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Pável, Valery y Yurii: tres historias de destrucción, muerte y voluntariado en Kiev

Rusófono y excapitán de buque de guerra de la Armada soviética, Pável perdió su casa por un ataque ruso. Valery, muerto en combate, deja huérfanos a dos chicos de 17 y 19 años. Yurii es un músico electrónico voluntario en las Defensas Territoriales.

Pável, excapitán de la Armada soviética, en su casa destruida en un ataque ruso en el barrio de Vynohradar, en Kiev. (David MESEGUER)

Mi cultura y mi lengua es rusa. Mi armario está repleto de decenas de libros de autores rusos. Entonces, ¿cómo pueden justificar que esta guerra es contra los nacionalistas ucranianos?», expresa incrédulo Pável a NAIZ, mientras saca varios ejemplares publicados en Moscú de un mueble totalmente destartalado. Lo que hasta hace una semana era la estancia principal de su humilde y minúsculo apartamento, ahora no es más que un caótico espacio repleto de enseres personales y libros esparcidos por todas partes.

«Tenía el ordenador encendido e iba a poner la televisión en el mismo portátil cuando se produjo una gran explosión. La onda expansiva vino de abajo hacia arriba. Gracias a mi experiencia militar, rápidamente me tumbé hacia el sofá-cama para protegerme. Las ventanas saltaron por los aires y cuando me incorporé ya no había pared», recuerda este ucraniano rusófono de 69 años excapitán de navío de la Armada Soviética.

Él solo sufrió un corte en un dedo y su hermano una herida leve tras ser golpeado en la cabeza por un cascote de la pared. «¿Es mi casa, la escuela o esta guardería un objetivo militar?», denuncia señalando los dos complejos educativos que se encuentran a escasos metros de su hogar en el barrio de Vynohradar, al noroeste de Kiev.   
 
«Atacado por mi propio Ejército»

Divorciado y con una hija residente en Polonia, Pável y su hermano habían adquirido este piso de apenas 25 metros cuadrados hacía ocho años. Un baño, una cocina y un salón que también ejerce de dormitorio, son las únicas tres estancias de las que dispone este segundo piso de altura que ahora ha quedado totalmente a la intemperie a causa de un ataque ruso la mañana del pasado 18 de marzo.

«Eran las 7.30 cuando un misil alcanzó ese puesto de contenedores que está apenas a diez metros. Un vecino que en aquel momento estaba tirando la basura murió», recuerda Pável mientras con el índice envenado de su mano izquierda indica el cráter resultante de la explosión. «Los coches que estaban aparcados cerca comenzaron a arder y algunos explotaron. Cogimos la chaqueta, los documentos más importantes y algo de dinero, y bajamos a la calle», explica junto al precipicio que ahora se cierne frente al salón. Tuvieron suerte. El efecto destructivo del ataque es bien visible en todos los bloques del vecindario donde muchos vecinos aún siguen sacando escombros y recuperando enseres personales.

Pável cuenta que durante 23 años y hasta 1992 estuvo destinado en la base naval de Vladivostok, en el Océano Pacífico. Tras la disolución de la URSS, trabajó en el servicio de Aduanas en la capital ucraniana. «Después de tantos años sirviendo en la Armada como capitán de buque de guerra, ahora siento cómo si mi propio Ejército me hubiese atacado», explica mientras abre una caja redonda metálica de la que saca varios galones e insignias de su época militar en activo.

«Lo siento mucho por los soldados rusos de 18 y 19 años que son enviados al frente y no les han informado de lo que vienen a hacer aquí realmente», señala mientras de la montaña de objetos esparcidos coge un banderín de Oleg Blokhin, histórico delantero del Dinamo de Kiev, fechado en 1975. «Zelenski tiene razón, si Europa no para a Rusia en Ucrania, querrá ir más hacia el Oeste», apunta este señor calvo de mirada afable.

Mientras que su hermano se ha ido a vivir son su hija y no descarta poner rumbo al extranjero, Pável ha sido acogido por unos amigos y dice que piensa quedarse en Kiev porque cree en el destino. Aunque el Ayuntamiento capitalino se ha puesto en contacto con ellos para evaluar los daños de la vivienda, el exmilitar aún no sabe si les darán dinero para repararla o les ofrecerán un apartamento nuevo. «La vida es la única cosa que de verdad importa y es increíble cómo puede ser destruida tan fácilmente», expresa a modo de reflexión final.
 
La orfandad como herencia

No demasiado lejos de la casa destruida de Pável se encuentra el cementerio de Berkovets, también en el noroeste de Kiev. Su responsable, Vladimir, detalla que en sus 140 hectáreas ya no puede descansar nadie que no tenga un familiar enterrado porque el poco espacio disponible para nuevas tumbas está reservado a los combatientes. «Desde que empezó la guerra hemos enterrado a 10 soldados ucranianos», señala el director del camposanto desde su despacho en el que hay una silla con los restos de un cohete. «En todo este tiempo hemos sufrido cuatro ataques y la parte judía ha sido una de las más afectadas», apunta Vladimir.

Con el ruido de explosiones e intercambio de artillería de fondo, el cementerio se va llenando paulatinamente de militares y civiles que acuden al entierro de Valery Risinsky, un mecánico de coches de 45 años llamado a filas, caído en el frente nororiental de Járkov como consecuencia de un ataque de mortero. Entre los asistentes se encuentra Taras Didych, el alcalde de Dmytrivka, una municipalidad del este de la provincia de Kiev de la que era originario el combatiente fallecido. «Nuestro municipio engloba 14 villas, tres de las cuales están controladas por las fuerzas rusas. Por ese motivo tenemos que enterrarlo aquí».   

(El féretro con los restos de Valery. Foto: David Meseguer)

Olesa, de 46 años y hermana del difunto, explica que tardaron seis días en enterarse de su muerte porque al ser evacuados de su localidad natal no les podían localizar. «Somos ocho hermanos y él era el mayor de los varones. Cuando éramos adolescentes perdimos a nuestra madre y Valery siempre cuidó de la familia», recuerda la mujer vestida con un pañuelo negro en la cabeza como símbolo de luto.

Valery, que deja huérfanos a dos chicos de 17 y 19 años, fue llamado a filas debido a su experiencia militar en el Donbás. En el cementerio, las tumbas de soldados y voluntarios ucranianos caídos en esta región rusófona durante los últimos ocho años, comienzan a compartir espacio con los combatientes muertos durante el último mes.

Es el caso de Ian Sevchenko, quien el pasado 26 de febrero murió en combate a los 18 años, según aparece escrito en el cartel atado a la cruz de su tumba. Un sepulcro en el que, siguiendo la tradición ortodoxa de dejar algún tipo de bebida que al difunto le gustase en vida y brindar así con él durante las visitas, hay semienterrada una botella de alcohol junto a dos tazas.

Tras una misa ortodoxa de poco más de media hora en una pequeña iglesia situada junto a la entrada del recinto, los soldados de una brigada de Kiev que todavía no han entrado en combate transportan el féretro de Valery hasta una furgoneta.

En una gran explanada, la familia y el séquito militar lo despiden con todos los honores entre flores, banderas ucranianas, música y salvas de Kalashnikov. Con el cuerpo ya sepultado, la comitiva castrense abandona el lugar para dejar a la familia en la más estricta intimidad. «Seguro que su muerte por Ucrania no es en vano», comenta su hermana Olesa entre lágrimas.  

De mezclar música a empuñar un AK-47

Yurii Tymoshenko, un joven de 34 años de metro noventa y pelo rubio, alargó todo lo que pudo sus estudios de Filosofía para evitar el servicio militar. Este músico electrónico y artista de efectos visuales conocido popularmente como Mokri Dereva –Árboles Mojados–, nunca se imaginó vistiendo ropa de camuflaje y empuñando un viejo Kalashnikov. Ahora, pasa seis horas al día como voluntario de las Fuerzas de Defensa Territoriales en un checkpoint del centro de la capital controlando el tráfico rodado y revisando documentos.

(Yurii Timoshenko, ahora empuñando el arma. Foto: David Meseguer)

«Participé activamente en las protestas de Maidán y desde el estallido del conflicto del Donbás en 2014 estoy mentalmente preparado para la guerra, pero aún no física ni tácticamente», explica este joven risueño mientras hace hincapié en que cuando tenga la experiencia suficiente le gustaría ser mandado al frente. «Los primeros días del ataque ruso a finales de febrero simplemente me dediqué a fijar y proteger las ventanas con cinta adhesiva y ver cómo evolucionaba todo. Entre mi grupo de amigos creció el sentimiento de que había que hacer algo y nos unimos a las Defensas Territoriales».

Yurii, que estaba a punto de lanzar un álbum de música en el que llevaba mucho tiempo trabajando, explica que no dio el paso definitivo hasta que encontró a una vecina que pudo hacerse cargo de su perro. Tras recibir varios días de entrenamiento sobre manejo de armas, táctica militar sobre cómo moverse en grupo y protegerse, el joven artista fue integrado en los operativos de seguridad de Kiev.   

«Soy consciente de los riesgos que conlleva mi tarea. Soy el primero del punto de control en parar a los coches y, en caso de un ataque, el más expuesto. Aunque sé cómo debo actuar», remarca Yurii, quien solo ha pisado tres veces su casa desde el inicio de la ofensiva rusa porque se aloja en un cuartel militar escondido en el centro de la ciudad.

«No tengo tiempo para echar de menos mi vida de civil. Ronda, duermo, ronda, duermo. ¿Que cómo me ha cambiado la vida? Antes miraba tutoriales en Youtube para hacer determinados efectos visuales en 3D o arreglar una persiana, y ahora solo veo contenido bélico sobre cómo disparar un lanzacohetes antitanque RPG-7 o actuar en caso de un ataque con gas sarín», concluye bromeando.