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Interview

«Los estados con fronteras rígidas y grupos sociales homogéneos son cosa del pasado»

Nacido en 1968 en la ciudad de Iasi, es uno de los principales exponentes del ‘nuevo cine rumano’, gracias sobre todo a ‘4 meses, 3 semanas y 2 días’ (2007). Ahora llega a las salas ‘R.M.N.’, filme donde explora la podredumbre moral de nuestras sociedades.

El cineasta Cristian Mungiu, en su visita a Zinemaldia. (Pablo Gomez | SSIFF)

En su nueva película, el cineasta expone las tensiones sociales que acontecen en un pequeño pueblo de Transilvania cuando una panificadora comienza a contratar emigrantes asiáticos. Un hecho que viene a prender la mecha de una violencia sorda, endémica y patriarcal que marca el día a día en este enclave que viene a representar las derivas que se ciernen sobre la Europa actual.

Poniendo en relación ‘R.M.N.’ con sus filmes anteriores, casi da la sensación de que, a través de su cine, hay un empeño por radiografiar las miserias morales de la sociedad rumana. ¿Es así?

Yo no diría que mis películas sean, únicamente, un retrato de la sociedad rumana. Al menos mi intención como cineasta no es esa, sino hablar del estado general del mundo y de los peligros que, como ciudadanos, nos acechan. Esa degradación moral que comentas está ahí pero para mí no es algo que defina a mi país, sino que se trata de una tendencia que veo cada vez más acentuada en todas partes.

No es la primera vez que abordo este tema en mi cine pero, probablemente, de entre todas mis películas, ‘R.M.N.’ sea aquella que tiene un componente más social y donde se pone más el foco en las tensiones que se dan entre el individuo y el grupo. Tú puedes tener unos principios y unos ideales muy definidos, pero resulta muy difícil sustraerse del poder del grupo y de las corrientes de pensamiento dominantes que, de un modo u otro, terminan por atraparte. Esto refleja una decadencia de la democracia tal y como la conocíamos hasta ahora. Estamos en un proceso de cambio donde se asume la democracia como la oportunidad de que todo el mundo pueda votar. Pero para mí la democracia es mucho más que eso. Es, sobre todo, una educación. Visto así, no se trata solo de imponer el deseo de la mayoría sino de dar un espacio a la opinión de las minorías. Sobre esa reflexión es sobre la que se sostiene un filme como ‘R.M.N.’.

Refleja un microcosmos social donde emergen todas las taras de la sociedad patriarcal: machismo, xenofobia, explotación laboral, racismo… ¿No es arriesgado acometer un retrato tan devastador donde apenas hay elementos de esperanza para el espectador?

Bueno, mi objetivo como cineasta no es complacer al espectador, sino hacer un retrato sobre el mundo en el que vivimos y qué duda cabe que todas esas cuestiones que mencionas no solo están ahí sino que, lo queramos o no, nos definen como sociedad. Tendemos a pensar que somos seres muy racionales y empáticos, pero, dentro de cada uno de nosotros, existe un lado indómito e irracional que tiende a emerger en situaciones de crisis, sobre todo cuando nos dejamos guiar por el miedo, como ocurre actualmente. En ese contexto, en lugar de favorecer una comunicación que nos lleve a acercarnos al que es diferente en aras de comprender sus motivaciones, lo que hacemos es replegarnos sobre nosotros mismos rechazando todo aquello que nos llega de fuera. En muchos casos, lo hacemos impelidos por una necesidad de protegernos, pero conviene recordar que no siempre el tener las mejores intenciones basta para comportarnos correctamente.

«Tú puedes tener unos principios y unos ideales muy definidos, pero resulta muy difícil sustraerse del poder del grupo y de las corrientes de pensamiento dominantes»

Esa dificultad para comunicarnos queda evidenciada por las muchas lenguas que se hablan en la película, que está ambientada en una región con una población diversa y cosmopolita, lo cual, en lugar de ser una fuente de riqueza termina por erigirse en un elemento adicional de confrontación.

La película está ambientada en Transilvania, que es una región grande donde, a lo largo de los siglos, han convivido culturas muy distintas que han terminado por dejar su huella en ella. Me interesaba ambientar la historia en ese emplazamiento como reflejo de lo que es Europa ahora mismo, un lugar con una población diversa donde se hablan muchas lenguas. Tendemos que aprender a aceptar esta realidad y a saber convivir en la diferencia, dado que esa idea de estados con fronteras rígidas y grupos sociales homogéneos es cosa del pasado. Si no nos esforzamos por entender y comunicarnos con aquellos que son diferentes es muy difícil que revirtamos esas dinámicas de exclusión que nos condenan como sociedad.

En ese sentido, en su película se cuida muy mucho de atender las razones de todos los personajes. ¿Le cuesta mucho trabajar esos espacios de ambigüedad o se siente obligado a empatizar con todos y cada uno de sus personajes?

Es que esa ambigüedad que comentas está en el mundo real y si yo, como cineasta, pretendo llevar a cabo una aproximación no simplificada de esa realidad, me veo obligado a reflejar esa diversidad de puntos de vista. A mí no me interesa juzgar a mis personajes, no soy quién, además, para hacerlo, prefiero que sea el espectador el que lo haga atendiendo a la complejidad de la que esos personajes hacen gala en sus comportamientos. Mi película no busca hacer ningún diagnóstico, sería muy arrogante por mi parte decirle al espectador lo que está bien y lo que está mal. Me limito a narrar una serie de situaciones ante las que los protagonistas se comportan de una manera u otra. Y creo que cualquier película debería moverse en esos parámetros de ambigüedad porque, si tendemos a simplificar, al final lo que hacemos es reforzar una serie de clichés que lo que hacen es ofrecer respuestas fáciles, y en muchos casos falsas, a cuestiones complejas. A mí no me interesa ese cine que le da todo mascado al espectador, prefiero aquellas películas que buscan estimular una conciencia crítica en la audiencia.

«Todo el auge de la extrema derecha en Europa tiene que ver con nuestra incapacidad para afrontar escenarios de tensión social que estaban ahí, pero que hemos preferido ignorar»

¿Ese objetivo convierte a sus películas en un ejemplo de cine político?

Aunque el concepto ‘cine político’ puede resultar  ambiguo, en el caso de ‘R.M.N.’ creo que se trata de una película que sí que puede encajar en dicha categoría, ya que cumple una función que define, o debería definir, a todo el cine político, y es hablar de temas incómodos que, generalmente, preferimos ignorar.

Vivimos dominados por la corrección política y cualquier cosa que nos contraríe o moleste, hacemos como si no existiera. Eso ha llevado a que haya temas tabú para los artistas y cineastas, a los que cuesta enfrentarse por temor a generar rechazo, pero los artistas debemos ser honestos y no tener miedo a hablar de aquello que incomoda. Si seguimos desviando la mirada hacia ciertas realidades y haciendo como si no existieran, luego nos llevamos sorpresas electorales desagradables. Todo el auge de la extrema derecha en Europa tiene que ver con eso, con nuestra incapacidad para afrontar escenarios de tensión social que estaban ahí, pero que hemos preferido ignorar o abordarlos desde la corrección política corriendo un tupido velo sobre los mismos.

Usted fue el responsable de poner al cine rumano en el mapa con la Palma de Oro que ganó en Cannes, en 2007, por ‘4 meses, 3 semanas, 2 días’. ¿Qué queda de aquel fenómeno del nuevo cine rumano hoy, quince años después?

Creo que mantenemos una cinematografía muy dinámica. Nuestras películas siguen teniendo una respuesta favorable en festivales y entre un público minoritario. Creo que la clave para seguir ofreciendo buenas películas es que al ser un país pequeño con una industria cinematográfica pequeña, los directores rumanos desechamos la idea de competir con el mainstream hollywoodiense y nos centramos en rodar otro tipo de historias, más arriesgadas y más honestas. Yo creo que el buen momento por el que atraviesa el cine rumano está motivado por eso.