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Racismo, machismo, drogodependencia y esperanza; las cámaras entran en Zaballa

Este miércoles se ha estrenado un documental dirigido por Eider Hurtado en la prisión de Zaballa. NAIZ ha asistido a la premiere y ha podido hablar con algunos de los protagonistas. Cuentan historias marcadas por el racismo, el machismo y la drogadicción. Todo con un hilo conductor: la esperanza.

Dirigentes institucionales, entre ellos la consejera Artolazabal, junto a los protagonistas del documental. (Iñaki BERASALUCE | EP)

El Centro Penitenciario de Araba se sitúa en un extremo de Lautada, en la falda de los montes que separan Iruña Oka y Trebiñu. Es una mole gris de tejados verdes que ocupa una superficie de 80.000 metros cuadrados. Una fortaleza de grandes muros en la que viven prisioneras más de 700 personas. Su día a día transcurre de espaldas a una sociedad que en muchas ocasiones prefiere no saber lo que ocurre en el interior de los muros. Como el propio director de la prisión reconoce, Zaballa «es un gran desconocido», o mejor dicho, «el gran desconocido».

Un equipo de televisión dirigido por la periodista Eider Hurtado ha tenido la oportunidad de entrar en la cárcel para conversar con las personas presas y filmar un documental que será emitido este jueves en el programa 'Aquí y ahora' de ETB. En el mismo se podrán escuchar los testimonios de una decena de presos y presas, así como de un funcionario, una profesional sanitaria y del propio director. Sus relatos dan forma al día a día de la prisión, donde este miércoles se ha realizado una presentación a la que han podido asistir presos y periodistas.

NAIZ ha accedido a Zaballa y ha tenido la oportunidad de hablar con algunos de los protagonistas, que han narrado su día a día y han dado cuenta de sus esperanzas de cara a futuro, porque todos confían en tener una nueva oportunidad, en libertad.

Este es el caso de Asier, que lleva cuatro años preso por varios delitos, relacionados con las drogas. Ya no consume estupefacientes pero reconoce que en Zaballa se pueden comprar «como en todas las cárceles». Las drogas y el consumo no controlado de medicamentos han supuesto un gran problema en la prisión alavesa, y son muchos los presos fallecidos de sobredosis. 

Basta con recordar que en noviembre de 2020, semanas después de la muerte de un preso, se conoció un auto del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Bilbo que advirtió de que «es necesario eliminar definitivamente la circulación de los sicofármacos en prisión, y el único modo es mediante el tratamiento directamente observado (TDO) por el personal sanitario».

Parece que Lakua, responsable del penal y de la atención sanitaria que se presta en el mismo, tomó nota. Asier apunta que la situación ha mejorado; «esta mejor controlado, pero siempre hay alguno que la saca», dice, en alusión a la medicación. A su juicio hay aspectos que podrían mejorar, y afirma que una de las opciones es aumentar el control, «que no salgas hasta que no se la tomen», para así evitar «problemas de trapicheos» que se dan en módulos como suyo, un «módulo residencial».

La pandemia en prisión

Explica que en el interior de los mismos impera la ley del silencio. «Nosotros lo arreglamos dentro del modulo, pero mejor callar», indica, aunque reconoce que «se puede estar bien». Y pone como ejemplo de compañerismo lo ocurrido durante la pandemia, cuando todos los presos trabajaron juntos para subir la comida a las celdas. «Fue muy difícil, muy duro», remarca antes de señalar que su módulo estuvo dos veces aislado. Estuvieron presos en el interior de una prisión. «Cárcel dentro de la cárcel», resume.

El covid ha supuesto un freno en sus posibilidades de salir de la prisión. Disfrutaba de permisos para cuidar de sus padres enfermos, pero «ahora con el covid prefiero no salir por el tema de las cuarentenas». No obstante, sus esperanzas están puestas en abandonar la cárcel cuanto antes: «No tengo partes, tengo hojas meritorias y llevo una vida ordenada, es de lo que se trata. Estoy con ánimo y sigo para adelante». 

Miedo a la deportación

Un ánimo compartido por Bouchefra, un joven de 23 años que llegó de Marruecos a Bilbo siendo menor, con tan solo 15 años. Está en la cárcel por robos y hasta hace poco no informó a su familia de que había sido encarcelado. Dentro de poco les verá por primera vez en ocho años, y no pierde la esperanza de que el encuentro se pueda dar fuera de los muros de la prisión. No quiere que sus padres les vean preso. «Da una mala imagen», considera el joven, que tiene miedo a poder ser deportado.

Quiere permanecer en Euskal Herria cuando recupere la libertad. Buscar un trabajo, formar una familia y hacer «una vida normal». «La prisión no es vida», añade, y confía en que «hay gente buena en el mundo». «Si vas con ganas te cogerán para trabajar», dice tras reconocer que la vida para los migrantes es más difícil, «pero es lo que hay». Sus palabras muestran la resignación de una persona que trata prosperar en una país que no está exento de racismo y xenofobia.

Violencia machista

Como tampoco lo está de machismo. Esto bien lo sabe Iratxe, una mujer natural de Barakaldo que lleva más de siete años encerrada en diferentes prisiones. Acabó en la cárcel por un problema de drogodependencia, vinculada a la violencia machista, que afecta al 80% de las mujeres que son condenadas a penas de prisión. Dentro de poco solicitará el tercer grado, que le corresponde por el tiempo transcurrido en prisión, «pero no sé qué pensarán los de la Junta de Tratamiento».

Cuando salga quiere recuperar la tutela de sus dos hijos, de 13 y 10 años, que a día de hoy viven con una tía materna. Y también quiere abrir un bar. Ese es su futuro. Su presente está con su pareja, otro preso con el que comenzó una relación hace cinco meses. El día 25 mayo tendrán su primer vis a vis.

Presos y presas vascos

Sus historias se podrán ver en el documental, y también las De Vicente, Luzdeira, Bryan, Pedro y Omar. La de este último es especialmente dura. Tiene 30 años y comenzó a consumir heroína con 13. Se encuentra en el módulo de enfermería, tras haber superado una sobredosis. El mismo reconoce que la cárcel es lo peor que le puede pasar a una persona. Dentro de los muros de Zaballa no ha vivido ni un día bueno, indica.

Asimismo, se podrá escuchar el testimonio de Manuel Gutiérrez, el jefe de Servicios de Interior. Lleva más de veinte años trabajando en la Zaballa y en Langraiz. Cuenta que ha perdido a tres compañeros en atentados de ETA, pero afirma que guarda amistad con represaliados vascos que han pasado por las prisiones alavesas.

A día de hoy hay más de 40 presos y presas de EPPK en Zaballa. Jaime Tapia, asesor del Ejecutivo de Gasteiz, explica en el documental que los traslados está siendo «paulatinos, coordinados con la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias». «No se está produciendo ningún tipo de problema», afirma, y recuerda que, tras el traspaso de la competencia, Lakua trabaja para lograr que haya un mayor número de personas en regímenes de semilibertad.