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La ley de la soledad

En el Festival de Cine de Locarno Alessandro Comodin se luce en compañía de ‘Gigi la legge’, mientras que en la sección Cineasti del Presente, Bianca Lucas reivindica el poder del perro (sanador) en ‘Love Dog’.

Alessandro Comodin junto a su equipo. (NAIZ)

Consejos para la supervivencia en un festival de cine. La experiencia, sin lugar a dudas maratoniana (sin importar dónde se produzca), siempre es mejor abordarla con el apoyo de una buena compañía. Porque a lo largo de casi dos semanas en las que cada día pide por lo menos visionar cinco películas y entregar un par de artículos, la carga mental del trabajo es muy alta, ni falta hace decirlo… a veces inasumible, si todo esto se lleva a cabo sin nadie (de confianza, se entiende) con quien poder descargar las inquietudes, alegrías y frustraciones que van surgiendo por el camino. Hay que compartir; hay que comentar la jugada con los demás, ni que sea para asegurarnos que lo que estamos viendo, oyendo y sintiendo, no es el producto de una mente (la nuestra) cada vez más agotada.

En estas estamos, cruzando el ecuador de la 75ª edición del Festival de Cine de Locarno, un certamen que sabe perfectamente cómo nos sentimos… y que por esto nos arremete hoy con un programa doble que explora, muy oportunamente, los inescrutables jardines traseros de la soledad. Allí donde se entierran los peores pensamientos, pero a lo mejor también donde estas toxicidades, con un poco de tiempo y las debidas condiciones, se convertirán en algo formidable: una rareza con la que nadie contaba, pero que cuando finalmente la encontramos, nos arreglará el día… quién sabe si la vida.

Con estas vibraciones se presenta el nuevo contendiente al Leopardo de Oro de esta jornada. El italiano Alessandro Comodin, autor de la memorable fábula ‘Happy Times Will Come Soon’, presenta ahora ‘Gigi la legge’, es decir, «La ley de Gigi’, un extraño, entrañable y a veces hilarante turno de patrulla por la apacible ruralidad del pueblo de San Michele. Allí, la cámara se encariña, a las primeras de cambio, del hombre que pone título a la función: un policía que ocupa sus calurosas jornadas laborales en simpáticas rondas (a veces a pie; casi siempre conduciendo el coche patrulla municipal), que tienen mucho más de paseos amables, y no tanto de los peligrosos compromisos a los que podríamos suponer que deben enfrentarse las fuerzas del orden.

Pero no todo es idílico en San Michele. De hecho, la –inolvidable– escena de apertura nos presenta al protagonista en el patio de su casa (un espacio inconcreto, que a juzgar por la vegetación que lo desborda, podría ser una jungla tropical), en el que las colindancias con su vecino son motivo de tensión. La cámara, siempre fija en el mismo punto de observación, da cuenta, desde la distancia, de una discusión que va subiendo de tono, pues al parecer, los árboles de la finca de Gigi han crecido más de lo deseable, y se están apoderando de todo el entorno. Durante un lapso glorioso de unos cinco minutos, vemos al sufrido policía tensionándose con una voz a la que no ponemos ni voz ni cuerpo (pues quien le critica está, supuestamente, al otro lado de la verja, tapado por esa maleza que se expande sin control), esto sí, de alguna manera, manejándoselas siempre para no perder la compostura.

Mezclando el universo de Bruno Dumont con el de Albert Serra, Alessandro Comodin retrata un ecosistema entero en la soledad de cuadro que confieren los planos cortos. Sin perder nunca la magnética referencia de Pier Luigi Mecchia (sorprendente actor principal que seguramente nos está mostrando una extensión de lo que es su día a día en la vida real), ‘Gigi la legge’ ronda constantemente el limbo que separa la fantasía de la no-ficción, mitigando el posible efecto aturdidor de dicha combinación con la proximidad y calidez de unos personajes (ahí es donde el autor logra encontrar su propia voz, ya fuera de la zona de influencia de los referentes citados) que, a pesar de lo que muestra la cámara (pues la narración está estructurada básicamente a partir de encuadres en los que solo cabe una persona), siempre están en la salvadora compañía de esa amistad, o a lo mejor de ese nuevo amor capaz de recordarles cuál es el camino a seguir.

Mientras, en la sección Cineasti del Presente, el cine nos recuerda que las alianzas internacionales más impensables, pueden acertar a la hora de indicar esas regiones que nos hermanan a todos. Para ejemplo, el de ‘Love Dog’, una producción polaca dirigida por la suiza Bianca Lucas… que nos lleva a los Estados Unidos más profundos. Estamos pues en las mismas sendas que Roberto Minervini nos ha hecho recorrer tantas veces antes, solo que aquí la ficción se abraza sin ningún reparo. Ahora seguimos a otro hombre condenado, este sí, a la peor de las soledades: la que no puede llenarse con nada. Sin ningún oficio ni verdadera pasión a la que aferrarse, el protagonista de esta historia pasa los días en aterradora falta de compañía de una casa familiar que ha quedado prácticamente desocupada.

Fuera de ella, el panorama no pinta mejor: una pandemia mundial y una inusitada racha de tormentas de proporciones bíblicas, han calado en una sociedad a la que no le ha quedado otra que el encierro bunkerizado. Locarno nos aboca ahora al pozo infernal de internet, concretando más, en el abismo de Chatroulette, esa máquina de tender y sobre todo de dinamitar puentes de manera indiscriminada. En el ojo del huracán del apocalipsis, Bianca Lucas habla sobre los fantasmas interiores que nos acompañan, pero por encima de esto, vislumbra los espíritus guía que pueden sacarnos de la devastación de la tempestad. Su ‘Love Dog’ luce ahí como un imperfecto pero en último término convincente acercamiento al siempre luminoso cine de Kelly Reichardt. Allí donde el desgarro es, afortunadamente, la antesala a la sanación que pondrá el mundo (el nuestro; el de los otros) en equilibrio.