Cómo construir un robot de compañía
BRIAN Y CHARLES. GB. 2022. 90’ Tit. orig.: ‘Brian and Charles’. Dtor.: Jim Archer. Guion: David Earl y Chris Hayward. Prod.: Rupert Majendie. Int.: David Earl y Chris Hayward. Fot.: Murren Tullett.
Mús.: Daniel Pemberton.
El equipo creativo que está detrás de la película tuvo que partir primero de un borrador para poder desarrollar el proyecto, por lo que ‘Brian y Charles’ (2017) nació como un cortometraje. La versión alargada incluye un par de subtramas para llegar a la hora y media de duración, las que tienen que ver con el interés romántico del protagonista por la vecina o con la intromisión del matón del pueblo. Porque a pesar de que Brian lleva una vida solitaria y apartada en los páramos de Gales, sus invenciones despiertan curiosidad en los alrededores, y cuando crea a Charles le hacen ofertas y hay gente deseosa de comprarlo. Pero, ‘Brian y Charles’ (2022) habla de una relación íntima y personal, como historia de amistad que es.
El vínculo entre el inventor y su creación es visto con un sentido del humor absurdo, en cuanto manifestación de la soledad que lleva a las personas a buscar compañía más allá del contacto humano que no termina de establecerse. Por parte de Brian es lógico, puesto que él se relaciona con la chatarra, y su ilusión es dotar de una segunda vida a objetos que los demás desechan y tiran a la basura. Hace del reciclaje una dedicación que llena de sentido sus días. La imaginación lo puede todo, y de esa inventiva surge el robot de compañía Charles, cuyo cuerpo está fabricado con una vieja lavadora. Como quiera que dicho artefacto dispone de voz, los dos mantienen conversaciones tan entrañables como locas. Y es que cuando Charles se tumba en la cama repite una y otra vez ‘estoy durmiendo’.
La película es como una mezcla entre la comicidad descacharrante de Monty Python en ‘Los caballeros de la tabla cuadrada’ (1975) y el estilo de falso documental embromado de Taika Waititi en ‘Lo que hacemos en las sombras’ (2014). Una tercera referencia es el ‘Náufrago’ (2000) de Robert Zemeckis, por los diálogos que Tom Hanks mantenía con el señor Wilson, un balón deportivo de dicha marca al que le pintaba una cara a modo de representación de lo humano.