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La guerra en Ucrania revela los frágiles fundamentos de la seguridad alimentaria

Rusia y Ucrania son grandes productores de alimentos. La guerra complicará todavía más las negativas tendencias observadas en los mercados mundiales de alimentos y golpeará a los más pobres del mundo.

Una panadería en El Cairo. Egipto es el mayor importador de trigo de Rusia. (Khaled DESOUKI | AFP)

El aceite de girasol ha desaparecido de los supermercados ante el temor a una subida del precio, que ya se ha dado gracias a esas compras desenfrenadas. En Alemania llaman a este tipo de adquisiciones «compras hámster», pues de manera similar a esos roedores la gente se llena los carrillos de comida que luego almacena en sus casas. Una reacción compulsiva que resulta un comportamiento bastante habitual entre los especuladores en las bolsas de todo el mundo.

La guerra en Ucrania ha puesto el foco de atención en los alimentos de los que Rusia y Ucrania son grandes productores mundiales. A pesar de que no se han decretado sanciones contra la exportación de productos agrícolas, la contienda tendrá repercusiones importantes, primero en Ucrania, donde en torno al 30% de la población, unos 12,6 millones de personas, vive en zonas rurales y la agricultura representa nada menos que el 9% del PIB. Y más tarde, en el mercado mundial de alimentos.

Rusia es el tercer productor mundial y el primer exportador de trigo del mundo con 37,3 millones de toneladas en 2020. En quinto lugar, se encuentra Ucrania con 18,1 millones de toneladas. Entre ambos suman aproximadamente el 30% de las exportaciones mundiales de trigo. Según los datos de la FAO, en conjunto, proporcionan el 19% del suministro de cebada, el 14% del trigo y el 4% del maíz del mundo y representan más de un tercio de las exportaciones mundiales de cereales.

Además de cereales, ambos países producen una buena parte de los aceites vegetales. Ucrania es el mayor productor mundial de aceite de girasol, y Rusia ocupa el segundo lugar. Entre ambos acaparan el 60% de la producción total y el 52 % de las exportaciones mundiales. También son los principales proveedores de colza.

Rusia es asimismo uno de los mayores productores de fertilizantes y el mayor exportador de urea, el abono nitrogenado más utilizado en el mundo. La producción de fertilizantes requiere de abundante gas natural, que Rusia posee en grandes cantidades en su subsuelo.

De modo que de prolongarse la guerra en Europa las repercusiones irán más allá de algunos productos agrícolas y afectarán a todo el sector primario.

Según los datos de la FAO, los precios de los alimentos llevan al alza desde el segundo semestre de 2020 y alcanzaron un máximo histórico este pasado mes de febrero de 2022. Entre los factores que han impulsado esta subida, el organismo internacional señala la elevada demanda, el aumentos de los costos de las materias primas, sobre todo energía y fertilizantes, y el transporte, debido a los desajustes en los puertos tras el final de los confinamientos.

Este organismo internacional destaca que los precios mundiales del trigo y la cebada, por ejemplo, aumentaron un 31% a lo largo de 2021. Los precios de los aceites de colza y de girasol subieron más de un 60%. Por otra parte, los precios del gas natural han impulsado el aumento del costo de los fertilizantes. El precio de la urea, por ejemplo, ha aumentado más del 300% en los últimos 12 meses.

Y todo esto sin considerar los máximos alcanzados tras el comienzo de la guerra en Ucrania. El Bloomberg Commodity Index que mide los precios de materias primas ha subido desde que comenzaron los ataques rusos a Ucrania un 14%, situándose en cotas no vistas desde 2014. Lo mismo ocurre con los futuros del trigo, que han aumentado más de un 45%, alcanzando máximos históricos. Los del maíz también han tocado cotas máximas, aumentando cerca de un 27% en lo que va de año. En Europa, por ejemplo, el precio del trigo se ha disparado hasta alcanzar el pasado lunes un registro sin precedentes de 450 euros por tonelada.

No hay certeza respecto de la intensidad y la duración del conflicto. Las perturbaciones en las actividades agrícolas de estos dos grandes exportadores de productos alimenticios básicos podrían agravar seriamente la inseguridad alimentaria en todo el mundo, en un momento en que los precios internacionales de los alimentos y las materias primas ya son altos y volátiles.

El alza del precios de los alimentos tiene impacto directo en la cesta de la compra, con un efecto mayor cuanto menor sea el ingreso de gente. Los grupos con menos recursos gastan la mayor parte de sus ingresos en alimentos, con lo que la subida del precio repercute rápidamente en la cantidad y calidad de su alimentación.

La población de los países con menores ingresos es la que más afectada se verá. La diferencia entre ricos y pobres es que mientras los ricos tendrán que pagar más por los alimentos, los pobres no tendrán con qué alimentarse.

Por países, Turquía, Bangladesh e Irán son los principales importadores mundiales de trigo y compran más del 60% de su trigo a Rusia y Ucrania. Según la FAO, todos ellos tienen importaciones pendientes. Por otro lado, el suministro de trigo a el Líbano, Túnez, Yemen, Libia y Pakistán también depende en gran medida de esos dos países.

Además de hambre, el alza de los precios de los cereales tendrá un reflejo directo y rápido en el precio de los alimentos y en la inflación de muchos países. De no mediar medidas paliativas por parte de los respectivos gobiernos, la carestía del la vida puede llegar a provocar revueltas sociales.

Otro riesgo importante es el transporte de las mercancías. Los puertos ucranianos del Mar Negro están bloqueados y según algunas fuentes los rusos han reducido su actividad. Queda la vía terrestre para exportar, sin embargo, no es ni mucho menos un cambio automático, toda vez que las infraestructuras de almacenamiento y carga están orientadas al tráfico marítimo.

Por otra parte, Ucrania ya ha prohibido las exportaciones de algunos productos agrícolas y ha introducido licencias para otros. Entre ellos están los cereales, la carne y aceite de girasol. Este tipo de decisiones, lógicas en un país en guerra, reducirán la oferta mundial y darán un nuevo impulso al alza de los precios.

Medidas para restringir las exportaciones de ciertos productos agrícolas también ha tomado Hungría con el fin de asegurarse una reserva estratégica propia ante el temor que genera el conflicto en Ucrania. La Comisión Europea ha pedido a los Estados miembros que eviten adoptar medidas descoordinadas que puedan «perturbar los mercados agroalimentarios».

Decisiones de este tipo pueden provocar reacciones en cadena que romperían el normal desenvolvimiento del comercio, por lo que la FAO aconseja que antes de promulgar cualquier medida de este tipo, los gobiernos consideren sus posibles efectos en los mercados internacionales. La reducción de aranceles a la importación o las restricciones a la exportación «podrían ayudar a resolver los problemas de seguridad alimentaria de países individuales a corto plazo, pero impulsarían el aumento de los precios en los mercados mundiales», señala el organismo internacional.

Las acciones bélicas no suelen dejar mucho margen para ocuparse de las cosechas. En principio, los cultivos de cereales de invierno en Ucrania estarán listos para que sean cosechados en junio. Otra cosa es que la guerra permita la cosecha y los cereales puedan llegar a los mercados. Según la FAO es muy probable que la cría de ganado y aves de corral y la producción de frutas y hortalizas también se vean limitadas.

Ahora empieza un periodo crítico para los agricultores que tendrán que preparar la tierra para la siembra de hortalizas a mediados de marzo. Asimismo, entre febrero y mayo, deberán preparar la tierra para sembrar trigo, cebada, maíz y girasol. De no realizarse estas labores a tiempo, la cosecha de este año también se resentirá.

En este sentido, el sindicato de productores agrícolas de Ucrania señaló la semana pasada que a causa de la guerra es probable que este año los agricultores reduzcan las áreas sembradas con semillas de girasol, colza y maíz, cultivos que posiblemente sean reemplazados con cereales: trigo sarraceno, avena y mijo. De este modo, la guerra hará que los desequilibrios entre la oferta y la demanda crezcan.

En un plano más general, la carestía de los fertilizantes obligará a reducir su uso en muchos países, lo que probablemente se traduzca en cosechas más pobres que las habituales.

Muchos cereales se utilizan también como pienso en la ganadería. Los elevados precios o la escasez de algunos de ellos pueden provocar el aumento del precio de los productos ganaderos, como carne, leche o  huevos. De persistir la situación de incertidumbre y altos precios, es posible que a medio plazo se reduzca la cabaña ganadera, especialmente en el caso de las grandes granjas que tienen una importante dependencia de los piensos industriales.

La agricultura ligada a la tierra resistirá mucho mejor cualquier desequilibrio que pueda darse en el mercado mundial de alimentos y fertilizantes, ya que además de su menor dependencia, suelen ser explotaciones mucho más flexibles con una mayor capacidad para sustituir unos insumos por otros.

De esta crisis va a resultar que los productos de las pequeñas explotaciones en realidad no son más caros, sino más económicos, no solo por su menor dependencia hacia los insumos exteriores sino también en precios. Una crisis que vuelve a poner sobre la mesa el inaplazable debate sobre la soberanía alimentaria en Euskal Herria y en todo el mundo.