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‘Autodefensa’ (Filmin): Una perla entre latas vacías

La serie de Berta Prieto, Belén Barenys y Miguel Ángel Blanca nos recuerda que, como las mañanas de después, también las buenas series deslumbran, aturden y permanecen.

Berta y Belén, protagonistas de ‘Autodefensa’. (NAIZ)

Cuando la Barcelona de los márgenes hace tiempo que agotó su inclinación al posthumor, y Vengamonjas y PlayGround suenan ya trasnochados, en un panorama que descansa entre las cenizas autocomplacientes de la Ficción Feminista, acartonada por su propio espíritu divulgativo, y el lodazal cínico, poco esperábamos de otra ficción postadolescente «con mucha verdad». Sin embargo, acabo el segundo ‘Original’ de Filmin kleenex en mano, con la cabeza llena de petazetas. Esto es lo más.

Contra el empoderamiento femenino

‘Autodefensa’ es una suerte de autoficción orquestada por las veinteañeras Berta Prieto y Belén Barenys y dirigida por la mano camaleónica de Miguel Ángel Blanca (‘Magaluf Ghost Town’). Durante tres horas, contemplaremos destellos del día a día de Berta y Belén entre los ratos muertos antes de salir de fiesta y las resacas apisonadoras de las mañanas que las siguen. La quietud de los días que no acaban, en pisos que nadie parece recoger nunca del todo, choca con episodios siempre cambiantes, píldoras que atesoran un dominio del tiempo y del formato flexible y riguroso entre giros de astucia tremenda.

Gracias a ellos, en unos pocos minutos el Dídac Nadal de ‘Odiar a los hombres’, hombre obeso y apocado, pasa de ser ese monstruo que sacó lo peor de nuestro moralmente cuestionable yo infantil, a la víctima colateral de nuestro yo adulto «empoderado», para desvelar finalmente que el pasado contradice nuestro propio recuerdo de él y, por lo tanto, la base de todas nuestras venganzas. Un triple comentario sobre el estado del feminismo donde las tramas se alzan y derrocan con absoluta liviandad y que dejará el trasero incómodo a quienes quieran reconocerse en los bordes astillados de la pantalla.

Inteligencia e intuición para salvar a la tele de la Gen Z

‘Autodefensa’ se expande como retrato oblicuo y en cápsulas, profundamente caleidoscópico, desde los cuatro minutos del ‘Evangelio según Berta y Belén’ hasta las miradas al abismo de ‘Ser un concepto’ (capítulos que, por suerte, tampoco van a ninguna parte), como si pidiera leerse rápido y por partes. Leía las conclusiones de ‘La reescritura infinita’ de Enric Albero, planteándome hasta qué punto ‘Autodefensa’ podría actuar como epílogo-respuesta a las miradas fatalistas sobre los nuevos modos de consumo de la Gen Z, esa barbarie (sic) que salta incontrolada por la barra de reproducción y que amenaza con acabar con la narrativa lineal.

Si la serie crece a prueba de boomers, es justo porque burbujea desde lo más hondo de su forma. Antes que nada, gracias a un montaje volcado en calibrar con meticulosidad los instantes que se agotan y los que aún están por crecer. Junto a él, descubrimos aquella mueca torcida o coletilla discreta que vuelve las secuencias tridimensionales, complejas, o que por el contrario actúa de platillo para la carcajada súbita. A un primer capítulo brioso como una buena anécdota, en el que no falta ni sobra nada, lo siguen una serie de viñetas que no se apartan de un naturalismo (con muchas comillas), mientras picotean de las formas del ensayo para subsanar los grumos narrativos del cine de tesis. Al fin y al cabo, Víctor Diago, montador, empezó su carrera en el Xcèntric.

La tonta conquista de lo inútil

Las entrañas de ‘Autodefensa’ huelen a ropa usada y a látex, saben a bollería industrial y a hamburguesas malas, de esas con ketchup y pepinillo. Suenan al griterío de una fiesta, con ráfagas de grandes verdades que solo se entreoyen (entender catalán regala el privilegio de no tener que jerarquizarlas). A la vez, los capítulos nos sumergen en pozos de sonido ensimismado, cuyos silencios actúan de confesionario donde la irrelevancia es tapadera de traumas, inquietudes y pesadillas. Las noches son interminables en casa de Berta y Belén, de iluminación directa y verduzca cual submarino en las profundidades del mar. No hay más que negro tras las ventanas de ‘Brilla brillante’.

En la oscuridad, acabamos buscando los afters como refugio, pausa frágil y menguante antes de volver al ring. Allí las madrugadas se vuelven mediodías sin apenas percatarnos, como si el tiempo de verdad se hubiera detenido. Atesoro la instantánea de ellas dos meando calle abajo, káisers de lo inútil y, ahora sí, envío un mensaje a aquella colega a quien hace tiempo que quiero escribir.