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Interview
Jorge Moruno
Sociólogo

«Cualquier cambio político pasa por cambiar la forma de ordenar el tiempo»

El sociólogo Jorge Moruno disecciona la noción del tiempo y lo que su distribución representa para un régimen social. El autor de ‘No tengo tiempo’ afirma que «una sociedad que democratiza su tiempo no solo es más justa, sino que garantiza más igualdad».

Jorge Moruno. (NAIZ)

El tiempo es una de esas cosas que puede ser muy concreta y muy abstracta, según cómo se lo quiera conceptualizar. Desde la Edad Antigua es objeto de interpretaciones y análisis y también de disputa, porque define un orden social. Así lo asegura el sociólogo Jorge Moruno, nacido en Madrid hace cuarenta años y actualmente también diputado por Más Madrid en la Asamblea regional. El autor de ‘No tengo tiempo’ (Ed Akal, 2018) es un estudioso del tiempo hace años y ahora ha unido ese análisis a su apología por alcanzar una renta básica universal, como una más de una serie de medidas que redemocraticen el uso del tiempo para poder así impulsar la innovación y la libertad-igualdad. «Solo se puede ejercer la libertad en igualdad, todos tienen que poder aburrirse un poco, la precariedad y la incertidumbre lo que hace es derretir cerebros y reproducir pobreza», subraya en entrevista con NAIZ.

¿El reparto y sentido del tiempo tiene mucho que ver con el régimen político?

Todo orden político se basa en una manera de ordenar y distribuir el tiempo en las distintas patas que componen la sociedad. Esa manera determina el régimen político que se establece. Cuando el tiempo es acaparado y escasea, cuando es tiempo subordinado sin margen de acción ni libertad ni decisión, es un régimen oligárquico. Cualquier transformación social y cambio político de gran intensidad, como la revolución francesa, que fue una alteración sustancial de ordenar el tiempo de la sociedad, pasa necesariamente por cambiar la forma de distribuirlo y experimentarlo. Una revolución que implique una transformación estructural de la forma de vida no puede sino alterar esa distribución jerárquica, que representa una forma de dominación. El tiempo es una forma de distribuir lugares, posiciones y roles porque cuando ordenas la sociedad estás regulando la posición del tiempo y cómo y cuándo se disfruta. No por nada decía Aristóteles que la democracia es el tiempo libre de los pobres.

No sé si se puede llamar oligarquía, pero aquí se vio muy marcada esa ordenación del tiempo en la dictadura franquista...

Sí, en el caso del franquismo es una distribución que tiene percepción paternalista sobre lo que es el pueblo, por lo tanto, fue una distribución muy marcada de lo que debe hacer cada sexo con los tiempos, y la fuerza de trabajo debe ser obediente al orden dado. Es una cosa natural quién manda y quién obedece y cada uno debe asumir su posición. Pero esto no solo en el franquismo, también sucedía en las propias democracias occidentales, en las que había un pacto implícito que era obediencia a la fábrica a cambio de otorgarse una serie de derechos. Esos ‘30 años gloriosos’ como se les dice, se levantaron sobre esa especie de equilibrio que luego entra en crisis en los 70 porque se cuestiona esa distribución de tiempo y lugares. Pero luego viene la contrarrevolución neoliberal que refuerza el dominio sobre otras formas, coge el aspecto de la impugnación de los años 70, pero los desarticula e incorpora bajo su perspectiva un nuevo modo de gobierno de la población.

«Una revolución que implique una transformación estructural de la forma de vida no puede sino alterar esa distribución jerárquica del tiempo, que representa una forma de dominación»

Se puede decir entonces que si Marx hablaba de la venta de fuerza de trabajo, en realidad es una venta del tiempo personal…

Claro, la emancipación es la lucha por el tiempo libre, ampliar esferas que no estén sometidas a la temporalidad capitalista. La contrarrevolución liberal ha ido colonizando cada vez mas espacios que estaban fuera del tiempo de trabajo y que se presentan como oportunidades. La libertad es eliminar esa situación en la que te ves obligado a vender como sea tu fuerza de trabajo. O sea, en teoría uno es libre de vender su fuerza de trabajo y otro libre de comprarla. El problema es que si uno necesita el ingreso, es una coacción estructural, tarde o temprano deberás aceptar lo que sea porque tienes que comer y vivir en esta sociedad. La libertad tiene que ver siempre con ampliar ese margen de autonomía en el tiempo. Marx decía ‘la economía es tiempo, al final todo se reduce a eso’. La paradoja que se da es que el capitalismo a pesar suyo va liberando tiempo, porque el avance tecnológico y de productividad permite hacer lo mismo en menos tiempo, pero en lugar de utilizarse para democratizar más, lo que acaba ocurriendo es subordinar más a esa población.

¿Se puede decir que hoy el tiempo es un «commodity» que cotiza al alza?

Sí, eso se intensifica ahora. Existían antes pequeños tiempos concretos, el del padre nuestro, las cosas relacionadas con las labores campesinas, todo eso se modifica con la introducción del capitalismo, se aplana todo y se impone un tiempo liso, la asociación riqueza-tiempo se hace explícita y de manera obscena, esa dinámica ha ido subyugando a todas las esferas de la vida. El capitalismo es como un monstruo que necesita siempre seguir comiendo, creciendo. Ahora el tiempo puede comprarse o venderse en formas que antes no. Marx decía que las tecnologías podrían permitir liberar tiempo y, en cambio, se produce más subordinación. Lo vemos con el teléfono móvil, una cadena de montaje perpetua, se desdibuja esa frontera de trabajo y tiempo libre.

Este fenómeno de «la gran renuncia», que ocurre en Estados Unidos y en otros países más cercanos como Italia, ¿cómo lo interpreta? ¿Es insurrección para recuperar el tiempo propio?

Se mezclan varias cosas, elementos culturales y de precariedad, claro, pero también se ha dado en gente que tenía trabajos estables y buenos salarios. Tiene que ver con el burnout, la falta de expectativas, la falta de orientación, gente que ha conseguido tener algún ahorro y se ha podido empoderar. Surge un hartazgo y la búsqueda de una especie de pausa. Esas cuestiones te las puedes plantear cuando existen las condiciones para que te las puedes plantear. Por eso la lucha histórica del movimiento obrero es conseguir las condiciones para poder decidir su propio tiempo.

«La precariedad, el estrés y la incertidumbre lo que hacen es derretir los cerebros, encarcelar la inteligencia»

Trabajó usted en el Bus Turístic de Barcelona y dice que eso le hizo aprender mucho del tiempo. ¿Por qué?

Sí, trabajé cuando vivía allí. Menos mal que se había incorporado la tecnología, porque los turistas se ponen auriculares y tú vas dando al play a pistas según se va pasando por zonas. Eso me permitía a mí ir dándole a la pista e ir leyendo. Le sacaba tiempos al trabajo para el estudio, para leer, haciendo la relación inversa, expropiándole tiempo al trabajo. Usar los tiempos libres es importante, la civilización occidental nace gracias al tiempo libre, a poder dedicarse a pensar, las propias matemáticas, cuenta Aristóteles, que nacen en Egipto por la clase sacerdotal que tenía el tiempo para pensarlas. Una sociedad que democratiza su tiempo no solo es más justa, sino que es una sociedad que garantiza más la libertad y la igualdad, porque la libertad para poder ejercerse tiene que ser en igualdad, que todos puedan aburrirse y evadirse. La precariedad, el estrés y la incertidumbre lo que hacen es derretir los cerebros, encarcelar la inteligencia. El siglo XXI debe forjarse sobre el derecho al tiempo libre y seguro, necesitamos un nuevo renacimiento que permita que florezca la genialidad e innovación de la población, y eso se hace garantizando tiempo libre. No es que la gente sea tonta y acabe en la pobreza, es al revés, es la pobreza lo que hace que alguien pueda ser más tonto.

Por eso es que usted apoya la renta básica universal…

Claro, hay que eliminar la condición de pobreza, que es la causa de su reproducción, y eliminar las causas que hacen que se herede la riqueza como una cosa natural que reproduce privilegios. Eso pasa por establecer un suelo de dignidad y derechos, y un suelo de tiempo libre para que los pobres puedan emanciparse, que la gente pueda ser parte activa de la sociedad y no siempre de manera subordinada a los gustos de otros. Pero la renta básica no puede ser una medida aislada, tiene que ver con una garantía de existencia digna, con acceso a vivienda y a alimentación saludable, una nueva perspectiva que haga indisociable la libertad y la igualdad. Solo garantizando que somos igualmente libres podemos garantizar un avance civilizatorio.

«Hay que eliminar la condición de pobreza, que es la causa de su reproducción, y eliminar las causas que hacen que se herede la riqueza como una cosa natural que reproduce privilegios»

Publicó «No tengo tiempo» en 2018. Después de la pandemia y todo lo que hemos vivido en estos tres años, ¿qué cambios le haría?

No impugnaría la tesis central, lo afinaría más, matizaría algunas cosas. La hipótesis central sigue vigente, lo que sí que creo es que hay que pensar una idea del ‘sí tengo tiempo’ y cómo una sociedad que reensambla la igualdad con la libertad es una sociedad que implica un renacimiento civilizatorio, que funciona mejor, que reduce el estrés. Es un error político haber regalado la idea de libertad asociada al libre mercado o de igualdad a la idea de uniformidad con la URSS. En una segunda parte hablaría sobre reconstruir las bases del proyecto de la ‘igualibertad’ (alusión al título del libro de Etienne Balibar). Hay que pensar en esa dirección.