Qatar 2022: Un mundial que pone a la FIFA ante el espejo de los derechos humanos
El Mundial de fútbol masculino arranca este domingo en Qatar en un ejercicio de «sportwashing» que no está ocultando la falta de libertades y derechos ni las inadmisibles condiciones laborales. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
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Con 11.521 kilómetros de superficie, poco más que Nafarroa, el emirato se ha convertido en un importante agente geopolítico gracias a ser el principal productor de gas licuado del planeta, contar con la tercera bolsa gasística más grande y disponer de una amplia reserva de petróleo. Algo que, unido al equilibrio de alianzas que ha sabido mantener con potencias como China, EEUU, Reino Unido –Qatar fue su protectorado– o Rusia, le ha permitido alcanzar un gran crecimiento económico y relevancia externa, a pesar de contar un régimen autoritario y disponer de un tamaño sumamente reducido.
La creación de un enorme polo en torno a Doha, una de las grandes urbes mundiales –compitiendo con Abu Dabi o Dubai en el Golfo Pérsico–, las inversiones globales del fondo Qatar Investment Authority, el impacto mediático a través de Al Jazeera o la compañía Qatar Energy –cuyos beneficios se han disparado tras el inicio de la guerra en Ucrania– han permitido al pequeño emirato, regido por la dinastía Al Thani desde hace más de 150 años, emerger como un actor global importante.
En pugna con sus vecinos y enemigos regionales, Arabia Saudí y Bahréin impusieron un bloqueo aéreo, marítimo y terrestre al emirato entre 2017 y 2021, pero ha encontrado en el ámbito deportivo un elemento de desarrollo y posicionamiento internacional. Prueba de ello es la celebración anual de grandes premios de Fórmula 1 y motociclismo, además de la organización durante los últimos años de la Copa de Asia de fútbol de 2011, los mundiales de atletismo, balonmano y gimnasia artística o los Juegos Panarábicos.
La compra del PSG, convirtiéndolo en uno de los clubes más ricos, o el patrocinio del Barcelona a través de su compañía aérea fueron otros movimientos en este sentido. No obstante, la guinda del pastel es la organización de la Copa del Mundo. Un evento que ha puesto el foco en el pequeño emirato y, por extensión, en la falta de libertades o las inadmisibles condiciones laborales a las que se han visto expuestos miles de trabajadores migrantes durante la construcción de infraestructuras destinadas a formar parte del Mundial. Una combinación entre «sportswashing» –limpieza de imagen internacional mediante el deporte– y el «soft power» una suerte de poder blando y simbólico.
Se trata de designación controvertida en origen, hace doce años, y que supuso el principio del fin de era de Joseph Blatter, que prefería la opción de EEUU, en la FIFA. No obstante, los 200 millones de dólares que gastó el emirato para impulsar su candidatura resultaron determinantes en la votación. De hecho, el diario británico Sunday Times informó de qué dos de los miembros del comité ejecutivo de la FIFA «fueron sobornados», aunque el emirato siempre lo negó.
Los 200 millones de dólares que gastó el emirato para impulsar su candidatura resultaron determinantes en la votación
Otro elemento clave fue la reunión mantenida en el Palacio del Elíseo de París entre el entonces primer ministro galo Nicolas Sarkozy, Tamin bin Hammad al-Thani el príncipe heredero de Qatar, Michel Platini, que en aquel momento era el presidente de la UEFA, y Sebastián Bazin, el dueño del PSG. De la misma, salieron dos mandatos: que Platini apoyaría la candidatura catarí y que el emirato se haría con el control del conjunto parisino.
Lo sucedido, publicado por ‘France Football,’ dio paso a dos investigaciones en EEUU. Por un lado, la iniciada por la fiscal general Loretta Lynch –con el directivo de la FIFA Chuck Blazer como agente doble– y, por otro, al conocido como «Informe García”, abordando en ambos casos los posibles casos de corrupción en el máximo organismo futbolístico. Un escándalo mayúsculo que acabó con decenas de detenciones y que acabó con los mandatos de Blatter y Platini.
El sistema Kafala y la muerte de los trabajadores migrantes
El segundo gran escándalo saltó en febrero de 2021, cuando ‘The Guardian’ informó de la muerte de 6.500 trabajadores procedentes de Bangladés, India, Nepal, Sri Lanka o Pakistán durante las obras para la construcción de estadios e infraestructuras para el Mundial. Las condiciones de muchos de ellos se regían por la Kafala, una ley que desposeía de derechos a los trabajadores al firmar contratos de trabajo con las empresas locales. Ello provoca, según el informe anual de Amnistía Internacional, «elevadas comisiones de contratación, terribles condiciones de vida, mentiras sobre el salario, retrasos en los pagos, no poder abandonar ni los estadios ni los campamentos de trabajo, no poder abandonar el país ni cambiar de empleo, ser amenazados y trabajos forzosos».
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Una suerte esclavos modernos, obligados a cumplir con jornadas maratonianas bajo un calor extremo. Ante las críticas de la opinión pública internacional, el emirato se comprometió a modificar su legislación laboral y aparcar la Kafala. Unas medidas cuyo cumplimiento parece desigual, ya que en su reporte de 2022, Human Right Watch (HRW) señala que «Qatar ha introducido importantes reformas que permiten a los trabajadores migrantes cambiar de ocupación sin el permiso del empleador y establecer un sueldo mínimo más alto y no discriminatorio».
‘The Guardian’ informó de la muerte de 6.500 trabajadores durante las obras para la construcción de estadios e infraestructuras
No obstante, subrayan que dichas modificaciones han resultado ser «lamentablemente inadecuadas para proteger los derechos de los trabajadores y se aplican de manera deficiente», debido a que «continúan enfrentándose a abusos salariales y las reformas se aplican de manera deficiente». Junto a ello, ‘The Guardian’ también ha denunciado recientemente el acoso y agresiones sexuales a mujeres empleadas en hoteles. Las recientes declaraciones de Khalid Salman, el embajador del Mundial, a la cadena alemana ZDF tildando la homosexualidad de «pecado» y «daño mental» levantaron también un fuerte rechazo. En su informe, HRW también incide en que «continúan algunas políticas de tutela masculina y discriminación de la mujer o los colectivos LGTBI».
Gestos simbólicos y nefastos precedentes históricos
Todo ello ha puesto a la Copa del Mundo en el centro del huracán, incluyendo llamadas al boicot como la del excapitán de la selección germana Philipp Lahm o los tifos con el mismo mensaje que se pudieron ver en buena parte de las gradas populares de la Bundesliga. La decisión de la FIFA de prohibir al combinado danés con camisetas con el lema «human rights» tampoco ha ayudado a mejorar la reputación del torneo.
Las delegaciones, por su parte, realizan gestos como el del equipo de EEUU sustituyendo el rojo y el azul de su escudo por los colores en apoyo a los derechos de la comunidad LGTBI, la entrega de camisetas por parte de los jugadores de la selección inglesa a trabajadores migrantes o el encuentro solidario que disputarán el cuerpo técnico del conjunto argentino –formado por Lionel Scaloni, Pablo Aimar, Roberto Ayala o Walter Samuel, entre otros– contra algunos obreros que trabajaron en los estadios. Meses atrás, las selecciones de Alemania, Noruega –no clasificada– y Países Bajos mostraron camisetas en favor de los derechos humanos.

No es la primera vez que se organiza un gran campeonato en un Estado que no respeta los derechos humanos, prueba de ello son las ediciones de 1934 en la Italia de Musollini o la de 1978 en la Argentina de los milicos, con la final celebrándose a escasa distancia de la ESMA, uno de los centros de detención y tortura más funestos de la dictadura de Videla.
Son los tres casos más elocuentes de la historia negra de la FIFA, pero no los únicos. Prueba de ello es que el Mundial de 1982 fue asignado al Estado español en 1966, nueve años antes de la muerte de Franco, o que el torneo de 1970 se disputó en México, a pesar de que en 1968 el Ejército provocó la Masacre de Tlatelolco matando a más de 300 estudiantes. El mandato de Joao Havelange como máximo responsable del organismo internacional, prolongado entre 1974 y 1998, estuvo marcado, entre otras cuestiones, por su estrecha cercanía con distintos regímenes dictatoriales. Así, una de las herramientas clave para la expansión de los torneos por todo el mundo, como fueron los Mundiales sub20 tuvieron como sede a la Chile de Pinochet en 1987, a Arabia Saudí en 1989 o a la propia Qatar en 1995.