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Territorios invisibilizados


Hace poco se nos cuestionaba con cierta vehemencia, respecto de un problema que habíamos explicado y constatado, cuál era la solución que proponíamos. La respuesta no podía ser más obvia, visibilizarlo. La complejidad de ciertos problemas, o incluso lo difuso de los mismos, plantea que el mero hecho de revelarlos, de hacerlos visibles, cuantificables o medibles sea un principio de solución.

A menudo la política, la economía y, por supuesto, el urbanismo y la arquitectura, toman decisiones que alimentan un determinado camino o estrategia, pero con ello no solo impulsan esa vía, sino que silencian y apartan otras posibles. Esta forma de actuación es en cierto modo lógica y normal, pero con mayor frecuencia de lo deseado no es casual. Es decir, que los efectos de las decisiones tomadas no buscan únicamente potenciar unos escenarios, sino que al mismo tiempo buscan invisibilizar otros.

Son múltiples los casos en los que el urbanismo ha operado desde esta premisa. Los barrios problemáticos de la ciudad, aquellos más desfavorecidos social, económica y culturalmente son aislados. Las infraestructuras los encierran en murallas cercenándolos del resto de la ciudad, de modo que aquello que no se ve y que nos molesta a la vista desaparece y empieza a no existir.

Todas las ciudades tienen sus postales, aquellos momentos álgidos, grandilocuentes y memorables de su urbanidad. Pero olvidamos que para que estos existan con su hermosura y vigor son necesarios espacios traseros, espacios invisibilizados que además atraviesan capas transversales, desde la gestión a lo social, pasando por la política o la arquitectura.

Al igual que para mantener toda una estructura social de clase media alta, hay todo un tejido social de trabajadores del sector servicios, de los cuidados o del hogar, que la ciudad vuelve invisibles y que suele expulsar de sus centros e incluso de su primera periferia; aun sabiendo que son fundamentales para que esa estructura urbana funcione. El urbanismo necesita espacios para las infraestructuras, las basuras, la gestión, la producción energética, la logística o incluso la producción alimentaria que la ciudad prefiere ocultar.

Ante esas dinámicas, poner sobre la mesa, mostrar, visibilizar en definitiva esos territorios es un acto de rebeldía pero también de transformación.

El proyecto efímero de Leopold Bancini, ‘The Bab’ en Bahrain, parte de esta idea de poner de manifiesto conflictos más o menos ocultos en la ciudad. El proyecto tiene como objetivo abrir un debate civil sobre el tema del espacio público. Además de conferencias, proyecciones de películas, entrevistas públicas y talleres, el espacio es sede de una exposición que muestra diferentes alternativas de intervención para el espacio que provisionalmente ocupa.

Uno de los pocos espacios públicos existentes en Manama, la plaza Bab al Bahrain se ha convertido progresivamente en una rotonda dedicada casi exclusivamente al tráfico de automóviles. Aun así, debido a su importancia histórica y su centralidad dentro de la isla, tiene el potencial de convertirse en una animada plaza pública urbana. Precisamente su importancia histórica todavía permite que se beneficie de una red peatonal natural. Situada antaño al borde del mar, hoy está físicamente separada de él debido a los proyectos de recuperación de tierras que han devorado el mar desde la década de 1950. Suelos impulsados por el mercado inmobiliario y que olvidan lo público.

Desaparición del espacio público

Teniendo en cuenta los recientes acontecimientos políticos que han tenido lugar en la región, el proyecto busca cuestionar cómo podría ser un espacio público contemporáneo en el mundo árabe. Los centros comerciales acotados se han convertido ahora en el principal punto de encuentro de los ciudadanos, dejando las estrechas calles del centro de la ciudad casi solo ocupadas por mano de obra extranjera. Los nuevos desarrollos en todo el país han fomentado la expansión urbana y los automóviles han absorbido los movimientos peatonales. Esta deriva ha abandonado la mayor parte del espacio público a propietarios privados o a los medios de transporte privados. Así incluso las protestas sociales se vieron obligadas a concentrarse en la Glorieta de la Perla, un cruce de autopista a las afueras de la ciudad. Un ejemplo paradigmático de cómo el espacio público ha desaparecido.

Construido solo durante un par de semanas, el pabellón Bab Al Bahrain busca restablecer un fuerte sentido de lugar y redefinir la plaza como un espacio representativo dentro de Bahrein. El pabellón transforma temporalmente la rotonda en un nuevo espacio común, actuando como una maqueta a tamaño real, que abre el debate sobre el futuro de ese espacio. El tejido ligero y translúcido que cubre toda el área, modifica la percepción del usuario del espacio. Ahora acotado y ordenado por ese techo que además le brinda unas buenas condiciones climáticas.

La cubierta actúa como una pantalla térmica reflectante plateada, una solución de baja tecnología utilizada en los invernaderos, dotada de un proceso de evaporación gracias a la fuente existente, que crea un microclima acogedor. Debajo de la tela, el tráfico se ha reducido considerablemente, parece que los conductores se sienten incómodos cruzando ese espacio. Esto ha permitido que el público recupere las calles y se reúna para todo tipo de actividades. Las grandes mesas, construidas en un taller local, son el único mobiliario urbano añadido a la plaza existente. Acogen maquetas y planos, pero también debates, picnics, juegos y reuniones informales.

En definitiva este proyecto trata de hacer visible mediante la acción un problema y canalizar otras posibilidades. Trata de poner el foco sobre espacios invisibilizados que poco a poco nos han sido robados.