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Cuando menos te lo esperas

Sumidos en la risueña depresión provocada por algunos de los grandes nombres de esta Berlinale, aprendemos a abrir la puerta a lo desconocido y a disfrutar de los imprevisibles placeres que propone. Así, Kamila Andini y Nicolette Krebitz dan de lleno en el corazón: donde más vivos nos sentimos.

La directora indonesia Kamila Andini ha presentado 'Nana', un viaje a su Indonesia natal durante los años 60 del siglo pasado. (Stefanie LOOS | AFP)

Ha costado, pero parece que por fin hemos entendido el patrón de esta 72ª Berlinale. Ayer, la vizcaína Alauda Ruiz de Azúa ya apuntó hacia él salvando desde la sección Panorama una jornada a la que en principio deberían haber dado sentido vacas sagradas como Rithy Panh o Claire Denis. Hoy, la Competición ha seguido con dicho modus operandi: los tropiezos vienen de parte de aquellos nombres que ya teníamos en el radar; los aciertos los protagonizan aquellos que no teníamos tan controlados. A lo mejor porque no contabas con ellas, por esto te pillan a contrapié. Y ya va bien así, porque aquí, como en cualquier otro gran festival, hemos venido a jugar: a descubrir, a sorprendernos.

La jornada empieza con una de las grandes apuestas por parte del cine alemán. Andreas Dresen, director de dilatada filmografía, entra en el Berlinale Palast recibido por su público como si fuera un héroe nacional. Bajo el brazo trae, como ya se ha dicho, una filmografía donde fácilmente se pueden encontrar títulos que han hecho fortuna en el distinguido circuito festivalero; películas todas ellas marcadas por la virtud de saberse mover en la fina línea que separa la aridez que se le presupone al considerado como «cine de autor», con la afabilidad de esos productos más dirigidos al gran público.

Pues bien, su último trabajo, aquí en la Competición por el Oso de Oro, está claramente dedicado a este segundo oficio. Unos territorios indudablemente populares, pero en los que igualmente se pueden labrar las labores más nobles. 'Rabiye Kurnaz vs. George W. Bush', que así se titula el film de marras, es la dramatización (cómica) de la historia verdadera de una madre coraje turco-germana que, pocas semanas después del 11-S, descubre horrorizada que su hijo, que teóricamente debería estar en Pakistán, está realmente preso en el «centro de detención» de Guantánamo, ese atentado terrorista a los derechos humanos.

Dresen aborda este drama judicial, siempre al filo del incidente geopolítico internacional, con el espíritu cómico de una feel good movie, es decir, de estas cintas que, velando siempre por no perder la conexión con la audiencia, intentan que esta se sienta cómoda. Que pase un buen rato, vaya. Pero, ¿es esto posible con el calamitoso telón de fondo de esta función? El cineasta alemán opina que sí, y al César lo que es del César: el patio de butacas del Palast le da la razón. Una risa lleva a otra, y esta a una carcajada que concreta el cariño hacia el personaje central del título, interpretado por una Meltem Kaptan de carisma y simpatía siempre desbordantes.

Ahí está el arma de doble filo que blande Andreas Dresen: jugando tan bien sus bazas humorísticas (al fin y al cabo, estamos en permanente compañía de alguien que, a pesar del intolerable drama que arrastra, nunca borra la sonrisa de su cara), cae en un error moral fatal. Seguramente imperdonable, pues busca nuestra adhesión a la causa porque espera que quienes luchan por ella nos caigan bien, y no tanto porque nos preocupe la aberrante vulneración de derechos de la que esta nos habla. O sea, que una vez más, la Competición de la Berlinale se debilita donde tenía que hacerse fuerte… pero por suerte, dígase una vez más, remonta allí donde no se la esperaba.

De repente, aparecen Kamila Andini y Nicolette Krebitz, y junto a ellas, el Concurso adquiere auténtico sentido. La primera presenta 'Nana', un viaje a su Indonesia natal, un país que en la década de los 60 del siglo pasado, se relame las heridas del colonialismo… y se prepara para su particular y horrorosa experiencia con la Guerra Fría. Pero todo esto se oye como un ruido muy lejano; como una retransmisión radiofónica cuyas consecuencias no alcanzan a vislumbrarse. La película, que en sus mejores momentos recoge el testigo del cine de Wong Kar-Wai, es un retrato intimista con tintes melodramáticos.

Una delicada pieza en la que, como manda el manual del maestro de Hong Kong, manda la escenografía, el vestuario, el maquillaje y, por supuesto, la banda sonora. Andini compone un precioso universo sensorial en el que la historia, más que caminar, flota. Y nosotros, igual: hipnotizados, una vez más, por esos peinados imposibles, por esos vestidos que se mimetizan elegantemente con la exuberante vegetación oriental, por esa sensibilidad que, de forma muy educada, se impone a las convulsiones de la Historia.

Por último, queda tiempo para descubrir y enamorarse de 'A E I O U – A Quick Alphabet of Love', alocado manual romántico escrito y dirigido por Nicolette Krebitz, en el que una actriz de 60 años cruza accidentalmente sus pasos con los de un chaval de apenas 17 años. Un fuerte encontronazo tras el que rápidamente prende la mecha de un amor cuya pureza se manifiesta en el carácter errático que adopta la historia. De principio a fin, la narración se mueve como un animal que no atiende a razones; que solo obedece a los calentones del momento. Que igualmente es incapaz de pensar con malicia. Lo que vemos y experimentamos es lo que hay: la química auténtica entre dos personajes; entre dos actores (estupenda Sophie Ros, y también su partenaire, Milan Herms) que sin más justificación que aquello que sienten la una por el otro (y viceversa) deciden arrojarse al dulce vacío de una relación que no tiene por qué ir a ninguna parte, en concreto, para justificarse. Sin planes ni rumbo definido; puro y embriagador vértigo, cuando menos se lo esperaba.