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Fotograma de ‘OSS 117: Desde África con amor’ (NAIZ)

No sé si lo sabes, pero una de las tradiciones (recientes) más perversas del Festival de Cine de Cannes, por parte de su organización, consiste en asegurarse de que la prensa acreditada no pueda ver la correspondiente película de clausura. La demencial organización de los horarios de dicho certamen hace que dicho film se pase inmediatamente después de la gala de de entrega de premios, es decir, cuando los periodistas escribimos a toda prisa el artículo para despedirnos y hacer balance de la última edición.

Aunque a decir verdad, no importa demasiado, pues Cannes no suele brillar especialmente por la elección de esas «últimas películas». Igualmente, siempre es un engorro tener que abandonar la Croisette con la espina clavada de esa despedida que las circunstancias te impidieron disfrutar. En mi caso, debo decir que para mí la edición de 2021 terminó de la peor de las maneras: sabiendo que no iba a poder descubrir, in situ, ‘OSS 117: Desde África con amor’, tercera entrega de la saga cinematográfica del «James Bond francés»… ahora disponible en Movistar+ y RakutenTV.

Esta franquicia en clave claramente satírica, fue clave para la consolidación de dos de los grandes talentos del cine galo moderno: Michel Hazanavicius y Jean Dujardin. Cineasta y actor que concretarían su sintonía en ‘The Artist’, sonadísimo éxito internacional silente y en blanco y negro, que llevaría a ambos a conquistar la gloria en los Oscar. Pero justo antes de esto, como decía, vinieron las dos primeras aventuras del agente secreto OSS 117 (disponibles en Filmin), una pirueta cómica que nos descubriría al propio Dujardin como uno de los reflejos más impresionantes (y divertidos) de aquel Sean Connery «al servicio de Su Majestad».

Ahí está la gracia con estas películas: en hacer equilibrios en la fina (y grosera) línea que separa la ironía –ácida– de la burla más desvergonzada. Si Mike Myers (¿el anti-alter ego más famoso de 007?) optó por lo repulsivo (incluso por lo grotesco) en el dibujo de su mítico Austin Powers, aquí Dujardin hace gala de una elegancia y de un «saber estar» que evidentemente chocan con todo lo que esconde su personaje. Y de nuevo, ahí está la condenada gracia: en quitarle el esmoquin al hombre de acción.

Desnudarle, vaya, para reírnos tanto de su persona, como de todo lo que esta representa. En ‘OSS 117: Desde África con amor’, como sucedía en las dos anteriores películas de la serie, la distinción y gusto por el peligro «jamesbondianos» se comportan como los hilarantes y preocupantes síntomas de la frivolidad con la que Occidente se ha relacionado históricamente con las naciones a las que muy alegremente ha considerado como «subdesarrolladas». Así pues, tenemos al seductor representante de la metrópolis, intentando poner orden… en el desorden causado por la metrópolis.

Ya no dirige Hazanavicius, pero todo sigue funcionando a las mil maravillas. La arrogancia y el espíritu destructor del colonialismo de la nación francesa se encarnan en el peinado impecable y la sonrisa deslumbrante de un Jean Dujardin quien, por si todo esto fuera poco, se pelea constantemente contra su propia masculinidad: un vergonzoso recordatorio de la fragilidad de su supuesta fortaleza. Los valores republicanos como despotismo glamuroso. La libertad, la igualdad y la fraternidad como variables en función del color de piel y, por supuesto, del lugar de nacimiento.

En su delirante regreso al pasado (pues ahora nos movemos en la década de los años 80, del siglo XX), ‘OSS 117: Desde África con amor’ concreta el buen estado de forma de la fórmula (si de mí dependiera, ya podrían hacer 3 películas más), y lo hace básicamente apuntando donde más duele: las partes nobles donde se apuntalan los ahora cada vez más imperantes discursos del (ultra-)nacionalismo europeocéntrico. El Viejo Mundo, en el auto-impuesto papel de policía a escala global, es retratado como una desternillante chapuza; como un despótico manojo de complejos mal llevados… que a la larga, nos han llevado a la desastrosa actualidad: al auge de un supremacismo machirúlico que, efectivamente, solo puede ser objeto de burla.