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¿Para qué sirve un periódico?

El mensaje del exdirector de ‘El País’ Antonio Caño en redes ha generado todo tipo de reacciones y ha mostrado de forma descarnada la naturaleza y objetivos de las grandes cabeceras en el Estado español. También permite abrir un pertinente debate sobre qué debe ser un periódico.

Antonio Caño, en la inauguración de unos cursos de verano de la UPV-EHU, en 2017. (Jon URBE | FOKU)

Un tweet del exdirector de ‘El País’ Antonio Caño ha causado cierto revuelo en el ámbito político y periodístico español en los últimos días. «Hace cuatro años intentamos evitar desde ‘El País’ el pacto de Sánchez con populistas y separatistas porque creíamos que eso era malo para la izquierda y para España. No nos creyeron», ha dejado escrito.

Creyendo que la historia lo absolvía tras las elecciones andaluzas, Caño ha logrado mostrar descarnadamente la naturaleza del quehacer periodístico de las grandes cabeceras en el Estado español. Es algo que ya hizo, a su manera, el exdirector de ‘El Mundo’ David Jiménez con el libro ‘El director’. Otro ego que logró retratar las miserias del panorama mediático español al precio de retratarse, involuntariamente, él mismo. El de los grandes medios españoles es un sistema tan terrible que en tiempos de crisis encumbra a tipos como Caño o Jiménez, algo que ya de por sí debiera hacer sospechar.

Al exdirector de ‘El País’, a quien cabría preguntar por el empleo de la primera persona del plural en su tweet, hay que agradecerle la franqueza a la hora de plasmar un par de cosas que, por otra parte, tampoco resultan nuevas: un carácter reaccionario, a priori incompatible con un periódico que se dice socialdemócrata, y el ejemplo de que cuando un periódico se torna en mero instrumento de poder, el periodismo es algo accesorio.

Para estas cabeceras, el periodismo es un lujo para tiempos tranquilos, algo prescindible en tiempos de crisis como el que supuso el proceso soberanista catalán, la irrupción de Podemos o el que se instaló durante décadas en el marco del conflicto vasco. Lo primero es la defensa del establishment allí donde esté en peligro; el periodismo, igual que la democracia, es algo sacrificable.

La otra cara de la moneda

Esta imagen del periodismo como mero instrumento de poder invita a reivindicar, en contraposición, una versión idealizada del oficio, aquella que viste a los periodistas como ángeles incólumes al servicio de la verdad y la objetividad, las cuales defenderán a capa y espada, por encima de sus propios valores y convicciones, siempre al servicio del lector.

Esta es la versión del periodismo que hipócritamente utilizó la dirección del periódico cuando Sánchez los señaló tras su primera derrota ante Susana Díaz, y es la que, solo en parte, aflora en una carta que con la firma del propio Caño enviaron en aquel entonces a alguien significativo que se había dado de baja en el periódico y que hizo pública el exministro José Luis Ábalos, mano derecha de Pedro Sánchez en esa época. La carta, de un cinismo que espanta, vuelve a retratar al sistema y al personaje, que dice deberse a los lectores mientras ponía el periódico al servicio de quienes maniobran contra lo decidido por el grueso de su base sociológica original –a saber, la militancia del PSOE que había llevado al poder a Sánchez–.

Ni la versión de Caño ni la idealizada hacen gran favor al oficio. Sin periodismo, sin una ética periodística basada en la honestidad –empezando por rechazar cualquier veleidad sobre la objetividad–, es decir, como mera herramienta de poder, un periódico apenas llega a panfleto y pierde, paradójicamente, toda relevancia y fuerza como instrumento de influencia. Sin una línea editorial clara, mantenida y coherente, sin una intencionalidad política y sin una apuesta por influir en su entorno, un periódico es poco más que una revista de entretenimiento, un naufragio en el que apenas logran chapotear descoordinadamente los grandes egos que irremediablemente habitan este oficio.