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El exterminio será televisado

El repunte de violencia más grave del conflicto armenio-azerí en dos años vuelve a poner sobre la mesa la amenaza existencial a la que se enfrenta un pueblo, el armenio, cuyo territorio desaparece bajo su propios pies.

Un hombre armenio en la localidad de Sotk, tras un bombardeo del Ejército azerbaiyano. (Karen MINASIAN | AFP)

Era algo que se rumiaba desde hacía meses en Armenia, desde los bares hípsteres del centro de Ereván hasta las tascas más desconchadas del sur del país. Al final, Azerbaiyán golpeaba en zonas al otro lado de su frontera un martes y 13, en vísperas de cumplirse dos años de la ofensiva azerí sobre Nagorno Karabaj.

Entonces, el presidente azerí, Ilham Aliyev (de la dinastía autocrática de los Aliyev), aprovechaba el telón mediático que levantaron entonces el covid y las elecciones USA; hoy es la resaca fúnebre inglesa y la debacle rusa en Ucrania.

La inercia de mirar hacia Nagorno Karabaj cada vez que retumba el cielo en el Cáucaso Sur llevó al ‘The New York Times’ (entre otros) a encajar el enclave en el titular, pero el territorio en el punto de mira esta vez es, sobre todo, la sureña región armenia de Syunik.



Busquen en el mapa esa estratégica lengua de tierra entre Azerbaiyán y su exclave de Najicheván; fíjense bien y verán que este último comparte frontera con Turquía. Resulta que la pequeña Syunik es lo único que se interpone en el sueño panturco de conducir desde el Mediterráneo hasta el Caspio repostando siempre en tierra «turca».

Bakú se agarra al punto 9 del acuerdo de paz que puso fin a la guerra de hace dos años («Garantizar el libre movimiento de personas, vehículos y mercancías»), pero Aliyev cree leer algo sobre cierto «corredor» que, por supuesto, controlarán ellos y que podría aislar a Armenia de su vecino persa. Las consecuencias serían desastrosas: Teherán es el único con el que Ereván mantiene una relación comercial fluida, dado que sus fronteras con Azerbaiyán y Turquía están cerradas desde los 90 y las relaciones con Georgia suelen ser turbulentas por los lazos de esta con Ankara.

El episodio de violencia más grave en dos años (unos 200 soldados muertos en ambos bandos y más de 7000 civiles armenios desplazados) puede haber sido también un test de Bakú para medir la reacción de la comunidad internacional.

Veamos: Anthony Blinken (secretario de Estado norteamericano) telefoneó a Aliyev para recordarle lo de que «Armenia es un Estado soberano». Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, llevó la cuestión al Consejo de Seguridad de la ONU el pasado jueves.
No es suficiente pero tampoco está mal, sobre todo si lo comparamos con la reacción de los aliados de Armenia sobre el papel. Una vez más, las tropas de paz rusas desplegadas en la zona se limitaron a observar y cubrirse.

En cuanto a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (liderada por Moscú y a la que pertenece Armenia junto a Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán), no tienen prisa: mandarán a alguien «para evaluar la situación» la semana que viene.

Llegarán después de Nancy Pelosi, la portavoz del Congreso USA quien visita Armenia este mismo fin de semana.

Metástasis Armenia es ese pueblo cuya tierra bañaban tres mares (Mediterráneo, Negro y Caspio) hace dos mil años pero que, con el paso del tiempo y, sobre todo, el de mongoles, otomanos, persas y rusos, ha estado a punto de desaparecer varias veces.

Basta mirar al espacio que ocupa en el mapa para entender que el proceso de desintegración sigue siendo inexorable. Tras perder los armenios de Karabaj dos tercios del territorio bajo su control en 2020, la metástasis se extiende hoy al Estado armenio, donde Bakú cuenta cada metro que le queda para completar el proyecto panturco.

Fueron 40 kilómetros cuadrados tras un ataque en mayo de 2021, y diez más el martes pasado. Pueden parecer cifras ridículas sobre un mapa, pero resultan inasumibles para Syunik (apenas son 50 kilómetros de anchura en su punto más estrecho).

Por el momento, hay un alto el fuego en vigor sujeto a la redacción de un acuerdo entre Bakú y Ereván en el plazo de un mes. Aliyev insiste en lo del corredor y, de paso, en que Ereván reconozca la soberanía azerí sobre el enclave de Karabaj.

Nikol Pashinyán (primer ministro armenio) no acaba de hablar claro y las protestas toman las calles.

«Es una contradicción que Bruselas imponga sanciones a Rusia por la invasión de Ucrania pero que mire hacia otro lado aquí mientras compra gas a la autocracia azerí», dice desde Ereván, Levón Grigorián, abogado español de origen armenio y representante de la Autoridad Nacional del Gobierno de Armenia para la promoción de Inversiones en el país.
Grigorián pide «contundencia en forma de sanciones». De lo contrario, asegura, Bakú seguirá con su plan.

Desde Stepanakert (capital de Nagorno Karabaj), Anush Ghavalyán, periodista local y colaboradora de esta cabecera resume un sentimiento general «de que mañana mismo puede pasar cualquier cosa».

En cuanto al futuro del enclave si este pasara a control azerí, Ghavalyán se remite a los hechos:  «Tras la guerra de 2020, no queda un solo armenio en los territorios bajo su control».