La buena estrella de Steve Kerr, o la tremenda diferencia entre ser y estar
Cinco anillos de la NBA como jugador y otros cuatro como entrenador, Steve Kerr es un hombre asociado al éxito en el mundo del baloncesto, aunque su rol siempre fuera secundario o de especialista. Y, sin embargo, ha logrado ser una figura mucho más trascendente que el rol que ha desempeñado.
Hay varios idiomas, entre otros inglés o el francés, que no diferencian entre el verbo ser y el verbo estar. Sin embargo, Steve Kerr fue como jugador y es como entrenador, un ejemplo diáfano que supone la diferencia entre los dos verbos.
Ya son nueve los anillos que ha conquistado este hombre que el 27 de septiembre cumplirá nada menos que 57 años, aunque detrás de sus arrugas siga manteniendo cara de niño. Cinco como jugador en activo, tres en el segundo «threepeat» de los Chicago Bulls entre los años 1996 y 1998, dos más con los San Antonio Spurs en 1999 y 2003, y los cuatro últimos como entrenador jefe de los Golden State Warriors, en 2015, 2017, 2018 y 2022. Y por si fuera poco, después del oro olímpico en Tokyo 2020, Kerr sustituirá a Gregg Popovych al frente de la selección masculina de los Estados Unidos hasta 2024, con lo que podría añadir un oro olímpico a su currículum, quizás el único trofeo que aún no ha ganado.
«Soy consciente de que comparto cartel con Mike –Jordan–, Scottie –Pippen– o Dennis –Rodman– porque soy el actual entrenador de los Golden State Warriors, pero quien debiera formar parte de este cartel es Toni Kukoc. Sí, Toni Kukoc, porque era un jugador extraordinario». Son palabras del propio Kerr cuando se presentó el famoso documental sobre Michael Jordan «The Last Dance».
A pesar de ser un especialista mortífero en el tiro con que durante sus años de mayor esplendor promedió por encima del 40% en triples, con temporadas completas por encima del 50%; por mucho que tuviera un puntual protagonismo heroico en el anillo de 1997, cuando «pergeñó» junto con Jordan la jugada ganadora con la que los Bulls sellaban el 4-2 ante los Utah Jazz; a pesar de ser ganar su primer anillo como entrenador jefe en su año de debut al frente de un banquillo de la NBA, después de pasar directamente de ejercer de comentarista televisivo a dirigir a la franquicia más laureada de los últimos años sin haber ejercido ni un solo día como entrenador ayudante...
A pesar de que Steve Kerr sea un hombre y un nombre ligado al éxito, él sabe perfectamente lo que significa ejercer de segundón. Un segundón que parecía estar donde se hallaba el éxito para pasar a ser parte quizá no esencial, pero sí indispensable para el triunfo. «Solo estoy rodeado de la gente correcta. Si estás alrededor de súper estrellas por un tiempo suficiente, conseguirás una parte residual de éxito», aseguraba.
De la necesidad, virtud
Libanés de nacimiento, hizo de la necesidad virtud. Necesidad de afianzar su tauro, toda vez que siempre fue un base lejano a la figura del base director, de forma que tras salir elegido en la segunda ronda del draft de 1988, en el puesto 50 elegido por los Phoenix Suns, después de un año en Arizona, un estado en el que se formó como jugador de baloncesto llegando a la Final Four de la NCAA con los Wildcats, saltó a los Cleveland Cavaliers como suplente de todo un Mark Price –uno de los bases más brillantes de los 80 en la NBA–, formando una segunda unidad que tuvo sus más y sus menos con los incipientes Bulls, cuyas eliminatorias hundieron a los Cavs a la par que empezaron a forjar la leyenda de un Michael Jordan con quien siempre estuvo ligado en su primera etapa.
«Me identifico con jugadores que no salen de inicio, más que con las súper estrellas, porque tengo experiencia saliendo del banquillo», recuerda Kerr, que de sus más de mil parrtidos en la NBA no llegó a salir de titular ni en 50 de ellos.
Aparte del tiro exterior, virtud que le hizo estar con la selección estadounidense que ganó el oro en el Mundial de España de 1986 –ante una URSS que en Seul 1988 se tomaría la revancha en la semifinal olímpica–, Steve Kerr tuvo que aprender a ejercitar su carácter y su dureza mental. En 1984, con Kerr cumpliendo su primer año del ciclo universitario en Arizona, dos miembros de Hezbolá asesinaban de dos tiros a su padre, Malcom H. Kerr, profesor en la Universidad Americana de Beirut, noticia de la que se enteró por una llamada de madrugada, poco rato antes de romperse el cruzado y pasarse en blanco buena parte de una temporada.
Una dureza mental que consiguió Steve Kerr hasta el punto de ganarse el favor de Phil Jackson y de la grada de los Bulls, que pasaron de ver en Kerr a un nuevo John Paxson –héroe secundario de los anillos de 1991 y sobre todo el de 1993, con aquel triple ganador que conectó en el sexto y definitivo partido de las Finales ante Phoenix Suns– a ser alguien con personalidad propia.
Incapaz de ejercer de base puro por falta de aptitudes en la cancha, el famoso «Triángulo Ofensivo» de John Bach y Phil Jackson resultó ideal par Asus características de juego, debido a que ese sistema de juego, aunque resulte intrincado, es ideal para atinar en un juego estático sin un base claro, basando el éxito en la capacidad de pase y tiro de sus jugadores, y sobre todo, en base a la lectura de juego y el juego sin balón.
Una dureza mental que lo llevó a liarse a puñetazos con todo un Michael Jordan en un entrenamiento, luego de que este, después de su primera retirada, retornara a los Bulls dispuesto a demostrar a sus compañeros que aquel seguía siendo «su» equipo, aunque Steve Kerr llegara vía traspasado de los Orlando Macig para la campaña 1993/94, con Jordan jugando al béisbol tras el asesinato de su padre.
Curiosamente, Jordan empezó a respetar a Kerr merced a que fue capaz de plantarle cara a golpes, y en las Finales de 1997, un Kerr dolido consigo mismo porque un fallo suyo en el tiro había supuesto la derrota ante los Jazz, logró redimirse a pase de un Jordan que en el tiempo muerto previo lo puso sobre aviso. «En cuanto reciba el balón llegará la ayuda de tu par. Ábrete y estáte preparado», le dijo Michael Jordan. «¡Lo estaré!», replicó Steve Kerr, que no falló desde la media distancia en cuanto le llegó el pase doblado.
Esa lectura y su fiabilidad en el tiro, más la tenacidad defensiva con la que suplía sus carencias físicas le valieron ganarse minutos en la rotación de los Bulls, aunque casi siempre partió como jugador de rol. «Tengo el mejor trabajo del mundo. Juego seis minutos, meto dos canastas y todos quieren entrevistarme en la sala de prensa», declaró alguna vez, sobre todo tras sus actuaciones con los Spurs, ya muy mermado físicamente, pero con la muñeca intacta para el triple en los momentos calientes.
De la televisión a los banquillos
«Hay casos en los que el paso a los banquillos es obvio. Y Steve lo era». Son palabras de Gregg Popovich, que lo tuvo a sus órdenes en dos etapas: entre 1998 y 2001, ganando en 1999 el primer anillo de la franquicia, y en la campaña 2002/03, la última de Kerr, en la que unos Spurs con su famoso tridente compuesto por Duncan, Parker y Ginóbili logró su segundo anillo. «Hay gente con una clarividencia y un liderazgo silencioso de los que no dudas que valen para ejercer de entrenador».
Pero el paso de Steve Kerr no se dio hasta 2014, y jamás ejercería de técnico asistente, como ha sido el camino de tantos otros. Ejerció de directivo a los Phoenix Suns, unos Suns a los cuales consiguió traer a Shaquille O'Neal en sus últimos años y a Steve Nash, pero sin terminar de alcanzar la gloria.
Steve Kerr, como pudo ser en su día el caso de Pat Riley, fue un salto de ejercer de comentarista televisivo al banquillo de los Warriors. Los New York Knicks pujaron por él, pero del lino esa oferta, pero cuando Mark Jackson fue despedido por los Warriors tras caer en los play-off de la campaña 2013/14 ante los Clippers.
Eran aquellos Warriors la el germen de lo que acabarían siendo, con Stephen Curry, Draymond Green y Klay Thompson ya en escena, pero sin explotar aún. Y hete aquí que bajo la batuta de Steve Kerr, la franquicia de la Bahía de San Francisco iba a explotar a lo grande. Pero antes de forjar la leyenda, tocaba dar el primer aldabonazo: primer año como entrenador jefe de la NBA y primer anillo al canto, el único capaz de lograrlo junto con Edward Gottlieb en 1947 y Pat Riley en 1982.
Aquello fue el primero de los cuatro anillos que ha ganado Steve Kerr como técnico; cuatro anillos en ocho años, más los subcampeonatos de 2016 –con la lesión de Bogut como elemento desequilibrante para que los Cleveland Cavaliers de LeBron James y Kyrie Irving remontaran un 3-1 adverso– y 2019 –con las graves lesiones de Thompson y un Kevin Durant caído de Oklahoma y que fue el MVP de las Finales de 2017 y 2018–.
Si como jugador, Steve Kerr vivió el mítico 72-10 de la Fase Regular de la campaña 1995/956 con los Bulls, en la campaña 2015/16 rompió aquel registro, sumando un 73-9 irreal, aunque el anillo se fue para Ohio. Y en este 2022, después de que las lesiones amenazaran con apagar para siempre el fulgor de los «Splash Brothers», con los añadidos de Andrew Wiggins o Jordan Poole, entre otros, el baloncesto les ha regalado una nueva oportunidad que no han dejado escapar.
De los banquillos a la primera plana
Pero si de algo se habla últimamente sobre Steve Kerr, es de su emocionando discurso tras la matanza de Ugalde, en Texas. «Hoy no pienso hablar de baloncesto. ¡Ya basta! Estoy cansado de venir aquí a dar las condolencias a unas familias porque han perdido a sus seres queridos a tiros! ¿Cuándo haremos algo?», dijo, aguantándose la rabia y las lágrimas a partes iguales. «El 90% de la sociedad norteamericana, da igual su ideología, está a favor de imponer cierto control en la adquisición de armas, como puede ser establecer un registro psicológico de quien quiere comprar un arma o poder conocer si tiene antecedentes. No puede ser que unos 50 senadores tengan prisionera a toda la población por no querer afrontar esos cambios. ¡Ya basta!», añadía.
Un Steve Kerr que no dudaba en tildar de «racista» a Doinald Trump y condenar en público las violentas respuestas policiales a las manifestaciones que se dieron en Estados Unidos en 2020 luego de que George Floyd fuese asesinado por la policía, impávidos ante las súplicas de un Floyd agónico que gritaba el tristemente conocido «I can't breath» –«No puedo respirar»–.
Y un Steve Kerr que, después de que tuviera que ser operado dos veces de la espalda, lo cual hizo que Luke Walton –que después de el salto a Los Angeles Lakers, pero sin tanta suerte– dirigiera a los Warriors en la mítica campaña 2015/16, mostrara un discurso abierta y públicamente a favor del uso terapéutico del cannabis, denunciando de paso el abuso de los opiáceos en el deporte y la sociedad estadounidense como calmante del dolor.
«Estoy muy interesado en lo que dice la ciencia sobre el uso de la marihuana medicinal. Después de haber pasado por un momento difícil durante el último año con mi propia recuperación de la cirugía de espalda y mucho dolor, tuve que investigar mucho», dijo Kerr en diciembre de 2016. «A los jugadores de la NFL les dan Vicodin, Oxycontin , Percocet... como si fuera vitamina C, pero tienen sus peligros de adicción y riesgos para la salud a largo plazo. El problema es qué hacer para encontrar la mejor forma de ayudar a los jugadores».
«Entiendo que es un problema de percepción en todo el país. Y la NFL y la NBA son un negocio, por lo que no quieren que sus clientes piensen: ‘Estos muchachos son un montón de drogadictos’. Aún así, para mí, es solo cuestión de tiempo el que se permita la marihuana medicinal en las ligas deportivas. Si eres jugador de NFL y tienes mucho dolor, no creo que haya ninguna duda de que la marihuana es mejor para tu cuerpo que Vicodin», terminaba.
Con 9 anillos de la NBA, Steve Kerr ha empatado con el mítico «Red» Auerbach y solo Phil Jackson con 13, Bill Russell con 11, Sam Jones, K.C.Jones y Tom Heinsohn con 10 superan a este «rubio con cara de niño y sin miedo a nada», como lo define Máximo José Tobías en el libro «Michael Jordan. El rey del juego» –JC Ediciones. Colección Baloncesto para leer–. Kerr dice que «ha coincidido» con grandes estrellas, pero lo cierto es que él ha sido una pieza –quizá secundaria, quizá de las más pequeñas–, esencial para ser un tipo asociado al éxito en el mundo del basket.