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La alargada sombra de Netanyahu

El exprimer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. (Oren BEN HAKOON | AFP)

El Ejecutivo israelí más diverso de su historia, un cocktail de ocho partidos de todo el arco ideológico –desde la derecha sionista, hasta la izquierda pacifista, con la inédita inclusión de un partido palestino de corte islamista– no ha superado el año de vida y quedará en funciones hasta las elecciones anticipadas de octubre, las quintas en tres años y medio.

La experiencia, solo posible porque lo único que les unió fue la oposición a Benjamin Netanyahu tras 12 años consecutivos en el poder, ha fracasado precisamente por eso, por su incapacidad para sacudirse la sombra política de «Bibi», lo que le ha condenado a penar con su exigua mayoría.

Resulta sintomático que la decisión de disolver la Knesset (Parlamento israelí) y adelantar los comicios ha sido provocada por la imposibilidad del Gobierno «plural» de aprobar la extensión de una medida de emergencia, que se renueva desde hace décadas cada cinco años, para aplicar la ley civil israelí a los casi 500.000 colonos que ocupan territorios en Cisjordania.

Así, los ocupantes de las colonias judías en la Cisjordania ocupada disfrutan de todos los privilegios de la nacionalidad israelí, mientras la población árabe palestina sufre la ocupación, está internada en el «campo de concentración» de la Franja de Gaza o son ciudadanos de tercera en Israel.

En mayo, la oposición, liderada por el Likud del ex primer ministro Netanyahu, anunció su oposición sistemática a toda propuesta de ley presentada por la coalición gubernamental , lo que les ha llevado a no dar luz verde a leyes sionistas como la anterior y que impulsaron desde el gobierno.

La prórroga de los privilegios a los colonos expiraba a finales de junio, pero ahora se extiende automáticamente varios meses al disolverse el Parlamento.

No es extraño que el primer ministro saliente, Naftali Bennett, insistiera ayer en que el adelanto electoral, que se votará en el Parlamento la próxima semana, ha sido «la decisión más dura, pero la más sionista» que ha tomado, «la correcta para el país», y para evitar que «el Estado de Israel se paralice».

Deserciones

El veto de Netanyahu y los suyos del Likud –de donde proviene el propio Bennett–, junto con sus aliados históricos del Partido Sionista Religioso y los ultra-ortodoxos del Shas, no ha sido el único reto del gobierno fallido, que en los últimos meses se ha visto amenazado por un goteo constante de deserciones desde todos los flancos.

La diputada Idit Silman de Yamina, el partido ultraderechista de Benet, abandonó en abril la coalición y esta perdió su ajustada mayoría parlamentaria (60-60), en riesgo constante de quedar en minoría.

El partido palestino islamista Raam congeló varias semanas su participación por la represión en la Explanada de las Mezquitas y por las redadas mortíferas del Ejército israelí; otra diputada del izquierdista Meretz retiró su apoyo al gobierno unos días; y el también diputado de Yamina Nir Orbach llevaba semanas negociando con Netanyahu.

De hecho, la oposición iba a presentar la próxima semana una ley para disolver el Parlamento y ya se habían ganado el necesario respaldo de Orbach por lo que el Gobierno no ha hecho sino anticiparse a una moción de censura prácticamente asegurada.

Lapid toma el relevo

El acuerdo para el «gobierno del cambio» firmado hace ahora un año estipulaba que Bennett asumía el cargo de primer ministro el primer bienio para cedérselo en los dos últimos años de legislatura al ministro de Exteriores y centrista Yair Lapid.

Con Bennett totalmente amortizado y, como ha reconocido él mismo, autoinmolado en el altar del sionismo, Lapid asume el cargo de primer ministro en funciones y todo apunta a que liderará, desde la apelación a la moderación, la próxima pugna electoral con Netanyahu.

Netanyahu ha saludado que «el peor gobierno en la historia de Israel ha llegado a su fin». Está convencido de que liderará el próximo Ejecutivo y es cierto que, a la vista del panorama electoral israelí, es de los pocos que puede armar un gobierno estable, eso sí, de derecha político-sionista y ultra-religiosa.

El problema es que tiene su propia sombra, la corrupción, y enemigos jurados dentro del espectro más ultra. Amado y odiado a partes iguales, esa es su fuerza para frustrar cualquier intento de cambio político en Israel, y a la vez su debilidad, como quedó de manifiesto en sus últimos e inestables ejecutivos.