro cineastas para un tríptico homogeneizado también en su capacidad para que sus imágenes, sus sonidos y sus arcos dramáticos, activen en la mayoría de ocasiones ese escalofrío capaz de recorrer toda la espina dorsal. Ese que casi nos hace convulsionar, y que por supuesto, cala. Cuidado más tarde al apagar las luces, porque lo más seguro es que alguna de las siniestras criaturas con las que hemos estado conviviendo siga acechando en la oscuridad.

Como casi toda película episódica, en ‘La casa’ es muy fácil distinguir nuestras partes o momentos favoritos de aquellos que no lo son tanto. Igualmente, esta función basa buena parte de su solidez en la innegable evidencia de que todas sus piezas, incluso en el ‘peor’ de los casos, rinden a un nivel más que aceptable. Ya sea en el uso de la técnica stop-motion, en el diseño de producción, en el impresionante despliegue de voces en su versión original (donde podemos oír a Matthew Goode, Helena Bonham Carter, Mia Goth o Jarvis Cocker) o, claro está, en la elección temática, esta película de mini-películas (o cuento de cuentos) siempre ofrece motivos para quedarse a vivir en ella.

Aunque claramente es el primer episodio (el dirigido por Emma De Swaef y Marc James Roels, autores del corto de culto ‘Oh Willy…’) aquel que mejor sabe justificar todo el conjunto. Se trata de un cuento de terror con tintes góticos, en el que se explota de manera escalofriante el concepto de la casa de muñecas. Desde el texto pero también desde una puesta en escena que descoloca y, en efecto, asusta, la dupla de directores encierra la narración en espacios imposibles. Una puerta se abre y nos lleva hacia unas escaleras que no se sabe si suben o bajan; de hecho, ni siquiera se sabe si llevan a algún sitio concreto. Lo peliagudo es que debería ser todo normal (de nuevo, estamos en nuestro feudo, allí donde comemos, dormimos o incluso trabajamos), pero, en realidad, no.

Es el extrañamiento en ese lugar que no debería resultarnos extraño. Es la antesala de un horror en el que ya no se puede confiar en nada, ni en nadie. Empalmando en el montaje imágenes teóricamente antagónicas, Emma De Swaef y Marc James Roels plasman el desconcierto desesperante de entrar en la boca del lobo sin apenas saber que estabas entrando en un sitio; de firmar un contrato con el Diablo sin ser consciente de que tenías un bolígrafo en la mano.