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¿Por qué es tan difícil ganarle al lobby de las armas en Estados Unidos?

La masacre en la escuela de Texas pone sobre la mesa otra vez el poder desmesurado de los grupos de presión en la política norteamericana. La influencia para evitar cambios en la comercialización de armas es en todo el proceso político y contrarrestarlo exige un cambio sistémico radical.

Dolor y demanda de control de armas en Texas, con mensajes contra la poderosa NRA. (Kevin Dietsch | AFP)

«Mr. Gore… 'From my cold, dead hands!» (Señor Gore, ¡de mis frías y muertas manos!)», exclamaba el actor Charlton Heston, presidente durante años de la National Rifle Association (Asociación Nacional del Rifle), la famosa y poderosísima NRA. Lo decía al clausurar la 129 Convención de la organización en el año 2000 e interpelaba al entonces candidato a presidente demócrata, Al Gore, quien, como todos los demócratas, suele durante la campaña abogar por más restricciones en las normativas para comprar armas, extremadamente fáciles en Estados Unidos.

La escena se ve en el documental ganador del Oscar, ‘Bowling for Columbine’, del director Michael Moore. Y ese no es un eslogan cualquiera: supone un emblema de la NRA y forma parte de una frase que suelen llevar en un adhesivo en el coche o las ventanas quienes apoyan la libertad de armarse: «I'll give you my gun when you take it from my cold, dead hands (Te daré mi arma cuando la cojas de mis frías muertas manos)».

Con la tragedia del asesinato de 19 niños y dos profesores a manos de un joven de 18 años en una escuela de una ciudad pequeña de Texas, el debate sobre la comercialización de armas vuelve a estar sobre la mesa. Lamentablemente, los tiroteos en escuelas son algo que ocurre con frecuencia aunque esta matanza es la peor en muchos años, y el hartazgo de una buena parte de los estadounidenses al respecto, también.

Si bien hay razones sociológicas y culturales profundas por las que este tipo de hechos ocurre, perpetrados generalmente por gente con la salud mental perturbada, existen razones políticas y legales que hacen más fácil que sea posible que suceda. La principal: el sistema legal en Estados Unidos establece normas laxas para portar armas. Es tan fácil que hasta puede comprarse un rifle en un supermercado.

La Segunda Enmienda de la Constitución de aquel país establece el derecho a portar armas y fue sancionada en 1791, junto a otras nueve enmiendas. Es a partir de este derecho constitucional y de los intentos por otros sectores de restringirlo que se activan con fuerza a partir de mitad del siglo pasado grupos de presión civiles a favor de la comercialización libre de armas. De hecho, la NRA fue creada en 1871, pero pasó a ser más activa cuando vio intentos de revocar la libertad de armarse, especialmente después del asesinato del presidente John F. Kennedy.

La NRA es la más famosa (tiene cerca de tres millones de afiliados) de varias asociaciones que congregan a militantes de la portación de armas, ancladas especialmente en las zonas menos urbanizadas y más rurales de Estados Unidos. Y ejerce su poder de influencia gracias al peculiar sistema político y electoral.

Es posible que Estados Unidos sea la democracia en la que más está naturalizado el rol de los lobbies, cuyo sitio de mayor despliegue es el Congreso en Washington. El conocido como ‘Gun Lobby’ es uno de los más fuertes, aunque cabe aclarar que queda muy por debajo del de las farmacéuticas, las aseguradoras de sanidad privada y algunas tabacaleras. Según la organización OpenSecrets, el lobby de las armas en su conjunto gastó el año pasado casi 16 millones de dólares en su operativo de presión, mientras que los grupos que apoyan el control de armas gastaron solamente 2,9 millones.

Desde la mirada europea esto puede ser complejo de entender. ¿En qué se gastan tantos millones? Básicamente se trata de actos públicos y donaciones en campañas electorales, además de abogados, publicistas y staff. Es el quid de esta cuestión: su poder radica en el impacto que tienen en el proceso político, desde las primarias hasta la sanción de leyes en el Capitolio.

En Estados Unidos hay primarias abiertas para todos los cargos. Los partidos están obligados a permitir que cualquiera que tenga los avales necesarios pueda participar de ellas, incluso en contra de la aristocracia del partido (el caso de Obama es icónico de ello). Las campañas en una democracia de 330 millones de habitantes son muy caras y allí no existe una legislación, como la del Estado español, en la que haya espacios de propaganda audiovisual gratuita, o subvenciones. Lo único reglamentado (y gratuito) es el debate presidencial con los dos que surgen de las primarias de los dos grandes partidos.

Esto hace que los candidatos en cada circunscripción dediquen enormes esfuerzos a recaudar dinero para financiar las campañas y es un hecho determinante a la hora de conformar coaliciones. La sociedad civil estadounidense es muy activa y los grupos de presión y asociaciones son parte activa de la campaña, muchas veces por encima de los partidos. Desde la propia base, los candidatos a diputados y senadores (y todos los cargos, pero en lo que hace a la regulación de las armas, lo que importa son los legisladores que van a Washington) están condicionados por las promesas que han hecho para recibir el apoyo político y financiero.

Aquí también entra en juego el sistema federal y bicameral: las zonas más urbanizadas, que suelen votar más progresistas, ven siempre un dique para las transformaciones en los bloques de legisladores que vienen de las regiones más rurales, en donde la caza y los valores conservadores son muy importantes (por ejemplo, la propiedad privada y la portación de armas). El Senado, en el que los votos de un estado como California, con 40 millones de habitantes, vale lo mismo que el del rural y montañoso Montana, con 39 veces menos de población, es el dique en el que iniciativas como la restricción de armas tienen el fracaso asegurado.

La lógica de libre mercado impregna el sistema político: el legislador que cambie de opinión sobre, por ejemplo, la portación de armas, pierde automáticamente el apoyo político y financiero de la NRA (además de la acusación de traición) y esos recursos irán a otro conservador que sí los apoye. Y sin dinero no hay campaña ni votos. La revolución digital con el poder de las redes sociales no han hecho más que amplificar todo este fenómeno y dar mayor peso a los activistas.

Otro dato que hace más permeable la influencia de los que financian campañas: la Cámara de Representantes se renueva en su totalidad cada dos años y con circunscripción uninominal, por lo que la representación es muy directa y local (el Senado se renueva por tercios en cada elección).

Es por esto que para cambiar la legislación de portación de armas hace falta un cambio legislativo profundo, que permita a los candidatos no necesitar el oxígeno financiero de los lobbies desde el mismo inicio del proceso. O si no, una revuelta cultural y un cambio social de magnitud, como el que ocurrió con el acta de derechos civiles en los 60 con respecto a los afroamericanos.

Lamentablemente, en este caso, no hay tercera vía.